La reinvención italiana: de la reprimenda de Napolitano a la rebeldía de Saviano
La reprimenda del presidente italiano podría aplicarse también a nuestros parlamentos y en general a todos los representantes que han perdido el pulso de la calle y que parecen encantados de haberse conocido. Y muy especialmente a una izquierda que anda más desnortada que nunca, perdida en sus laberintos internos.
Estoy teniendo la suerte de vivir estos intensos días de la vida política italiana en Bolonia donde, y aunque pueda parecer una paradoja en estos tiempos que sufrimos, debo explicar a alumnos universitarios el sistema español de protección de los derechos fundamentales. El lunes por la tarde seguí con atención la investidura de Napolitano como presidente de la República y volví a confirmar algo que siempre me ha sorprendido de este país: su capacidad de reinvención. Y ello a pesar de que el Jefe del Estado sea un señor de cerca de 90 años, de que el Parlamento siga siendo reflejo de un patriarcado que se resiste a desaparecer y, por supuesto, de la manifiesta incapacidad de la clase política para regenerar unas instituciones que apestan a podrido.
Escuchando el discurso de Napolitano volví a sentir admiración por un país al que nos parecemos tanto pero del que también nos separan muchas cosas. Aunque hay en los italianos una evidente tendencia a la escenografía y a la teatralización, y eso es algo que se pudo comprobar en la ceremonia que seguí por la RAI, las palabras de ese señor con aspecto de viejo profesor, que incluso llegó a emocionarse en algún momento de su discurso, me sorprendieron por su contundencia y su acierto. Aunque quizás lo más sorprendente fue escuchar los aplausos de unos políticos a los que se les estaba recriminado su falta de miras, su complicidad en el mejor de los casos con la corrupción y, en definitiva, su incapacidad para salir de una crisis política que en Italia parece endémica.
La reprimenda del presidente podría aplicarse también a nuestros parlamentos, el central y los autonómicos, y en general a todos los representantes que han perdido el pulso de la calle y que parecen encantados de haberse conocido. Y muy especialmente a una izquierda que anda más desnortada que nunca, perdida en sus laberintos internos y sin capacidad de respuesta ante una crisis que provoca discursos cómodos para la derecha. Una crisis muy similar a la que vive la italiana, aunque aquí sin duda multiplicada y mucho más enrevesada, pero que demuestra algo común a toda Europa: el desconcierto del socialismo para ofrecer soluciones no sólo frente a la crisis económica sino también frente a la institucional que está provocando grietas profundas en los sistemas democráticos. Y es que, como alguien me decía caminando por las calles de la roja Bolonia, en Italia, y creo que también corremos ese riesgo en España, se ha esfumado el discurso de la igualdad. Y eso es lo más terrible que podría pasarle a un sistema basado en la tutela de los derechos fundamentales y en el control de los poderes mediante las leyes.
El lunes por la tarde llovió mucho en Bolonia. Lluvia de primavera de la que es fácil refugiarse en esta ciudad de pórticos y librerías. Precisamente en una de las clásicas, la Feltrinelli, Roberto Saviano presentó su último libro: Zero, zero, zero. Un análisis valiente y combativo, como es él, de los estragos que el negocio de la cocaína provoca en el mundo. Saviano llegó como una estrella pop y la gente que abarrotaba las galerías donde tuvo lugar el acto lo recibió enfervorecida. En las palabras del atractivo Saviano, y en la pasión que detecté en la mucha gente joven que me rodeaba, volví a sentir el pulso de este país que es capaz de hacerse y rehacerse una y mil veces.
Mientras que el Estado se autodestruye en manos de unos políticos que aplauden al señor que les recrimina sus vicios, la ciudadanía sigue viva y la vida puja por no sentirse acorralada. Escuchando a Saviano, y al sentirme parte de una especie de ceremonia cívica en torno a un libro y a un escritor rebelde, volví a entender por qué me apasiona este país. Y también tomé nota de lo mucho que podríamos aprender de él. Porque ambos compartimos miserias y también ambos deberíamos compartir revoluciones. Las que el 23 de abril, viviendo el día del libro en Bolonia, me golpean el corazón cuando miro los rojos tejados de la ciudad.
Este artículo se publicó originalmente en el blog del autor.