Un Disney World olímpico
Cuando te quieres dar cuenta, te has dejado más dinero en gastos superfluos que en el propio evento al que asistes. Así son los Juegos Olímpicos. Como un parque de atracciones en el que lo importante no es lo que ves, sino lo que parece que ves.
Desde su gélido retiro, seguro que a Walt Disney se le habrá pasado más de una vez por la cabeza algo parecido a lo que han levantado en el londinense barrio de Stratford. Una especie de parque de atracciones del deporte que satisfaga los deseos de los amantes de cualquiera de sus disciplinas. Así podríamos calificar el parque olímpico en el que se encuentran la mayoría de recintos en los que se desarrollan estos Juegos.
Es este Disney World olímpico el epicentro del planeta deportivo de cada cuatro años, el lugar en el que los sueños de muchos se hacen realidad. En este mundo de fantasía los protagonistas no son Mickey Mouse ni Pluto, sino Usain Bolt y Michael Phelps.
Si eres uno de los afortunados que tiene entradas (sólo se pueden comprar online) podrás acceder a un gigantesco espacio en el que el deporte no es el único protagonista. Tras unas medidas de seguridad extremas, en las que te sustraen todo tipo de alimentos y bebidas, accedes al recinto. Una vez dentro te das cuenta de que este exceso de celo no es solo por la protección: justo enfrente de la entrada principal hay un gigantesco restaurante de comida rápida, en el que te sirven hamburguesas y refrescos de dos de los patrocinadores principales de los Juegos. Sediento y hambriento después del largo viaje en metro, de una larga cola para entrar y de la caminata que llevas encima, caes rendido a la tentación. Y la organización empieza a hacer caja.
Saciado el apetito, una vez sales del restaurante, te topas de bruces con la tienda oficial de los Juegos, un Mega Store en el que puedes encontrar cualquier producto que puedas imaginarte con el logo olímpico. No es difícil salir de allí con una bolsa llena de recuerdos, y más si tienes hijos. Más cash para los organizadores.
De camino al Estadio, entre la marabunta de gente, tienes que ir sorteando a los múltiples voluntarios que te asaltan ofreciéndote el programa, la revista oficial y cualquier otra publicación que lleve asociado el apellido "olímpico" en su cabecera. Así que vuelta a sacar la billetera.
Cuando te quieres dar cuenta, te has dejado más dinero en gastos superfluos que en el propio evento al que asistes. Así son los Juegos Olímpicos. Como un parque de atracciones en el que lo importante no es lo que ves, sino lo que parece que ves.