Un acuerdo en el Consejo, útil para la UE
En esas condiciones, notoriamente más arduas, el acuerdo relanza, reconociendo sus dificultades, una mayoría proeuropea.
El acuerdo político alcanzado en el Consejo Europeo (con especial protagonismo negociador de los líderes socialdemócratas español, Pedro Sánchez, y alemán, Olaf Scholz), por el que puede arrancar la Legislatura europea 2024/2029, es en sí una buena noticia para el Parlamento Europeo (PE). Y, en la medida en que establece una decisión de partida para el futuro de la UE, cuestionado como nunca por la ascendiente pujanza de fuerzas de ultraderecha nacionalista y reaccionaria, lo es para la entera UE.
Lo es, a mi juicio, al menos por tres razones. Primera, porque ha habido acuerdo, sí, y ha sido posible alcanzarlo en un tiempo tan corto como apremiante, a la vista de las condiciones empeoradas de esta Legislatura que ahora inicia en lo que respecta a la aritmética surgida de las elecciones europeas del 9J 2024. Segunda, porque en esas condiciones, notoriamente más arduas, el acuerdo relanza, reconociendo sus dificultades, una mayoría proeuropea —PPE, S&D, Renew/Liberales—, y encapsulando, por tanto, una extrema derecha recrecida, ramificada en tres Grupos a la derecha del PPE.
Tercera, porque este acuerdo valida el principio parlamentario del Spitzen Kandidat (Spitzen Kandidatin, en este caso, en la persona de Ursula Von der Leyen), al proponer al PE para su investidura como presidenta de la Comisión Europea a la candidata designada por el PPE, como Partido de la primera minoría (mayor número de escaños) en el PE, conforme a la lógica ordenada por el art.17 TUE.
No puede sorprender que, a mi parecer, la mejor noticia del acuerdo resida, sin duda alguna, en haber propuesto a Antonio Costa para la presidencia permanente del Consejo. No sólo por ser persona tan querida y respetada en la familia S&D, por su hoja de servicios y por su afabilidad, sino por incorporar, de algún modo, un desagravio en favor de su integridad y honorabilidad tras su inesperada dimisión como Primer Ministro de Portugal en 2023, en una decisión cuya causa a muchos nos pareció injusta, si es que no directamente incomprensible.
Pero la noticia más preocupante del Acuerdo seguramente es, sin embargo, la designación de Kaja Kallas, Primera Ministra de Estonia, para el puesto de HighRep, con los tres sombreros que comporta: jefa de la Diplomacia UE, Vicepresidenta de la Comisión Europea y Presidenta del Consejo de Asuntos Generales (AAEE) de la UE.
Debe anotarse que es la primera vez desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa y la Carta de Derechos Fundamentales de la UE en 2009 en que esta posición no recae en la familia S&D. Primeramente la ocupó la olvidable Kathy Ashton. Seguidamente, mejorando el papel, lo hizo Federica Mogherini; y vino después Pepe Borrell, que ha reinventado el rol, imprimiéndole un realce formidable, con su coraje y su lucidez, pero también con un activismo sobresaliente en el diseño del futuro (“brújula estratégica”) de la acción exterior de la UE y su Política de Defensa y Seguridad. Ahora la PESD pasa en manos de una personalidad procedente de la familia liberal, sin particular experiencia en relaciones exteriores —supuesta su confrontación radical con la Rusia de Putin—, y menos aún en la complejidad de su impulso a escala supranacional.
Muchos hemos tenido oportunidad de tratar a Kaja Kallas durante su mandato en el PE (2014/2018). No sólo no destacó por su visión o europeísmo, sino que su procedencia estonia condiciona su potencial respecto del mayor desafío que enfrenta la UE: su vecindad con Rusia, el país más extenso de la Tierra, frontera directa con cinco de sus EEMM, bajo la férula de Putin, en su guerra de agresión contra nuestra también vecina Ucrania.
Una guerra que, lejos de avistar un escenario de conclusión de la guerra por vía de una negociación honorable para Ucrania, amenaza con cronificarse, si es que no eternizarse, sin asomarse siquiera a la condición de posibilidad de una victoria militar ucraniana cuya premisa necesaria exige el reconocimiento de su derrota por Putin. Lo que, evidentemente, es algo que no va a pasar.
El interés de la UE consiste, claro está, en crecer y madurar, diplomática y defensivamente, hasta alcanzar la estatura de un actor globalmente relevante, y prepararse para ser influyente o decisivo en una superación negociada del sanguinario conflicto bélico actualmente en curso, con todas las exigencias geoestratégicas que tal escenario implica.
Nada indica, por ahora, que la que hasta ahora ha sido y es primera ministra de Estonia, plenamente comprometida con la intransigencia hacia Putin, pueda aportar valor al enorme desafío que comporta trascender la costosísima dinámica de una interminable guerra de desgaste hasta el agotamiento (War of Attrition), en la que hasta la fecha se han embarcado la UE y sus EEMM (con la excepción, disfuncional, de la Hungría de Víctor Orbán).
Por último, a escala europea, todos los acuerdos posibles tienen sus limitaciones y contraindicaciones. Pero la experiencia entera de la construcción supranacional durante más de siete décadas enseña inequívocamente que es mejor alcanzarlos, para poder partir de ellos, que no contar con ninguno.