Reino Unido y Europa: "Better together"
Hoy, cuando ya conocemos la carta de Cameron a todos los mandatarios de la Unión y hemos visto concretadas sus demandas de cambios en cuatro grandes áreas de la arquitectura europea, empiezo a pensar que una delicada e importantísima negociación se abre paso inexorablemente. Por mal que nos parezcan algunas cosas que quieran los ingleses.
Cuando el premier inglés anunció su referéndum sobre la pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea, pensé que se trataba de una jugada electoral de los conservadores británicos para taponar el flanco antieuropeo de su electorado, tentado de votar al UKIP, los extremistas de Nigel Farage partidarios de abandonar la Unión, y ganadores en 2014 de las elecciones europeas en la Gran Bretaña.
Me pareció una equivocada estrategia, que remite a los electores a exponer un deseo, más o menos sentimental, poco fundado en general, y casi siempre desprovisto de un análisis equilibrado de pros y contras.
Es como "la patada adelante" del rugby, lanzas la pelota y alejas el peligro, pero seguramente perderás su dominio y volverá a tu campo. Que se lo pregunten al propio Cameron con el referéndum escoces. Lo ganó en el tiempo de descuento, pero la gestión de su resultado es políticamente inmanejable.
Cuando Cameron inició, a la vuelta del verano de este año, sus primeros anuncios de exigencias a la Unión para preparar su referéndum del próximo año, pensé que deberíamos plantearnos muy seriamente un futuro de la Unión sin el Reino Unido. Recuerdo haber escrito en mi Twitter algo así: "Si para mantener al Reino Unido en la UE tenemos que renunciar a nuestro proyecto federal para Europa, quizás tengamos que renunciar al Reino Unido".
Hoy, cuando ya conocemos la carta de Cameron a Tusk y a todos los mandatarios de la Unión, y hemos visto concretadas sus demandas de cambios en cuatro grandes áreas de la arquitectura europea, empiezo a pensar que una delicada e importantísima negociación se abre paso inexorablemente.
Un referéndum que, primero, tenemos que afrontar aunque no nos guste, y una negociación que, segundo, tenemos que culminar con éxito, tanto el Reino Unido como la UE, porque el "sí" a Europa tiene que ganar en ese referéndum. De lo contrario, los males para ambos son enormes y serían irreparables.
Esta es mi conclusión de urgencia. Por mal que nos parezcan algunas cosas que quieran los ingleses. Aunque algunas de sus peticiones son claramente inaceptables, quiero creer que son base de negociación, y que seremos capaces de encontrar acuerdos que le permitan a Cameron decir a los ciudadanos: "En esta Europa, sí"; y con la ayuda inestimable de los laboristas y de los escoceses, ganar un referéndum lleno de riesgos.
Para desdramatizar el futuro, conviene recordar que no es la primera vez que un Estado miembro plantea dificultades a la hora de avanzar hacia una mayor integración. Ya ocurrió en 1992 con el rechazo de Dinamarca al Tratado de Maastricht, en 2001 con el de Irlanda al Tratado de Niza y, en mayor medida, en 2005 tras el fracaso en Francia y los Países Bajos del referéndum al proyecto de Constitución de la UE. En todos los casos, la Unión ha sido capaz de solventar las dificultades con soluciones de consenso pragmáticas.
Por otra parte, algunas de las propuestas de Cameron son asumibles. Es el caso de las demandas relativas a un mayor desarrollo de las actividades económicas y de la competitividad europea, en clara sintonía con las orientaciones económicas de la Comisión presidida por Juncker; las propuestas relativas a la participación voluntaria en las medidas adoptadas por los miembros de la zona euro; así como la posibilidad de incluir una formulación en relación al concepto de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos, en sintonía con las conclusiones del Consejo de junio de 2014, que contempla distintas vías de integración para los distintos países, al permitir a los que deseen ahondar en la integración avanzar, al tiempo que respeta el deseo de los que no quieren seguir profundizando más.
La negociación con el Reino Unido, supone, no obstante, un frenazo al proceso de convergencia política y económica europea. Cuando por fin se habían acelerado las reformas relativas a la gobernanza económica y a la finalización de la construcción de la Unión Económica y Monetaria, el envite británico reabre, prematuramente, el debate sobre la reforma de los Tratados y la restructuración de la arquitectura institucional.
Y lo más grave, exige la restricción de la libre circulación de los trabajadores, una intolerable discriminación entre europeos de sus derechos sociales, y un reconocimiento expreso en los Tratados de la UE de la existencia de varias monedas, pese a que los británicos ya disfrutan de una cláusula "opt out" en este sentido. Sin duda, dos exigencias con una pesada carga simbólica, cuya aceptación daría vía libre a la consolidación de una Europa a la carta ("cherry picking").
Una vez más, el funcionalismo político -la fórmula de consenso empleada desde sus inicios para la construcción europea entre los unionistas, partidarios de la simple cooperación entre los diferentes gobiernos europeos, y los federalistas, defensores de los Estados Unidos de Europa- debe ser el faro que guíe las conversaciones de los próximos meses y la, más que probable, elaboración de un protocolo similar al que se utilizó con Dinamarca.
Solo después de dar solución a este nuevo traspié, la Unión podrá encontrar la estabilidad necesaria para hacer frente a una nueva y profunda reforma de los Tratados, y resolver la disyuntiva entre el avance hacia un proyecto federalista europeo o la consolidación de una Europa a varias velocidades.
No en vano, la Declaración de Robert Schuman de 1950 señalaba que "Europa no se hará de golpe, ni en una obra de conjunto, se hará por medio de realizaciones concretas".