¿Diálogo hispanoárabe? No dejemos escapar la oportunidad
El enfoque militarista provoca que las juventudes árabes y musulmanas resten legitimidad a los esfuerzos democráticos argumentando que Occidente sólo está interesado en el uso de la fuerza, con lo que el terrorismo seguirá ganando la calle en los pueblos árabes.
Es necesario un diálogo con los pueblos árabes más allá de una agenda puramente militar, como muy acertadamente destaca Baltasar Garzón en su tribuna de El País el pasado 9 de enero titulada El terror no olvida.
Coincido con Garzón en la necesidad de mayores esfuerzos sociales, culturales, humanos y políticos frente a los militares, que la historia reciente demuestra insuficientes. El enfoque militarista provoca que las juventudes árabes y musulmanas resten legitimidad a los esfuerzos democráticos argumentando que Occidente sólo está interesado en el uso de la fuerza, con lo que el terrorismo seguirá ganando la calle en los pueblos árabes.
No estoy de acuerdo con Garzón cuando habla de oportunidades que se escapan. Las primaveras árabes fueron sólo el comienzo y los esfuerzos democráticos siguen y han de seguir vivos en el mundo árabe. Hace falta paciencia estratégica, citando a Javier Solana. Paciencia y estrategia, porque ciertamente llevará décadas consolidar las democracia en Oriente Próximo, como nos demuestra nuestra propia historia o la de tantos países latinoamericanos, cada uno con sus peculiaridades.
Como en el caso de Túnez, la estrategia europea y española debería asegurar que el espacio político en los países árabes es ocupado por movimientos constitucionales bajo la bandera de los Derechos Humanos en lugar de movimientos violentos o intolerantes que desdeñan la legitimidad democrática.
Sin embargo, a lo largo de los años, independientemente del color del gobierno, la diplomacia hispanoárabe siempre acaba dando vueltas sobre sí misma, sin que se perciba progreso hacia la cooperación efectiva que correspondería a España en base a su situación geopolítica e histórica.
Desde el mundo árabe se agradecería una estrategia marcadamente española, dentro del marco europeo, al igual que se hace con Latinoamérica. Pero, por el momento, no parece que exista estrategia alguna y seguimos girando sobre los dos únicos ejes, demasiado tácticos, que limitan los esfuerzos diplomáticos de nuestro país:
1) Economía.- Adquisición de combustibles fósiles, internacionalización de empresas españolas y la captación de fondos soberanos, principalmente de países del Golfo.
2) Seguridad.- Enervación doméstica del problema del terrorismo, inadecuadas políticas de inmigración, vinculándolos entre sí y con demasiadas imprecisiones a la religión musulmana.
Dos ejes marcados por una actitud neocolonialista, más propia de Francia, el Reino Unido o los EEUU, que de un país como España donde los lazos con el mundo árabe y la reciente transición democrática posibilitan una cooperación mucho más estrecha y fructífera. Un enfoque demasiado cortoplacista que obvia la importancia de la cooperación sociocultural, educativa y sin una clara agenda política o de cooperación real con los pueblos árabes.
España podría jugar en primera línea fomentando un diálogo y cooperación efectiva con mayúsculas mediante instituciones como Casa Árabe, ESADE y la inclusión de posiciones más estratégicas como las que representan individuos de la talla de Wadah Khanfar, Javier Solana y Baltasar Garzón entre muchas otras personalidades e instituciones.
Una gran parte de la ciudadanía considera que el diálogo hispanoárabe es fundamental en un escenario global donde Oriente Próximo es un garante del equilibrio mundial.
Reconociendo la importancia de la economía y la seguridad, y como amante de la cultura y las religiones orientales, me preocupa mucho la estabilidad política del Oriente - Al Sharq (الشرق) en árabe y en castellano axarquía.
