Otra vez no
La victoria de Donald Trump asusta y entristece a partes iguales.
Otra vez no.
Creo que es la frase que todo aquel que sienta cierto respeto por la democracia estadounidense y todo lo que representa para el mundo ha tenido y tiene en su mente después de esta noche electoral.
El desencanto ha sido diferente de aquel 2016, en el que todos apostábamos por una Hillary Clinton que iba a comerse el mundo, a romper el techo de cristal, pero perdió frente al populismo de Donald Trump. Pero que haya sido diferente no significa que no haya sido igual de doloroso que entonces. Si hace ocho años no dábamos crédito, ahora, conociendo lo que conocemos, menos. Esta vez, para ser francos, pensábamos que iba a imperar la sensatez y, por fin, se haría justicia: Kamala Harris tenía que ser sí o sí la nueva presidenta de EEUU.
Pero no, tampoco ha sido esta vez. Y no hay manera de entender qué lleva a un votante a depositar su papeleta a favor de un líder autoritario que, en definitiva, intentó robar las elecciones cuando no ganó. A un expresidente que ha sido declarado culpable de 34 delitos graves.
La lectura es compleja, porque detrás de su reelección también está lo que dice e implica para Estados Unidos como país. Matthew Schmitz lo explicaba de manera sublime en The New York Times: “Donald Trump, gane o no estas elecciones, ya ganó un debate más grande sobre a quién se supone que debe servir nuestro sistema político”. Esto, guste o no, es tal cual. Porque el trumpismo ha puesto a los estadounidenses frente al espejo, les ha obligado a enfrentarse a verdades incómodas en materias clave como la inmigración o la economía -comercio- y, 8 años después de verle anunciar su candidatura, lo cierto es que sus ideas no es que hayan calado, es que han obligado a rediseñar los objetivos incluso demócratas. Esto, como defiende Schmitz, implica una comprensión más clara de que es permisible, y a menudo esencial, “dar prioridad a los conciudadanos sobre los ciudadanos de otros países”.
Lo dramático es que los demócratas han sido incapaces de convencer al electorado de que la inflación no es culpa de Biden, como ha repetido hasta la saciedad Trump. Es más, han sido incapaces de poner en primera línea los buenos datos económicos, los avances a nivel infraestructura… Igual que fueron incapaces de reaccionar a tiempo y asumir que su candidato inicial no estaba en condiciones de aspirar a una reeleeción. Y pretendieron ganarlo todo con una campaña preparada en meses frente a los años que lleva preparándose el republicano.
Así que, parafraseando a Barack Obama a la inversa: no, no se pudo. Ha ganado la mentira, el discurso populista, el de las ‘fake news’, el del desprecio… Y quedan por delante cuatro desoladores años en los que Trump, si sigue como dice que seguirá, hará más profundas las heridas de un país que ni había empezado a sanar las que surgieron aquel 2016 en el que todo cambió.