El PP y las extremas derechas
Pierde clientela por el centro, que huye despavorido de las nuevas inclinaciones ultraderechistas, y pierde por la extrema derecha ya que los ultras prefieren el producto genuino al sucedáneo sobrevenido.
El auge de los populismos de extrema derecha en Europa amenaza con otorgar a los neofascistas una relevancia notable en el Parlamento Europeo que se forme después de las inminentes elecciones. Y esta evidencia suscita a la familia del Partido Popular Europeo (PPE) la tentación de aliarse con los ultras para no perder la posición hegemónica que hoy ostenta en la cámara. Desde siempre, esta ha sido la ambición de Manfred Weber, presidente del PPE y aspirante frustrado a presidir la Comisión Europea hace cinco años. Y Ursula von der Leyen, por la cuenta que le tiene, está explorando esta posibilidad para mantener sus aspiraciones de continuar en el cargo.
Hoy por hoy, es impensable que el PPE pacte con una agregación de todos los partidos de extrema derecha europeos, que, aunque sean semejantes entre sí, se mueven en contextos muy distintos y con sensibilidades diferentes. De entrada, Weber y su círculo han establecido su propio cordón sanitario y quedarían aislados los ultras amigos de Putin y enemigos por tanto de una Ucrania occidentalizada, vinculada a la UE y a la OTAN (es el caso del húngaro Orban o de la francesa Le Pen).
Pero, además, Macron no está dispuesto en absoluto a normalizar a Le Pen, de la misma manera que no sería concebible que Alternativa para Alemania (AfD) fuera admitida como socia de las mayorías parlamentarias. Como es conocido, AfD ha tenido que desautorizar a su candidato por sus palabras de comprensión sobre las SS nazis, y algunos partidos en busca de instalación (Ressemblement National, RN, de Le Pen y la Liga de Salvini) han roto relaciones con esos neonazis alemanes para desmarcarse de su propia deriva.
Así las cosas, el botín que el PPE estaría codiciando es el italiano. Meloni, que arrancó su actual mandato al frente del consejo de ministros con un mensaje tremendo de xenofobia y aversión a la OTAN, ha virado como una veleta y hoy colabora con Ucrania, ha bajado el diapasón en sus propuestas sobre inmigración y, en definitiva, busca ostensiblemente la homologación que Weber parece dispuesta a concederle.
La lideresa de Fratelli d’Italia, que lanzó en Marbella un inolvidable discurso de extremísima derecha en apoyo a Vox durante la pasada campaña de las elecciones andaluzas, aspira a obtener el beneplácito de la derecha convencional. Y el PP español, obediente, contribuye a la operación de lavado. Feijóo ya ha destacado la bondad de Meloni y sus marcadas diferencias con otros partidos neofascistas y FAES, el chiringuito de Aznar, ha hecho lo propio.
Lo que ocurre es que el PP español no es creíble cuando formula esta clase de distingos. Vox, su aliado del alma, tiene todas las características detestables que “adornan” a Orban, a AfD, a RN, etc. Y Feijóo no ha tenido empacho alguno en pactar con Vox en cinco comunidades autónomas y en cientos de ayuntamientos.
Una colaboración que no es aséptica ni inocua: Vox está imponiendo su misoginia sobre las políticas de género, su franquismo sociológico (las llamadas leyes de concordia con las que quiere patéticamente sustituir a la memoria histórica) a la legitimidad democrática y su xenofobia visceral a quienes llaman a nuestras puertas, sin que el PP plante cara a los ”reformistas”.
Esta falta de credibilidad del PP español puede resultarle letal, ya que, como es evidente, los electores españoles advierten la contradicción que implica descalificar a la extrema derecha mientras se gobierna cómodamente con ella, criticar encendidamente a Vox cuando se elogia a “Fratelli d’Italia”, reclamar para sí el monopolio de la derecha cuando se sigue la corriente a Von der Leyen cuando aspira a contar con el respaldo de Meloni.
Asegurar a estas alturas que Meloni es una convencida conversa a la democracia es una estupidez, que puede combatirse releyendo el texto del mencionado discurso que pronunció en Marbella. Y con estas maniobras, el PP se comprime peligrosamente: pierde clientela por el centro, que huye despavorido de las nuevas inclinaciones ultraderechistas, y pierde por la extrema derecha ya que los ultras prefieren el producto genuino al sucedáneo sobrevenido. Allá cada cual con sus estrategias.