¿Antisionismo o islamofobia?
El antisionismo es un despojo antiguo, y conviene vigilar que no tenga reminiscencias; el antiislamismo y la arabofobia están en cambio muy presentes en nuestro ámbito cultural, elitista y xenófobo.
A lo largo del siglo XIX, el territorio multiétnico de Israel fue poblándose de inmigrantes judíos, procedentes de la diáspora que se había producido en el año 70 de nuestra era tras la destrucción de Jerusalén por los romanos y desplazados por los numerosos progromos que habían tenido lugar en Europa y el Norte de África. A finales de aquel siglo, los judíos eran ya mayoría en la zona. En 1897 se llevó a cabo el Primer Congreso sionista en donde se proclamó la decisión de establecer una patria para el pueblo judío en Palestina (Eretz Yisra’el en hebreo).
En 1917, la Declaración de Balfour afirmaba que el gobierno británico respaldaba el establecimiento de la patria judía en Palestina, aunque sin violentar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías. Tras la primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones concedió al Reino Unido un mandato sobre Palestina. Durante la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar el Holocausto, el mayor crimen contra la humanidad de la historia, que diezmó la población judía con el asesinato a sangre fría de más de seis millones de personas.
Tras aquel horrible episodio y al acabar la Gran Guerra, la emigración masiva de judíos hacia Israel fue imparable y el Reino Unido recurrió a la PNU, que, el 29 de noviembre de 1947, decidió la partición de Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío, con Jerusalén bajo la administración de las Naciones Unidas.
La mayoría de los judíos en Palestina aceptaron aquella decisión, pero los árabes la rechazaron absolutamente, por lo que la creación material del Estado de Israel no fue pacífica, entre otras razones porque muchos cientos de miles de árabes fueron expulsados de su territorio ancestral en la llamada Nakba —catástrofe, en árabe— que representó el destierro irreversible de más de 700.000 personas y la destrucción de unos 500 poblados.
El 14 de mayo de 1948 salía de la región el último soldado británico y los judíos, con Ben Gurión al frente, declaraban el Estado judío, de acuerdo con la resolución de Naciones Unidas. Inmediatamente estallaba una guerra civil entre judíos y palestinos, e Israel, victorioso, no solo mantuvo su territorio tras la confrontación sino que lo amplió considerablemente. Desde entonces, y como es bien conocido, la enemistad entre judíos y palestinos no se ha mitigado.
El 7 de octubre de 2023, los palestinos de Hamas, Yihad Islámica y otras organizaciones atacaron la zona israelí cercana a la Franja de Gaza, provocando más de mil muertos, en su mayor parte civiles. Israel, incapaz de prever la agresión, declaró el estado de guerra por primera vez desde 1973 y respondió al ataque con una operación brutal y masiva que ya ha supuesto la muerte de unos 35.000 palestinos y la destrucción del 70% de los edificios e infraestructuras de Gaza.
Una gran parte de Occidente, que condenó en su día la agresión intolerable de los terroristas de Hamás a la población civil israelí, está respondiendo a esta desproporcionada respuesta judía con la creciente exigencia de un alto el fuego y de una acción política internacional que plasme la solución de la ONU al conflicto, basada en la creación del Estado palestino. Israel entiende que esta exigencia es una forma de antisionismo, de odio a los judíos.
Ante las reacciones desequilibradas que suscita el último conflicto palestino-israelí, habría que preguntarse si no hay en ellas más antiarabismo que antisionismo. En Estados Unidos, la Ley de naturalización estadounidense de 1790 prohibía conceder la ciudadanía a los árabes y a todos los "no blancos" en general, y los sociólogos contemporáneos detectan la pervivencia de un fuerte sentimiento antiárabe desde la segunda mitad del siglo XX.
William A. Dorman, escribiendo en 1992 sobre las relaciones entre EEUU y Oriente medio, afirmaba que mientras "el antisemitismo ya no es socialmente aceptable, al menos entre las clases educadas, el antiarabismo se considera socialmente aceptable". Desde entonces, la islamofobia en USA está aumentando, con un notabilísimo incremento debido a los ataques terroristas del 11-S de 2001 cuyos autores eran en su mayoría árabes.
Ante la defensa humanitaria que gran parte de Occidente está haciendo de la población palestina de Gaza, literalmente masacrada en represalia por el ominoso ataque del 7 de octubre, Israel está esgrimiendo quejumbrosamente la bandera del antisemitismo para que cesen las protestas contra los abusos en la franja. El argumento es falaz porque la persecución de los judíos por razones raciales es, por fortuna, un mal recuerdo, ya que las generaciones actuales, hijas de la Segunda Guerra Mundial, han superado aquellos absurdos e inhumanos prejuicios.
En España, en concreto, los judíos no son víctimas de reproche social alguno; la comunidad judía goza de la respetabilidad que merece. En cambio, “los moros” están en el inconsciente colectivo de este país y se han convertido ya en objetivo de buena parte de la derecha ultra. Es, pues, muy razonable que, para salvar este desequilibrio, España sea pionera en el reconocimiento de un Estado Palestino que impulse la solución justa del interminable conflicto.
El antisionismo es un despojo antiguo, y conviene vigilar que no tenga reminiscencias; el antiislamismo y la arabofobia están en cambio muy presentes en nuestro ámbito cultural, elitista y xenófobo, que debe abrazar e impulsar con mayor énfasis que actualmente la idea de dos estados convivientes que gestionen de la mano el fin del interminable conflicto del Próximo Oriente.