Europa y la motosierra

Europa y la motosierra

Sería insoportablemente presuntuoso ofrecerle a Milei en un artículo de periódico una fórmula milagrosa para reparar las averías de la nación Argentina, pero sí puede adelantarse que el camino de destruir el Estado.

Santiago Abascal y Javier Milei.Europa Press via Getty Images

Por dos veces en lo que va de siglo, los europeos nos hemos visto afectados por sendas crisis de extrema gravedad. En 2008, tuvo lugar el primer estallido financiero de la globalización, que en algunos países —como España y Estados Unidos— desencadenó un previsible estallido de una burbuja inmobiliaria de grandes proporciones. En 2020, una insólita crisis sanitaria muy agresiva y también global paralizó las actividades económicas y amenazó al mundo con una profunda recesión.

La crisis de 2008 fue afrontada en Europa con los procedimientos de economía clásica: políticas conservadoras, de oferta, impusieron criterios de rigor extremo y austeridad que se cebaron en grandes sectores sociales —Grecia fue el país más golpeado, y las clases populares las más dañadas— y no impidieron relevantes recesiones ni un retroceso manifiesto del nivel de vida, cuya expresión más desoladora fue el aumento desbocado del desempleo. Alemania, la UE y el G-20 fueron responsables de aquellas políticas que retrasaron extraordinariamente la recuperación de una crisis que nadie previó y que sorprendió a occidente en momentos de verdadera euforia económica en los que se llegó a pensar que la época de los altibajos económicos había terminado.

La crisis de 2020 irrumpió cuando la Comisión Europea estaba ya encabezada por Ursula von der Leyen, conservadora, y en Alemania gobernaba todavía Angela Merkel, que no se retiraría hasta diciembre del año siguiente. Sin embargo, Bruselas había aprendido la lección, y estimulada por algunos jóvenes economistas —entre ellos, la vicepresidenta económica del gobierno español, Nadia Calviño—, se utilizaron otras técnicas para capear el temporal. El principal imperativo económico, además de lograr que el sistema sanitario resolviese eficazmente la pandemia, consistía en evitar que la parálisis social provocada por los confinamientos causara daños irreparables al sistema productivo en general y a las empresas en particular. Para ello, se redescubrió a Keynes, se aplicó la política de demanda moderna, se canalizaron raudales de recursos —los fondos Next Generation, en buena parte a fondo perdido— y se subvencionó mediante ayudas directas el cierre temporal de empresas para que volvieran a ponerse en marcha una vez recuperada la normalidad.

Es evidente que la lucha contra las crisis económicas no tiene una única fórmula posible, de tal forma que la drástica austeridad como receta para conseguir a cualquier precio el ajuste presupuestario, que durante décadas han aplicado las instituciones de Bretton Woods (el FMI y el BM), no es inexorable. El uso salvaje de la motosierra que predica el estrafalario Milei en la Argentina, y que a los pocos meses de su toma de posesión ya ha elevado de forma insoportable el nivel de pobreza, quizá consiga reducir los insostenibles desequilibrios macroeconómicos que los equipos de gobierno anteriores consintieron inexplicablemente, pero a este paso habrá más cadáveres que supervivientes que puedan beneficiarse de la rectificación.

Sería insoportablemente presuntuoso ofrecerle a Milei en un artículo de periódico una fórmula milagrosa para reparar las averías de la nación Argentina, pero sí puede adelantarse que el camino de destruir el Estado, y con ello cualquier residuo del bienestar público a que tienen derecho los ciudadanos, es disparatado.

Titania
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Santander

La buena administración que necesita Argentina requiere largos programas de reformas y, desde luego, una reconsideración del gasto público, adecuada a un sistema fiscal sostenible y equitativo. Pero ese tránsito debe recorrerse sin abandonar las políticas sociales que son las que van a hacer tolerable el esfuerzo a una ciudadanía que ya sabe lo que es el hambre física, que ha padecido los vicios de generaciones de gobernantes sin escrúpulos y que ahora necesita un gran consenso nacional. Es muy dudoso que el payaso Milei entienda siquiera la envergadura del problema con que debe enfrentarse, y mucho menos atisbe las opciones que debería calibrar para conducir correctamente el proceso de saneamiento; por ello, quienes nos preciamos de ser amigos del entrañable pueblo argentino lamentamos profundamente el desatino que se ha cometido al situar a Milei en la presidencia. Sin embargo, también es cierto que esta decisión popular solo se explica por el abuso y la incompetencia del kirchnerismo que ha llevado al país a los abismos actuales.