Trump: no hay mal que por bien no venga
La existencia de la OTAN, una organización nacida del realismo proporcionado por la Segunda Guerra Mundial, ha desincentivado evidentemente las precauciones europeas ante una amenaza potencial que además pareció disiparse en 1989.

Cada vez que me topo con el certero aforismo «no hay mal que por bien no venga», que nos recuerda la relatividad de la vida, me acuerdo fatalmente de que la famosa frase fue misteriosamente utilizada por Francisco Franco cuando celebró el duelo por el asesinato de Carrero Blanco. Aquel crimen atroz, sin duda injustificable, facilitó probablemente la Transición, aunque los sayones buscaran otra cosa, por lo que evidentemente no tenía sentido en boca del dictador.
De cualquier modo, este preámbulo viene a cuento de asuntos más concretos y cercanos: es preciso difundir y publicitar un artículo que han publicado en la prensa norteamericana dos insignes europeístas: el belga Guy Verhofstad, exdiputado europeo y presidente del Movimiento Europeo Internacional, y el español (alicantino) Domènec Ruiz Devesa, también exdiputado europeo y presidente de la Unión de Federalistas Europeos. El artículo se titula “Trump es justo lo que necesita la defensa de Europa”.
La tesis de estos preocupados ciudadanos de Europa es irreprochable: aunque estemos todos los de su condición horrorizados ante el comportamiento de Trump en el primer mes de su mandato (aunque había indicios claros de lo que ocurriría), hay que reconocer que la Unión Europea ha abandonado la cuestión de su propia seguridad hasta extremos inexplicables, lo que revela una falta de criterio en las cuestiones más arduas de la integración continental: lo primero que un ente político con ambiciones debe procurar es su propia supervivencia. En consecuencia, hay que aprovechar la irrupción de Trump para rectificar el rumbo.
La existencia de la OTAN, una organización nacida del realismo proporcionado por la Segunda Guerra Mundial, ha desincentivado evidentemente las precauciones europeas ante una amenaza potencial que además pareció disiparse en 1989, con la caída del telón de acero, pero que ha recuperado fuerza y vigor por las pretensiones de un nacionalismo ruso agresivo y gestionado por un autócrata intratable. Los Tratados europeos recogen asimismo el texto del artículo 5 del Tratado OTAN, que establece que un ataque armado contra uno o contra varios de sus miembros se considerará como un ataque dirigido contra todos ellos». Pero el vínculo europeo no ha sido desarrollado, no se ha creado una Europa de la Defensa, y lo conseguido por la Política Común de Seguridad y Defensa de la UE, aunque eficiente a la escala en que ha actuado, es insuficiente para preservar la seguridad continental. Como dicen los autores mencionados, “la capacidad de despliegue rápido de la UE, compuesta por 5.000 soldados, es un paso en la dirección correcta, pero no es suficiente. Esta capacidad fue concebida como una fuerza de entrada para operaciones de gestión de crisis, no de defensa territorial. Por tanto, debemos ir más allá. Tenemos que desarrollar estructuras comunes de planificación y mando y control de la defensa de la UE, incluyendo así a los 27 ejércitos nacionales en un sistema europeo de seguridad en coordinación con la OTAN, que actúe como su «pilar europeo»”.
La situación de la defensa europea es actualmente risible: como recuerdan Verhofstad y Ruiz Devesa, los países europeos gastan aproximadamente 1/3 de lo que invierten los Estados Unidos en defensa, pero Europa tiene solo el 10 % de las capacidades de Estados Unidos a causa de la descoordinación entre los ejércitos nacionales, lo que impide la interoperabilidad. Según la agencia europea de defensa, esta falta de cooperación representa una pérdida anual de no menos de 25.000 millones de euros. En otras palabras, no solo se echa en falta una inversión en defensa que se corresponda con la envergadura de las amenazas sino también más racionalidad a la hora de coordinar toda la potencia militar defensiva instalada. Tal coordinación es imposible sin la existencia de un programa y de unos organismos adecuados.
El comportamiento estridente y absurdamente violento de Trump es incalificable, pero más allá de esta amarga constatación, Europa debe asimilar que desde Barack Obama, la concepción estratégica de los Estados Unidos en el mundo mira hacia el indopacífico y no hacia Europa. El rival estratégico directo de USA (para los republicanos y demócratas a la vez) es China y no Rusia, lo que explica que un político vulgar y populista como Trump no se contenga y hable con inquietante franqueza a la hora de manifestar sus preocupaciones y sus preferencias.
Hay, en fin, pocas dudas sobre lo atinado de esta reflexión que surge del europeísmo más depurado: hay que actuar en respuesta a la conducta brutal de un Trump enloquecido que ni siquiera edulcora sus impulsos más bestiales. Lo grave es que en tanto los 27 —en realidad, los 28, ya que el Reino Unido está con la UE en este asunto— se percatan de la realidad y toman decisiones, Ucrania puede perecer aplastada por la otra brutalidad, la que ejerce Putin sobre los territorios que considera parte de la “gran Rusia”. Ante la indiferencia occidental.