Los desahucios
Los desahucios son una verdadera catástrofe que, al igual que tornados, huracanes y terremotos, requieren de los gobiernos unas medidas inmediatas y eficaces que solucionen la situación de desesperación y absoluto desamparo de sus víctimas. Han hecho falta dos suicidios para que Rajoy diga "espero que paralicemos el lunes los casos de familias vulnerables", aunque viniendo de él esto puede significar cualquier cosa.
Los desahucios son una verdadera catástrofe que, al igual que tornados, huracanes y terremotos, requieren de los gobiernos unas medidas inmediatas y eficaces que solucionen la situación de desesperación y absoluto desamparo de sus víctimas.
Según la Plataforma de Afectados por la Hipoteca el número de desalojos durante el primer trimestre del año alcanza la cifra de 46.559, es decir, 517 desahucios al día. La perspectiva de que este mismo lunes pueda haber quinientas diecisiete personas a las que, cuando miren por la ventana de su casa amenazada, se les pase por la cabeza que arrojarse al vacío sea la única solución de que disponen, resulta terrorífica e insoportable.
No han bastado las incesantes muestras de preocupación y solidiaridad ciudadana, la protesta de 46 jueces decanos, las críticas de la UE declarando abusivos los contratos hipotecarios españoles, las miles de familias, con niños pequeños y ancianos condenados a la indigencia. Nada de esto ha sido suficiente para que nuestro gobierno pusiera en su lista de prioridades el problema de los desahucios. Han hecho falta dos suicidios para que Rajoy diga "espero que paralicemos el lunes los casos de familias vulnerables", aunque viniendo de él esto puede significar cualquier cosa.
¿Incluirá Rajoy entre "las familias vulnerables" a las personas que avalaron con su casa la hipoteca de sus hijos, personas mayores que también están siendo amenazadas con el desahucio? Porque a las víctimas en primer grado de este perverso sistema hipotecario hay que sumarle un segundo grado de afectados, los padres que avalaron a sus hijos con su único bien, su propia vivienda, fruto de toda una vida de trabajo, ahorro y sacrificio. ¿Se les puede reprochar a estos abuelos haber vivido por encima de sus posibilidades? Hace unos días, una mujer mayor se encadenó junto a su marido a una sucursal de Unicaja y un juez le puso una multa de 200 euros porque dañó un cristal de la puerta al encadenarse. A este tipo de sucesos nos referimos cuando acusamos al gobierno de falta de sensibilidad.
Hablando de sensibilidad, aunque en ella habría que calificarlo de sensiblería, la alcaldesa de Madrid ha estado sembrada en cualquiera de sus reacciones a propósito de las tragedias que la rodean. No voy a insistir en el asunto del spa portugués, ya se ha hablado bastante de ello en los últimos días. La sociedad española espera que se aclaren las responsabilidades en todo lo relacionado con el caso Madrid Arena, donde murieron cuatro adolescentes en una avalancha. Si como se ha demostrado, el local no reunía las condiciones de seguridad necesarias para promover una macrofiesta como la del jueves día 1, esto significa que el Ayuntamiento está incumpliendo su propio reglamento en temas de seguridad de actos públicos, donde las aglomeraciones son más que previsibles.
Si el motivo del incumplimiento es recaudar dinero por el alquiler a la empresa organizadora del evento, se da la paradoja de que el Ayuntamiento no solo no es el principal garante de la seguridad de los ciudadanos, sino un peligro para los jóvenes a los que debería proteger. Tiene razón Ana Botella en su plegaria a la Virgen de la Almudena cuando dice que "todos los madrileños han sentido como propio el dolor de los familiares de las víctimas, muy especialmente los que son padres... ". Los que no somos padres también lo hemos sentido. Y unos y otros estamos a la espera de que, si la justicia y la policía demuestran que las muertes fueron debidas a fallos de seguridad, el ayuntamiento estará en primera línea de responsabilidad.