Pero es en mi calidad de miembro del consejo directivo de la Fundación Al Sharq Forum, presidida por Wadah Khanfar y dedicada a desarrollar estrategias de desarrollo político, justicia social y prosperidad de los pueblos de Al-Sharq (Oriente), que en 2013 publicaba en El País un artículo sobre el diálogo hispanoárabe subtitulado: "Vivimos en un buen momento para fomentar el diálogo hispanoárabe".
Aquel artículo del año 2013 tenía un significado y unas aspiraciones de cooperación que, aunque vigentes aún, precisaban de una explicación tras el barbárico ataque de la semana pasada al semanario Charlie Hebdo y, sobre todo, a la vista de la respuesta de nuestro gobierno.
En primer lugar, quiero precisar de nuevo que ser árabe no implica ser musulmán, al igual que ser europeo no implica necesariamente ser cristiano. Sin embargo, ambos términos se confunden con demasiada frecuencia en relación con el atentado de París. Por ello, cuando hablamos de diálogo con los pueblos árabes es importante incluir una adecuada articulación del islam y viceversa.
En segundo lugar, tal y como se ha denunciado en los últimos días, es necesario que ni los pueblos árabes ni la religión musulmana sea acusada de forma genérica ni por su oposición a las caricaturas del semanario Charlie Hebdo ni por el hecho de que los terroristas que perpetraron la matanza se llamasen a sí mismos musulmanes o fuesen de origen árabe.
En tercer lugar, quiero destacar que todos los colectivos, instituciones e intelectuales musulmanes y árabes han rechazado la deplorable acción terrorista de París, desvinculando toda acción terrorista de una interpretación aceptada y aceptable de las enseñanzas del islam. Por fortuna, gran parte de la ciudadanía está familiarizada con el islam y es sobradamente consciente de que el terrorismo es unánimemente rechazado por la gran mayoría de musulmanas y musulmanes, tanto a nivel doctrinal -como declara la unión internacional de académicos musulmanes- como en la práctica diaria, como indicaba el profesor de la Universidad de Oxford Tariq Ramadan, el extremismo es un fenómeno marginal.
En cuarto lugar, en lo que respecta al diálogo político en nuestro país, habría que comenzar por dejar de considerar al islam como un fenómeno puramente migratorio y reconocer que el islam forma parte integral en la construcción de nuestra historia. Pero, además de ello, las ciudadanas y ciudadanos musulmanes en España, sean o no de origen árabe, tienen ciudadanía española y forman parte de la construcción de nuestra historia contemporánea.
En quinto lugar, y desde una óptica social y religiosa, es fundamental reconocer que hay un islam español igual que existe un cristianismo, judaísmo, budismo o ateísmo en nuestro país. Pero, sobre todo, hay que entender y articular con claridad que el islam es una religión mayoritaria y sus practicantes son miembros importantes de nuestra ciudadanía y están amparados por nuestra Constitución.
Sirvan estas cinco ideas para continuar un diálogo ciudadano, en las redes sociales y en los medios, pero también entre la ciudadanía y sus representantes. Sin embargo, ojalá (RAE: del ár. hisp. law šá lláh, si Dios quiere) que sea nuestro gobierno quien recoja realmente el guante.
Ojalá que pronto se elabore un plan estratégico por parte de nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores, una hoja de ruta creíble para fomentar este diálogo necesario entre España y los pueblos árabes.
Ojalá que veamos una respuesta política del gobierno y los partidos políticos en la línea de una mayor cooperación con el mundo árabe tanto desde España como desde la Unión Europea, pero también, y sobre todo, desde nuestra posición en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Ojalá que dejemos las actitudes patriarcales que proponen como única respuesta a un ataque las acciones militares o que definen las relaciones entre los pueblos como exclusivamente económicas.
Ojalá, en fin, que veamos el valor de la cooperación sociocultural y política y, sobre todo, que reconozcamos las lecciones de la historia para no repetir los mismos errores.
Ojalá que pronto haya Paz y que ésta sea duradera, Insha'Allah - إن شاء الله