Carta abierta a la madre vaga del supermercado
Querida madre vaga del supermercado:
Te he visto.
¿Comida precocinada? ¿En serio?
He oído a tu hijo pedirte helados llorando. Te he visto mirar en el congelador y preguntarle cuál quería.
Saliste de la tienda con tu hija sentada en el carro, preguntándote un montón de cosas y te vi cerrar los ojos y respirar hondo antes de decir: "Porque... sí. Así son las cosas". Ni siquiera le diste una respuesta de verdad.
Te he visto. Te veo.
Existe la opinión generalizada de que las mujeres deben estar "pendientes" constantemente. Es algo universal y es uno de los argumentos que utilizan las madres a la hora de juzgarse e insultarse entre ellas.
Las madres somos seres imperfectos y cuando cometemos un error debemos guardárnoslo para nosotras. Y si decidimos compartirlos con el mundo, tenemos que arrepentirnos y demostrar que vamos a aprender de ellos.
Cuando escribí mi post de Querida madre que la está cagando, quería que fuese una dosis de realidad. En señal de solidaridad con todas las madres.
Internet hizo de las suyas, por supuesto, y me dieron el antídoto para mis fracasos. Dejar de ser tan vaga.
Sí, me convertí en uno de esos escritores enfadados, tristes y a la defensiva que se atreven a leer los comentarios de sus posts.
¡No soy una vaga!
¡Estoy cansada! ¡Estoy agobiada! Estoy... estoy... Vale, soy una vaga. A veces.
Para mí, superarlo es esto: lo llevo bien.
Estoy compaginando mi vagancia con unas experiencias de infancia excelentes.
Si soy sincera, la mayoría de los recuerdos geniales que tiene mi hija son el resultado directo de una ligera vagancia por mi parte.
La otra noche planificó una fiesta para mí. Sin motivo alguno aparte de que piensa que soy la mejor. Acabó la velada haciéndome la pedicura en el pasillo.
Me tumbé en el suelo, me puse las manos detrás de la nuca y disfruté de este momento de unión. Aunque la verdad es que estaba muy muy cansada.
¿Aquella vez en la que jugando en la orilla del lago se manchó de barro de pies a cabeza porque fingía ser un monstruo marino? Es cierto que suelo mostrarme tranquila ante este tipo de andanzas, pero sabía que me iba a arrepentir cuando me tocara limpiarla. Aun así, dejé que mi yo del futuro lidiara con eso.
Mi hijo decidió volcar el cuenco de agua del perro, así que saqué una toalla y le di unas tazas, unas cucharas y otro cuenco lleno de agua. Seguro que aprendió la lección. Lo único que yo quería hacer era la cena.
Cuando la ansiedad se apodera de mí, me convierto en el monstruo del "no", aguafiestas de todas las cosas divertidas porque podrían ensuciar y ay, por favor, no saquéis las pinturas ahora mismo.
Cuando puedo relajarme y sucumbir a la vaguería del "ya me ocuparé de esto más tarde", ocurren cosas que se convertirán en momentos de la infancia que recordarán con cariño el resto de sus vidas.
Mis hijos nunca tendrán por qué saber que los mejunjes de la cocina y el lío que conllevaban ocurrían porque tenía hambre y no me apetecía levantarme.
¿Quién no ha jugado a "quién puede estar callado más rato" o "vamos a fingir que estoy mala, tú eres el médico y yo me tumbo aquí mientras me curas"?
Siempre se puede mejorar. Si crees que no, entonces estás muy equivocado. A veces, cuando estoy quemada, mi vaguería sale de maneras poco constructivas. "Porque lo digo yo".
El resto del tiempo, la vaguería y la creatividad se entremezclan como la plastilina azul y la roja que no pude separar por estar demasiado cansada.
Algún día, cuando ya no esté aquí, me imagino a mi hijo diciendo: "¿Te acuerdas de esa vez que mamá nos dejó pintar en la pared con tiza?".
Su hermana sonreirá y preguntará: "¿Y te acuerdas de la purpurina?".
Sí, puede que a veces sea vaga. Pero puede que no pase nada por eso.
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Publicado originalmente enrhiyaya.com
Rhiannon Giles es una madre agobiada que en ocasiones se plantea llevar a sus hijos al circo y dejarlos allí. Tiene problemas con el sarcasmo y escribe con regularidad enrhiyaya.com. Para estar al día de sus publicaciones, síguela enFacebook y Twitter.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.