El fútbol también es cosa de maricas
Hay futbolistas gays, eso está claro, pero viven bajo el mandato del terror, porque creen -quizás justificadamente- que si se hiciera pública su homosexualidad sería el fin de sus carreras.
Tuve que elegir entre ver una obra de teatro gay titulada Tennessee (W) o ver la final de la Eurocopa entre España e Italia. Con todo el dolor de mi corazón, elegí la obra de teatro en la previsión de que sería un día flojo de público y había que apoyar al magnífico actor que protagoniza este montaje. Todo ello pese al despliegue publicitario que apoya al fútbol. Una apabullante información sobre los partidos, que calienta a los posibles espectadores durante los días previos y que hace que los que sí están interesados en el fútbol vean a los que no lo están como alienígenas ajenos al partido de turno que viene híper promocionado por la prensa escrita, la radio y la TV. Algo que podríamos calificar como un enorme lavado colectivo de cerebro, no sin temor a ser expulsados del planeta tierra por los fanáticos del deporte rey.
Mi relación con el fútbol viene de lejos y ha pasado por varias etapas: odio, indiferencia, interés, pasión... esta última ya de mayor y sobre todo cuando juegan la selección española o equipos españoles contra otros extranjeros. De niño creo que rechacé el fútbol porque sentía que me violentaba y que era ajeno a mi pequeño universo de niño protogay, cultivador del dibujo y la poesía. Mi mente infantil rechazaba la violencia que exhalaba el fútbol ya que este, como tantos otros deportes, tiene grandes dosis de agresividad y testosterona (sobre todo si se practica, no si se ve por TV) más acentuada si cabe en el salvajismo infantil del patio del colegio, donde sin árbitros que pongan orden, impera la ley del más fuerte.
Con el tiempo y la llegada de la adolescencia, quizás para no sentirme aislado, decidí claudicar y poco a poco comencé a jugar al fútbol -también al baloncesto- arrinconando mi viejo odio hacia ese deporte. Muchos amigos gays no entienden ahora esta afición mía por el fútbol y más en un hombre que ha hecho de la cultura su vida. Yo les respondo, entre divertido y retador, que cómo no me va a gustar ver a veintidós hombres corriendo detrás de una pelota, en pantalón corto. Veintidós hombres en la flor de la vida: jóvenes, fuertes, atractivos muchos de ellos, verdaderos atletas... y cómo no interesarme por ellos y en particular por los integrantes de esta selección española que oscila entre el Barcelona y el Madrid, con ventaja para el Barça claro, y que convierte el fútbol en una obra de arte de la mano de ese hombre tranquilo que es Del Bosque. No sé si Del Bosque es un buen "director de orquesta" (por el número de trofeos acumulado intuyo que bueno) pero lo que sí tengo claro es que les inculca a estos chavales -muchos de ellos tienen veintipocos años- valores como la camaradería, la serenidad, la solidaridad, la modestia, la paciencia, el esfuerzo o el trabajo en equipo. Y está claro que esta selección -que no vale ni más ni menos que las de otros países- sin estos valores no habría llegado a donde está ahora, ni sería lo que es, ni representaría los valores que a muchos nos han hecho seguirla y apoyarla incondicionalmente.
Sólo dos cosas me siguen dando rabia del mundo que rodea al fútbol, son su machismo y su homofobia, pero reconozco que no es tanto un problema del fútbol como de la sociedad que ha hecho de este deporte su reflejo, para lo bueno y para lo malo. Una sociedad que convierte en híper heterosexuales a jóvenes que apenas saben quiénes son y que se ven obligados a ennoviarse para acallar rumores que pueden ser devastadores para sus carreras, atrapados en un sistema que les convierte en prematuros millonarios, elevándoles a la gloria sin tiempo a digerirla o que les hunde en la miseria si no responden rápidamente a las expectativas que ponen en ellos. Trabajé años en Zero (la primera revista gay de estilos de vida, anunciaba en su cabecera) y el único objetivo no logrado en catorce años de impactantes portadas fue conseguir situar en una de ellas a un futbolista. Hay futbolistas gays, eso está claro, pero viven bajo el mandato del terror, porque creen -quizás justificadamente- que si se hiciera pública su homosexualidad sería el fin de sus carreras.
Pese al rechazo y a la homofobia los gays, lesbianas y transexuales podemos ser tan aficionados al fútbol como cualquier otra persona o lo contrario odiar, quizás con razón, ese mundo especulativo, violento, patriótico y homófobo que rodea al fútbol. Un mundo plagado de presidentes ligados al mundo de la construcción, que mueve muchos millones en operaciones no siempre limpias, no siempre claras, entre las que encontramos recalificaciones fraudulentas, fichajes hinchados, comisiones estratosféricas y hasta partidos supuestamente amañados...