‘El alcalde de Zalamea’ y el teatro conservador
Un nuevo estreno en los Teatros del Canal de Madrid.
El anuncio de que los Teatros del Canal pasaban a tener una dirección artística compartida fue polémico. Pero no lo fue menos cuando se anunció que la temporada se iniciaría con una nueva producción propia de El alcalde de Zalamea de Calderón de la Barca dirigida por José Luis Alonso de Santos. Entre los habituales de este teatro, acostumbrados a lo más cool y moderno, ambos cambios les hizo temer lo peor.
Parece que, con respecto a la programación, al menos se han salvado los muebles para esta temporada. Y el público de este teatro ha respirado tranquilo y ha seguido comprando más de un abono para garantizarse el máximo de espectáculos a un precio asequible. Aunque la inquietud no se ha calmado del todo al ver la programación del Festival de Otoño 2024 que se anunciaba antes del verano.
¿Y con respecto a El alcalde de Zalamea? ¿Qué ha pasado? Pues ha pasado que se estrenó antes en el Teatro Salón Cervantes de Alcalá de Henares. Lo hizo en la última edición del Festival Iberoamericano del Siglo de Oro de esta ciudad. Donde no fue capaz de convocar masivamente ni a la prensa ni a la crítica habitual de la capital, pero sí al público complutense.
Los que nos acercamos, nos encontramos con un espectáculo. Por un lado, por el acúmulo de buenos intérpretes, algo difícil de conseguir ya que se trata de un elenco extenso, de los que ya no se llevan. Por otro, por la eficacia con la que se ha diseñado la escenografía que permite situar a los personajes tanto en el campo como en Zalamea en un plis plas. Un buen trabajo de Ricardo Sánchez Cuerda.
Todo ello para contar una historia archiconocida que de tanto en tanto vuelve al teatro. La de un alcalde que tiene que alojar en su pueblo a las tropas que vienen de luchar y ganar guerras. Unas tropas con un capitán, un donjuán cualquiera, que se encapricha de su hija, a la que pretenderá burlar. Vamos, beneficiársela. El pretende por las buenas, pero como no entiende que no es no, pues lo hace por las malas.
Y el alcalde y padre, ante dicha violación, ajusticia y condena al capitán, sin estar habilitado para hacerlo. Más que nada porque se pone en juego la honra de la familia, que, en aquellos tiempos estaba relacionada con que la mujer llegará sana y salva al matrimonio. Es decir, virgen y sin haber probado varón.
¿Qué pensará el rey Felipe II, el de aquella época, de tamañas tropelías? Es decir, de violar y de que el alcalde, sin ser juez, pero siendo parte, se tome la justicia por su mano. Para saberlo tendrán que ver la obra, que no se quiere hacer spoiler.
Todo contado muy lineal. Sin florituras, ni relecturas contemporáneas, ni contemporizando con los tiempos actuales. Como se sospechaba que se iba a hacer. Y se ha hecho. Y, para asombro de los que asistieron en Alcalá de Henares, resulta que esta nueva vieja propuesta funcionaba. Salía bien la jugada.
Es decir, no suena a los añorados programas de Estudio 2 de TVE, que han quedado tan obsoletos en las formas y maneras de hacer teatro, por mucho que la nostalgia haga decir que ¡cómo eran estos programas que permitían ver teatro en la tele! Como puede comprobar cualquiera viendo todos o algunos en la app de RTVE donde se encuentran en abierto.
Aunque desde la mirada actual chirría el papel tan pasivo que tienen la hija del alcalde. Pues es ella la que está en liza como trofeo, pero son los personajes masculinos de la función los que toman decisiones sobre su futuro.
Habrá quien diga que así está escrito y así hay que hacerlo. Olvidando que el teatro es y se hace en presente. Y que la presencia de este en una obra no es cosmética. No sirve para maquillarla, para darle un lustre más actual y hacer bueno ese dicho de cambiar algo para que nada cambie.
Porque un clásico es, primero una construcción social. Por el que se establece un repertorio o un canon que se considera atemporal para una sociedad. Y que de alguna manera la problematiza, al ser una voz autorizada del pasado a la que se le da el permiso para contar el presente.
Y una manera clásica de hacer, que vuelve a ser una construcción social. Pues el teatro, como cualquier arte, evoluciona, cambia, en sus formas y maneras a medida que la sociedad cambia las suyas.
Así que, se podría decir que este es un producto conservador. De una forma de hacer y pensar teatralmente de otro tiempo. Maneras que fueron eficaces, igual que lo fueron modernas y vanguardistas, para contar estas historias para la sociedad en la que se veían. Una cualidad que hizo que se quedaran, se expandieran y se asentaran como manera habitual de hacer teatro en aquel tiempo. En las que hubo personas, tanto profesionales como no, que se desarrollaron profesional y/o emocionalmente y adquirieron una cultura y gustos teatrales que dan por válidos y con los que evalúan todo lo nuevo que ven ahora en el teatro.
Unas formas y maneras que se retoman en esta nueva producción. No se sabe si para dar visibilidad a unos profesionales que tuvieron su momento de gloria y que ahora se han podido sentir relegados, incluso echados del templo del teatro. Buenos, incluso muy buenos en lo que saben hacer.
O si es por nostalgia de unos tiempos que se consideran gloriosos en el teatro. Consideración que a veces tiene que ver más con la experiencia que se tuvo cuando se vivieron que con la realidad. En los que se produjo un fuerte refuerzo positivo por las emociones que generaron. Y a los que muchas veces se da crédito porque así lo cuentan los profesionales más mayores a los que se admira.
El caso es que uno entra al teatro. Se deja llevar por todo el elenco, pero, sobre todo, por tres magníficos actores que la protagonizan: Arturo Querejeta, Daniel Albadalejo y Javier Lara, que parece que está orientando su carrera hacia derroteros más clásicos. Y reír y simpatizar con la pareja de cómicos que forman Jorge Basanta e Isabel Rodes. Y pasarlo bien, aunque le quede la impresión de que ha sido trasladado en el tiempo, a otro tiempo y a otro contexto. La pregunta es ¿quieren los profesionales y el público que vuelvan?