Navidades asépticas y atropellos sangrientos
El atentado solo se pudo cometer en un recinto donde la Navidad sigue siendo religiosa, ya que si el criminal hubiera irrumpido en mitad de la capilla de un aeropuerto solo hubiera podido apagar la vela.
Todo, pero especialmente la Navidad, se ha terminado convirtiendo en una capilla de un aeropuerto. Las capillas de los aeropuertos son, con diferencia, los lugares más turbios y desasosegantes del planeta. Pueden estar situados entre un McDonald y un Women’Secrets. Pertenecen a la franquicia CHAPEL, cuyo logotipo es la yuxtaposición de muchos logotipos —una cruz, una media luna, una estrella de cinco puntas— tan estilizados que no les queda más naturaleza que su condición geométrica. Seguramente ustedes nunca habrán entrado, quizá ni hayan reparado en su existencia, pero es lo primero que yo busco cuando llego a una terminal: en su interior no hay nada; si acaso, una levísima luz que bendice una pared contra las otras tres, y unos bancos corridos igualmente lógico-formales.
Al parecer el máximo común divisor de todas las religiones es una vela. En su intento por no ofender ninguna creencia, CHAPEL comete herejía contra todas las religiones a la vez, porque privar a las religiones de su simbología es como privar al agua del hachedosó. Las religiones no tienen más sustancia que su simbología, y sólo podrían aparecer en animales simbólicos como los humanos. La imagen de un sacerdote, un imán y un rabino sentados en silencio mirando a esa vela no sería la imagen de la tolerancia y el ecumenismo, sino la prueba de que las religiones no pueden ponerse de acuerdo más que en la nada más absoluta. Pasear por el centro de nuestras navideñamente iluminadas ciudades estos días es como encontrarse dentro de una gigantesca capilla de un descomunal aeropuerto.
Desde las conmemoraciones al dios Saturno a las conmemoraciones al dios Jesucristo, las fiestas que celebramos estos días han tenido siempre una dimensión religiosa, y era su condición de apoteosis eclesial la que le daba un realce sobre cualquier otro momento del año. Pretender eliminar la religión, pero conservar la apoteosis. Es como poner un vídeo de ciervos cuando te falla el invitado que tenías para el show de esta noche: sólo funciona una vez. ¿Por qué “felices fiestas” ahora y no en el puente de la Constitución? ¿Por qué celebrar un solsticio y no un equinoccio? La felicitación navideña de mi universidad incluye una imagen del mar, un poema ubicuo e impreciso, y un “felices fiestas”. Tras recibirlo tuve la ubicua e imprecisa sensación de que estaba a punto de coger un vuelo.
Pero en mitad de la asepsia irrumpe el atropello de Magdeburgo, como una descarga del cerebro reptiliano en medio de la corteza cerebral, como la sorda embestida con la que las manzanas ocultan las caras de los burgueses de Magritte. La imagen del coche arrollando a los visitantes del mercadillo cristiano —¿el conductor era islamófobo? bah, un poco cristianófobo también, ¿no?— es un gigantesco lapsus freudiano en mitad del discurso oficial, y sabemos que los lapsus están hechos de realidad y terror a partes iguales. El atentado sólo se pudo cometer en un recinto donde la Navidad sigue siendo religiosa —un mercado, qué alegoría—, ya que si el criminal hubiera irrumpido en mitad de la capilla de un aeropuerto sólo hubiera podido apagar la vela. Las visito todas y están siempre vacías.
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