Israel, la Biblia y la racionalidad

Israel, la Biblia y la racionalidad

Las religiones ya no son lo que eran, y por fortuna las grandes políticas democráticas globales son plenamente laicas.

Benjamin Netanyahu, el pasado 17 de abril, en Jerusalén.Ilia Yefimovich / picture alliance via Getty Images

David Grossman, escritor judío, eterno candidato al Nobel, alineado con la izquierda, ha concedido unas declaraciones muy sustanciosas a un periódico español, y en ellas asegura que parte de sus congéneres judíos utilizan la Biblia como si fuera un título de propiedad de los territorios que ocupan.

Grossman considera excesivo hablar de genocidio al calificar la brutal operación militar actual contra Gaza, pero afirma: “Israel es un estado democrático con muchas carencias. No nos podemos llamar democracia plena si durante tanto tiempo hemos ocupado los territorios de otro pueblo. Pero aún tenemos elementos fundamentales de la democracia, como la libertad de expresión o de reunión. Yo puedo decir lo que pienso del primer ministro de mi país sin miedo a lo que pueda ocurrir”. Y reconoce que la actual es la peor situación desde la fundación del Israel moderno: "A Netanyahu y su mujer se les acusa de corrupción, como a los Ceausescu. E, igual que ellos, se comportan como si Israel fuera suyo. Netanyahu es un hombre inteligente, pero gobierna según su alma indefinible. Maquiavelo podría ser un discípulo suyo. En Israel él y su mujer han interferido en todas las instituciones del Estado".

Grossman no es, en fin, un paria disidente sino un judío orgulloso de su país, pero que mantiene lúcida objetividad en el análisis del cruento conflicto, que se encontraría sumido “en un círculo vicioso de violencia y odio. No hay ninguna muestra de buena voluntad de las partes”. De alguna manera, Grossman, que lógicamente detesta a los radicales terroristas de Hamas, es consciente de que Israel no es inocente en ese proceso de instalación y afirmación cargado de violencia que arrancó con la Nakba —la expulsión de 750.000 palestinos de sus casas y la muerte de unos 13.000 de ellos—, que no avanzó hacia la fórmula de los dos estados como quiso Naciones Unidas en el acta fundacional de 1948, y que se ha mantenido en estado de violencia antiárabe, alternativamente larvada o explícita, hasta hoy, mientras Israel arrinconaba a la población palestina en condiciones de creciente e insoportable precariedad y sobre un territorio cada vez más exiguo, carcomido fraudulentamente por la expansión de los asentamientos ilegales.

Las religiones ya no son lo que eran, y por fortuna las grandes políticas democráticas globales son plenamente laicas, en tanto se mantiene un fanatismo religioso musulmán que es hoy por hoy el principal germen de violencia étnica. Israel es una democracia y por ello mismo debería mantener esta pauta general y archivar definitivamente la Biblia en las alacenas estrictamente privadas de los ciudadanos. No existe un derecho divino que conceda al pueblo judío el dominio de la tierra prometida, ni se puede fundar un régimen sobre supersticiones anacrónicas, ni es razonable que los pintorescos judíos ortodoxos de los negros uniformes y los rizos en las sienes formen una comunidad influyente mientras consumen sus vidas en la interpretación de los Libros Sagrados. La democracia, que sin duda es mérito de los ciudadanos del Estado de Israel, no puede limitarse a disfrutar de ciertas libertades y no de otras, ni resiste el pisoteo constante del estado de derecho, ni puede cimentarse sobre una ocupación territorial que no se someta a la negociación y al pacto en busca de la paz.

La democracia, que sin duda es mérito de los ciudadanos del Estado de Israel, no puede limitarse a disfrutar de ciertas libertades y no de otras

Israel se encuentra actualmente en un callejón sin salida que es preciso despejar. Por una parte, los Estados Unidos, en calidad de líder del Norte democrático, garantizan la seguridad de Israel, cada vez más aislado en su confinamiento y bajo presión creciente de unos palestinos apoyados por Irán que luchan por su supervivencia a la desesperada. En este marco, Israel podrá sobrevivir sin duda, aunque con la seguridad perpetuamente amenazada y en medio de un intermitente conflicto bélico. No parece que sea razonable aspirar a esta zozobra permanente.

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Así las cosas, los aliados de Israel, con Washington a la cabeza, deben por fin supeditar su ayuda a la capacidad de las partes de resolver ese conflicto, que ya es desde hace tiempo el más antiguo que padece el planeta y que enrarece toda la política global. Y para ello, hay que abandonar las pretensiones teocráticas, asumir la racionalidad y bajar a la arena de la negociación a fondo hasta conseguir una paz justa y estable. Será difícil pero no es imposible