A la espera
Dentro de un partido de fútbol cabe el yo soy, la identidad, la memoria, la ilusión, el miedo, la ruleta del ganar y perder.
Mis padres tenían la costumbre de envolver con papel de regalo los juguetes que nos dejaban a mí y a mis hermanos sus majestades los Reyes Magos. Una papelería de múltiples colores se adueñaba del amanecer. En el rito de la fiesta, tan importante era el objeto deseado como la ilusión de ir abriendo los envoltorios. Primero el papel, luego la caja, por fin el juguete. Las ilusiones suelen estar rodeadas del tumulto.
La Eurocopa se acerca bien cubierta de envoltorios. Hay papeles de regalo con los más diversos dibujos. Primero, las noticia: estado de forma de los jugadores, posibles lesiones, preferencias del entrenador, la llegada a Polonia, el peligro de los otros equipos, Ronaldo ha dicho, Sergio Ramos luce un nuevo estilo, las redes sociales entran en la concentración. Después, la publicidad y las interpretaciones.
Toda publicidad tiene alma de envoltorio. Un refresco quiere vender el espíritu triunfador de la Roja como prueba de que España goza de una burbujeante energía capaz de sostener el consumo. Un político espera que la camiseta española sea capaz de demostrar en Europa la fuerza del país, dispuesto a superar la crisis y los ataques de los especuladores. Los periódicos pretenden aumentar sus ventas. Los patriotas sueñan con llenar las calles de banderas para entonar con orgullo el grito de soy español, español, español. Tal vez Manolo Escobar pueda poner el pie de nuevo en un escenario para lanzar su ¡Viva España!
Junto a la publicidad, es inevitable también el envoltorio de las interpretaciones. El fútbol es el nuevo opio de los pueblos, dice uno. El buque insignia de un país debería ser su educación pública, no su selección de fútbol, dice otro. No sé por qué se alegran tanto los catalanes ante los goles de Iniesta con la camiseta nacional, si ellos no quieren ser españoles y le silban al rey y a la bandera cuando el Barcelona juega una final, añade un tercero. Qué borregos son los forofos y que triste rebaño de desempleados, explotados, humillados, añade el ser consciente de la situación trágica del país. Ya están los aguafiestas de siempre, masones y conspiradores, protesta alguien que sólo sueña con hacer historia, que es lo mismo que conseguir un triplete, un Mundial y dos Eurocopas seguidas.
Y detrás de tanto envoltorio, bajo el griterío de papel, están la pelota, los jugadores en movimiento, los partidos, el fútbol.
Hay gente que confunde el regalo con los envoltorios. Hay gente que espera la desaparición rápida de tanto papel y tanto lazo para quedarse a solas con su fiesta: dos equipos, un árbitro y un balón. Yo pertenezco a la gente que prefiere el juego a los envoltorios sociales. Nunca he creído que un equipo de fútbol sea más que un equipo de fútbol. Tampoco menos, y ya es bastante.
No se trata de ser un purista, sino de poner las cosas en su sitio. Estoy convencido de que dentro de un partido de fútbol cabe el yo soy, la identidad, la memoria, la ilusión, el miedo, la ruleta del ganar y perder. Pero todo eso pertenece al balompié en la medida en la que participa del juego y se queda dentro del juego. Sacar las cosas fuera es abandonarse al vértigo superficial de los envoltorios.
Como espectador apasionado del fútbol, ni las victorias me consuelan de la crisis económica, ni me siento un borrego cuando grito gol. Todos los goles se meten en primera persona del singular. Por eso tienen tanta fuerza colectiva. No creo en los Reyes Magos, pero creo en mis padres.