USA: la suerte está echada
"Lo más inquietante en este momento es que Trump ya ha avanzado que no aceptará una derrota porque, de producirse y anunciarse, sería a su perturbado juicio señal de que se ha cometido un gigantesco fraude".
Cuando se escriben estas líneas, las urnas están abiertas en los Estados Unidos. Quiere ello decir que, con la votación personal de los electores, concluye un colosal debate de campaña que ha mostrado la frontal oposición entre dos mundos que por ahora cohabitan dificultosamente pero que, de seguir cada uno de ellos su deriva más rotunda, podrían acabar provocando una ruptura inefable.
No cabe ocultar que muchos de los espectadores de esta gran ceremonia democrática, ciudadanos del mundo y no necesariamente norteamericanos, tenemos el corazón en un puño, ya que, al contrario que en otras ocasiones, la disyuntiva sobre la que los electores deben pronunciarse no se reduce a una cuestión de matices, ni siquiera a una dialéctica clásica entre las dos grandes tendencias ideológicas que han predominado en Occidente desde la Segunda Guerra Mundial. Trump no es un personaje clásico del centro-derecha como fueron los Bush padre e hijo y Ronald Reagan: la experiencia de su mandato 1916-2020 nos anuncia que, de repetirse la experiencia, estaríamos en manos de un personaje excéntrico, megalómano, corrupto, sin principios morales, pragmático hasta la náusea, ignorante de los grandes valores humanos que forjan nuestras democracias y que deberían contribuir a consolidar una globalización razonable basada en el bienestar colectivo, en la coexistencia pacifica, en la cooperación y en un derecho internacional paccionado, capaz de sostener unas renovadas Naciones Unidas que garanticen en lo posible una paz global.
La prueba más elocuente de lo que representa Trump está en la relación de sus amigos y partidarios. La extrema derecha europea, capitaneada por el húngaro Víktor Orban y en la que se incluye VOX, está rezando a sus ídolos para que Trump regrese, con su amoralidad comprensiva y su nula delicadeza humanitaria. El propio Putin no oculta su preferencia por el potentado norteamericano, quien ha anunciado que acabaría con el conflicto de Ucrania en 24 horas (lo que significa que Ucrania podría despedirse de sí misma para siempre). Es evidente que a los BRICS les interesa al frente de la primera potencia un regateador sin escrúpulos, y no una persona condicionada por los principios morales sólidos de, pongamos por caso, la Constitución de los Estados Unidos.
Lo más inquietante en este momento es que Trump ya ha avanzado que no aceptará una derrota porque, de producirse y anunciarse, sería a su perturbado juicio señal de que se ha cometido un gigantesco fraude. Es la misma actitud que adoptó hace cuatro años, y que desembocó en la toma del Congreso a instancias del candidato derrotado. Es cierto que aquel claro intento de golpe de Estado, instigado sin duda por Trump, está todavía en los tribunales, pero ya es muy dudoso que la Justicia pueda consumar el proceso y condenar a quien ha cometido el delito político más grave de todos: la negación de la voluntad popular expresada en las urnas.
Ya se sabe que, muy probablemente, el complejo proceso electoral americano no permitirá que el resultado definitivo de la consulta se conozca en las próximas horas. Pueden pasar días y hasta semanas hasta que se fije el resultado... Y siempre permanecerá la duda de que Trump lo acepte pacíficamente.
El todavía responsable de Exteriores de la UE, Josep Borrell, nos ha explicado que Europa decidió hace tiempo enajenar su seguridad energética poniéndose en manos de satrapías y su seguridad militar confiándosela a la OTAN. Ha habido ciertamente una reacción en lo energético y hoy Occidente avanza imparablemente en el campo de las energías limpias pero poco se ha hecho en el terreno de la seguridad militar. Por eso es temible un retorno de Trump, porque la OTAN bajo su mando se convertiría en un poder arbitrario, que dejaría inermes a sus miembros, que también padecen la carcoma del populismo que Trump representa, impulsa, convalida y afianza. Por eso el envite de Norteamérica nos abarca a todos. Con la particularidad de que el destino no está esta vez en nuestras manos.