De Don Juan (en Alcalá) a Don Juan (Tenorio) y tiro porque me toca
Coinciden no solo en fechas. También desean ser producciones populares.
Para los ecologistas y conservacionistas culturales que están preocupados porque las especies invasoras, en este caso Halloween, acaben con las autóctonas, llegan a las carteleras de la Comunidad de Madrid dos producciones de Don Juan Tenorio de Zorrilla en la Noche de Difuntos y sus días aledaños. Una tradición bien española.
Una ya se ha convertido en un clásico. Me refiero a Don Juan en Alcalá. Representación de esta obra que se hace en la Huerta del Obispo del recinto amurallado del Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares desde hace treinta y ocho años. Otra es la recuperación de una tradición. La programación de Don Juan Tenorio en el Teatro Fernán Gómez, Centro Cultural de la Villa.
Coinciden no solo en fechas. También desean ser producciones populares. Por eso recurren a lo que atrae espectadores como polillas a la luz. Un elenco conocido por el respetable. Es decir, que se hayan visto en televisión. En Alcalá, Antonio Pagudo como Don Juan. En el Fernán Gómez, Carles Francino, que no ha tenido tanta visibilidad como el anterior, por lo que se acompaña de Manuela Velasco en el papel de Doña Inés.
Habitualmente se les arropa de grandes actores. De nuevo conocidos por el público y muy apreciados por la crítica teatral. Por lo que hacer listado sería largo y resultaría tedioso para el lector o la lectora.
Lo que también se hace, es buscar un director o directora de tronío, que pueda dar brillo y esplendor a una representación que va a estar apenas unos días. En Alcalá de Henares este año ha sido la popular compañía Yllana, y en el Fernán Gómez, el prestigioso Ignacio García, que tiene en su currículo el haber sido director del Festival de Almagro.
¿Qué que han hecho con estos mimbres? En Alcalá de Henares un espectáculo al aire libre usando el inmenso espacio de los patios del Palacio Arzobispal. Un espacio tan grande que les permite poner varios escenarios y, por si fuera poco, representar escenas en las murallas del recinto. Lo que facilita el uso de caballos, antorchas pero limita las posibilidades del uso de la tramoya en escena.
En el Fernán Gómez, han echado el resto con el elenco, pero han escatimado o han sido parcos en escenografía. Limitada a unas columnas de cartón piedra, unas proyecciones, y algunos elementos más, unas sillas, unas mesas, una chaise longe.
¿Es en lo único que coinciden? No. Ambas recurren a la música, pero de forma muy diferente. En Alcalá la usan para ilustrar escenas. Muy pegada a ellas, por lo que la banda sonora hecha de música conocida, resulta ecléctica y no un correlato objetivo de la toda la obra. Ahora bien, pondrá en contexto al público, porque son músicas que se suelen usar de forma habitual en ese tipo de escenas. Por ejemplo, el uso de música clásica del romanticismo en las románticas. Y en las tétricas, algo entre heavy y electrónica tipo Lordi.
En este sentido, la del Fernán Gómez le gana la partida. Lo mejor sin duda del espectáculo es su banda sonora. Pero es que está la arpista Sara Águeda, bien entrenada en estas lides de ponerle música a los clásicos, y la cantante Elena Aranoa. A la que se añade la Escolanía del Escorial, un gusto oírlos cantar en directo.
También coinciden en la irregularidad del elenco. Ambos muy buenos, pero no siempre acertados en cómo interpretan sus personajes. Desacierto que se intenta justificar por factores distintos, como por ejemplo la edad o por las escuelas a las que pertenecen. Por ejemplo, el personaje del Comendador. En el caso de Alcalá, está interpretado por Rodrigo Sáenz de Heredia y parece tener una misma edad que Antonio Pagudo. En el caso del Fernán Gómez, este personaje es interpretado por Mario Gas, que lo hace de una forma demodé y ripiosa. Por cierto, es otra cosa que falla, la forma de decir el verso, porque el contenido se pierde en el ritmo y en la rima con el que se dice el texto.
