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El dilema europeo: Zelensky o Vance

El dilema europeo: Zelensky o Vance

"Es poco probable que los 27 acepten fácilmente las propuestas simplistas de Zelensky"

Cumbre informal en París de líderes europeosPOOL MONCLOA EFE

La Conferencia de Seguridad de Múnich, un rito anual que suele servir para reflexionar introspectivamente sobre la defensa del hemisferio occidental, ha planteado este año una clarísima bipolaridad entre dos discursos irreconciliables y enfrenados: el del secretario de Estado estadounidense J. D. Vance y el del presidente ucraniano Volodymyr Zelensky.

Vance ha arrojado un gran cubo de agua helada sobre la comunidad representada en Múnich: los asistentes ya sabían que Trump, que no es un desconocido sino que dejó ya una sórdida herencia tras la pasada legislatura en que ocupó el mando, forzaría esta vez la tesis de que los miembros de la OTAN deben incrementar su participación financiera y militar en la Alianza. Washington no está dispuesto a mantener, como hasta ahora, la mayor parte del peso de una alianza militar que, sobre todo, protege a los países europeos. Pero el responsable de la política exterior americana, Vance, ha ido sorpresivamente mucho más allá: como ha escrito el periodista americano Jamie Dettner, “en términos ideológicos, Europa se ve obligada a elegir entre el iliberalismo MAGA (Make America Great Again, el famoso lema del autócrata) y el liberalismo clásico que sustenta su propia existencia. Dicho de manera más sencilla: en un momento de intensificación de la competencia entre las grandes potencias, la UE tiene que elegir entre convertirse en un agente al servicio de los EE.UU. o liberarse para marcar su propio rumbo”. En definitiva, Vance no se ha conformado con el sometimiento de la UE y la aportación de más dinero a la defensa común: “Quería mucho más que eso. El punto clave era la exigencia de que Europa abrazara la ideología nativista y el autoritarismo de Trump o sería considerada indigna de recibir garantías de defensa y amistad. Arremetió contra Europa, acusando a sus líderes de suprimir la libertad de expresión, de no detener la migración y de huir de la proximidad de los votantes por miedo”.

El cambio producido en la gran potencia americana es muy serio, y genera impactos más graves que la crisis económica de 2008 o que la pandemia de 2020. Lo que pretende el descarado presidente de los Estados Unidos, un juerguista rico que no se avergüenza de no tener principios, es que el Occidente europeo renuncie a los valores que surgieron y se cultivaron tras la segunda guerra mundial, que fue ganada por el humanismo democrático gracias a la ayuda de los Estados Unidos (efectivamente, estamos ante una dolorosa paradoja). Y ahora la gran potencia nos recrimina que nos preocupemos en exceso por sutilezas y valores éticos -la integración de la minorías en las mayorías, especialmente; la lucha activa contra la pobreza, una nivelación globalizada, etc- y nos ordena que nos pleguemos al pragmatismo de la extrema derecha. Pragmatismo que, seamos claros, se parece demasiado al que practicó el nacionalsocialismo durante los doce años que arruinaron a la humanidad hasta el holocausto final.

Por añadidura, Vance ha llegado a Europa en mal momento. Grandes sectores europeos están sobrecogidos por el inesperado ascenso de una extrema derecha autóctona que no se esperaba en modo alguno. Asimismo, en la opinión pública pugnan internamente sentimientos encontrados: la piedad humanitaria hacia los flujos migratorios y el temor a una invasión cultural inasimilable… Cuando tales dilemas no están todavía resueltos, el alegato de Vance resulta desconcertante. Y más cuando la defensa de la virtud democrática, de la carta de Naciones Unidos, del acta fundacional de la OTAN, de la brillante riqueza intelectual de la posguerra, desde 1945 y en adelante, ha sido asumida por el combatiente Zelensky, un hombre valiente que se ha enfrentado al populismo sanguinario de Putin, que en el fondo bebe de las mismas fuentes totalitarias que nutren el discurso de Trump.

El mensaje de Vance ha sido gravemente conminatorio, y por lo tanto ofensivo. Por una parte, ha dicho a Europa que se deje de explorar la Inteligencia Artificial y que se sume al experimento americano (ridiculizado por cierto por los chinos), recalcando así el mensaje grotesco de Elon Musk. Por otra parte, no ha dado opción a Europa para intervenir en su propio conflicto, en la guerra de Ucrania. O la UE se pliega a la solución Tump, o este se aliará con Putin para condenarla a la irrelevancia.

A estas alturas, cuando la ultraderecha está a punto de convertirse en la segunda fuerza política de Alemania, cuando Bruselas se ha demostrado incapaz de gestionar la inmigración, es poco probable que los 27 acepten fácilmente las propuestas simplistas de Zelensky: es preciso construir un ejército europeo, capaz de defenderse autónomamente de la congénita voracidad rusa, un extenso y sórdido país que nunca rozó la democracia. Es necesario también combatir el renacimiento de los fascismos y reconstruir el liberalismo, el gran consenso socialdemócrata que permitió el renacimiento global.

El diplomático americano Michael McFaul ha declarado, tras la cumbre de Múnich, que Zelkensky “sonó como el líder del mundo libre”. Y no puede haber pasado inadvertido que en Munich, mientras el discurso de Vance fue recibido con murmullos que dieron paso a manifestaciones de franco desagrado, el de Zelensky mereció el tumultuoso y largo aplauso de la concurrencia puesta en pie. Ojalá esta reacción instintiva predomine, Ucrania adquiera sus libertades y se libere del opresor, y la UE rectifique el rumbo y recupere sus viejos y todavía arraigados valores. Será muy difícil porque el enemigo es fuerte pero no existe camino alternativo: siguiendo a Trump, sólo podemos esperar la reapertura de los campos de concentración.