USA: la democracia impone a Trump

USA: la democracia impone a Trump

"Los demócratas tenemos la sagrada obligación de defender la victoria impulsada por una mayoría de ciudadanos y liderada por un sujeto que no cree en el valor de las sagradas reglas".

El candidato republicano Donald Trump, en el Palm Beach County Convention Center, cuartel general de la campaña en Florida.REUTERS/Brian Snyder

En un análisis de fondo, nada hay que objetar al resultado de las elecciones americanas. Paradójicamente, los demócratas tenemos la sagrada obligación de defender la victoria impulsada por una mayoría de ciudadanos y liderada por un sujeto que no cree en el valor de las sagradas reglas —las vulneró aparatosamente instando la ocupación violenta del Poder Legislativo tras su derrota de hace cuatro años— y que, según propia confesión, se cree investido de una especie de poder sacramental que le permitirá vulnerar derechos humanos —los inmigrantes pueden ya prepararse— y acrecentar las diferencias de clase en el seno de su país en lugar de mitigarlas. Hoy es un día grande en América para los más afortunados pero muy triste para la gran muchedumbre que ha de trabajar duro para no desfallecer de necesidad. Podría decirse, respetuosamente, que los poderosos han engañado a placer a sus víctimas, con la ayuda de una izquierda mediocre, que ha sido incapaz de denunciar el engaño y de dibujar un horizonte atractivo para su clientela potencial.

Echando la vista atrás, ahora parece claro que los demócratas habían perdido ya las elecciones desde hace tiempo. Biden llegó hace cuatro años a la Casa Blanca con 77 años (cumplió 78 el 20 de noviembre fe 2020), en un ticket muy atinado en que el líder, hombre, blanco y anglosajón, compartía protagonismo con una mujer negra y de origen indio. Kamala Harris permaneció sin embargo materialmente desaparecida durante el cuatrienio, por lo que fue una gran temeridad situarla depsués al frente de la candidatura una vez que Biden tuvo que retirarse por la manifiesta razón de que su provecta edad no le permitía continuar. En estas condiciones, la victoria de Trump estaba cantada porque sus competidores se habían esfumado. Ahora solo resta desear que el sistema americano, lleno de eficaces contrapesos democráticos, funcione, e impida a Trump consumar la mayoría de sus proyectados dislates. Pero, la verdad, hay pocas esperanzas de que salgamos indemnes de esta aventura absurda en que el pueblo americano nos ha sumido.

Sabemos ya que Trump se dispone a asestar golpes mortales a la globalización, de un lado, y a las estrategias contra el cambio climático, de otro. El mundo se llenará de aranceles proteccionistas y los petroleros tendrán ocasión de prolongar sus negocios contaminantes. Pero, ante todo, los grandes retos que nos afectan de una forma directa y temible son las guerras abiertas. Ucrania y el Cercano Oriente. En relación a Ucrania, Trump ha asegurado en campaña que pondrá fin a la guerra en horas. Si mantiene su palabra, habrá querido decir que se dispone a negociar con Putin una solución salomónica… que mutilaría a Ucrania y la condenaría a una castradora neutralidad. Si esta es la intención de Trump, los ucranianos tendrán que prepararse para lo peor ya que Europa no tiene potencia diplomática ni capacidad militar para oponerse a la voluntad del americano.

En lo referente al Cercano Oriente, Trump tiene menos escrúpulos humanitarios que Biden (quien tampoco anda sobrado), por lo que los palestinos tendrán ocasión de recrearse en su secular fatalidad. La fórmula de los dos Estados, que nunca estuvo cerca, está ahora abismada en el reino de las utopías.

En el terreno de las ideas y en Europa, la victoria de Trump refuerza el movimiento iliberal, autoritario, que está en ascenso en toda la Unión. Curiosamente, el húngaro Víktor Orban, que ya gobierna por decreto, será la bisagra entre Putin y Trump, el mediador autocrático que adquirirá un peso innegable en la crisis ucraniana. Y las extremas derechas, que niegan ya descaradamente el principio democrático, tienen abierto el camino hacia el poder, siguiendo la senda de Italia. Hoy hay gozo en las estancias de RN, la extrema derecha francesa de Le Pen, y en las sedes de AfD, el club de los neonazis alemanes. VOX se considera, por su parte, reconocido en esta victoria de un desequilibrado que, si las instituciones de su país no lo impiden, puede lanzar al planeta por el despeñadero de la historia.