Francisco Rivera: el padre que yo no querría ser
La tan criticada fotografía de Francisco Rivera toreando con su hija pequeña en brazos es la mejor expresión de cómo no deberíamos entender la paternidad y, al mismo tiempo, del modelo de masculinidad que deberíamos superar de una vez por todas, esa imagen de la hombría ligada al heroísmo, a la capacidad de protección, a la seguridad que proporciona un cuerpo fuerte y entrenado para la lucha.
Foto: INSTASGRAM
La tan criticada fotografía de Francisco Rivera toreando con su hija pequeña en brazos es la mejor expresión de cómo no deberíamos entender la paternidad y, al mismo tiempo, del modelo de masculinidad que deberíamos superar de una vez por todas. Esa imagen de la hombría ligada al heroísmo, a la capacidad de protección, a la seguridad que proporciona un cuerpo fuerte y entrenado para la lucha, constituye la mayor evidencia de cómo el patriarcado sigue mostrando sus fauces y, en consecuencia, como seguimos construyendo un estereotipo de la virilidad que genera males no solo en la mitad femenina sino también en nosotros mismos. La misma apelación a la tradición que el torero ha realizado para justificar su gesto de machito nos confirma cómo el orden patriarcal, cómo toda estructura de poder, necesita reafirmarse sobre los pactos que históricamente han servido para mantener el poder y los privilegios de los varones frente a la subordinación de las mujeres.
Para muchos hombres, muy especialmente de generaciones que han sido ya educadas en un contexto de, al menos, igualdad formal, el ejercicio de la paternidad está suponiendo una ruptura con los referentes de los que partían. Es decir, la manera en que algunos hemos empezado a relacionarnos con nuestros hijos, y a su vez también con sus madres, ha llevado a que reivindiquemos también como nuestros valores que durante siglos se entendieron como exclusivamente femeninos y a que despleguemos toda una serie de habilidades que nuestros padres ni se atrevieron a intuir. Todo ello nos ha llevado en gran medida a reconocer que también nosotros somos seres vulnerables, frágiles, necesitados de los demás. Unos seres muy alejados por tanto del superhéroe de todas las películas y del macho proveedor y protector sobre el que durante siglos se ha articulado el pacto social y el previo contrato sexual.
Para los que desde hace tiempo nos sentimos implicados en la necesidad de transformar la masculinidad hegemónica, para lo cual deberíamos abrazar el feminismo como una cuestión no solo de mujeres sino de justicia social, el mensaje que nos lanza la foto de Rivera es el mejor ejemplo del que camino que no se debería seguir. En este sentido, es una imagen tremendamente educativa, como de hecho lo ha demostrado la inmediata reacción en las redes. No es ese el modelo de hombre, ni mucho menos de padre, que buena parte de esta sociedad quiere alimentar ni convertir en un referente para sus jóvenes. Algo que además se nutre de un especial valor en un contexto tan patriarcal y violento como es el de la tauromaquia. Frente al varón permanentemente expuesto al riesgo, preparado siempre para el combate, necesitado de contar con el refrendo público y para el que el valor define su identidad, reivindicamos individuos capaces de huir de la violencia como herramienta relacional, convencidos de que la ternura es un arma personal y política, constructores de espacios horizontales y de empatía. Es decir, justo lo contrario a lo que percibimos viendo a ese torero que una vez más hace un ejercicio de chulería, de hombría llevada al extremo del absurdo, de valentía que no tiene en cuenta ni la propia vulnerabilidad ni la de la niña que acabará convirtiendo a su padre en un héroe.
En un momento de rearme patriarcal, y en el que estamos comprobando que no bastan las leyes para remover las estructuras que alimentan la desigualdad, necesitamos instrumentos socializadores que nos permitan ver, con las gafas violetas del feminismo, qué hombres y qué mujeres necesitamos para construir una sociedad más justa. De ahí la importancia de posicionarnos críticamente frente a lo que nos hiere nuestras convicciones igualitarias y de ahí, muy especialmente, la necesidad de que los hombres también alcemos la voz contra una virilidad que es una jaula y en la que ya muchos no estamos dispuestos a seguir encerrados. Por más que individuos como el hijo de Paquirri parezcan tan felices haciendo alarde de ella, mientras que otras tantas mujeres los aplauden y vitorean.
Este post fue publicado originalmente en el blog del autor