Un elenco que también permite comprobar que el papel de Brígida, el ama de Doña Inés, la que como una Celestina le meterá a Don Juan en la cama, es un bombón para actrices de tronío. Y una suerte para la audiencia cuando esas actrices de tronío están en el escenario, como es este caso. Y es que tanto Nerea Moreno, que la representa en Alcalá, como Vicky Peña, que lo hace en Madrid, lo son.
Lo anterior está al servicio de contar la historia de un mujeriego. Poco en esta versión, no como en la ópera Don Giovanni de Mozart, que le adjudicaba haberse acostado y burlado a mil tres mujeres. Además, un hombre pendenciero, que a la mínima te saca la espada, te reta y te mata. Y que se apuesta con su amigo del alma, otro igual que él, que en menos de una semana se acostará con la prometida de este antes de que se case con ella y con una novicia. Dos tipologías de mujer que le faltan en la lista de sus mujeres burladas.
El problema es que Don Juan se enamora de la novicia. No se sabe muy bien que provoca ese amor ¿Su candidez? ¿Su virginidad? ¿Su juventud? ¿Su belleza? ¿Su carácter pío? Son preguntas que se tiene que hacer el equipo artístico para responderlas en la puesta en escena, que no están resueltas en ninguna de las dos producciones que se analizan en este artículo.
El caso es que el currículo de Don Juan le precede y ha creado de él una imagen tal que ya no tiene posibilidad de rehabilitarse socialmente. No hay perdón para un pecador al que hasta Dios y el diablo condenan al infierno. Y hay siempre sospecha en su actitud y comportamiento, incluso cuando muestra arrepentimiento sincero. Pues en el mismo siempre se encontrará un rasgo, una frase, lo que sea para seguir pensando que no ha cambiado. Patrón e idea de los otros al que no le quedará más remedio que ajustarse.
Con todos estos mimbres, las dos producciones producen unas expectativas, que ambas defraudan. La de Alcalá porque, al estar dirigida por Yllana, se esperaba que convirtieran la obra en una comedia. Como la mayoría de sus espectáculos. Y aunque tiene golpes de humor —el encontronazo entre Don Juan y Doña Inés por primera vez es uno de ellos y realmente bueno—, se han mantenido fieles a la obra. Y han preferido explorar los aspectos de espectacularidad, con las antorchas, los caballos y el uso de la luz y el vestuario. Estos dos últimos se usan, entre otras cosas, para hacer un hermoso panteón de forma sencilla pero muy eficaz y bella para el espectador.
La del Fernán Gómez, la expectativa era ver una representación clásica o tradicional, que el modelo de masculinidad que propone en el siglo XXI del MeToo y el escándalo de Errejón. Quizás sin nada nuevo que ofrecer. Pero lo que no se esperaba nadie es que el elenco leyera la obra. Estuviera con el texto en la mano fijándose en el texto, como si estuvieran al principio de los ensayos, a la vez que intentan representar, moverse, luchar y cualquier otra acción que se les ocurriese. Propuesta que la convierte en una especie de producción semiescenificada.
Poco más se puede decir de estas dos obras. Pues tienen poco de especial y de especificidad que las haga únicas. Que las haga montajes para recordar. Si acaso la de Don Juan de Alcalá. Fundamentalmente por dos cosas. La primera, su espectacularidad, y no hay nada que más guste al público de forma general.
La segunda, descubrir lo buen actor que es Antonio Pagudo, más allá de actor de comedias en la sitcom televisivas y teatrales. Dice el verso con gran facilidad y de una manera que lo hace parecer coloquial sin serlo. Todo esto mientras se mueve en escena, o pelea o lo que sea que haya que hacer. De tal manera que uno se acaba olvidando de la celebridad y viendo el personaje que interpreta.