En qué se parece el auge de Trump y de Sanders al auge del populismo en Europa
Trump es la versión americana de un pionero del populismo: Silvio Berlusconi. A la gente le gusta el hecho de que no sean intelectuales porque los intelectuales complican las cosas, viven en un mundo irreal, enrarecido. Lo que ven es a personas que hablan claro, que quizá no son santos, pero que hacen las cosas y no se inclinan ante los dioses de la corrección política.
En Iowa, Bernie Sanders y Donald Trump demostraron ser rivales de verdad. En New Hampshire, ambos resultaron vencedores. Pero el impulso de los políticos outsiders (los que no vienen del mundo de la política) no es un fenómeno solamente estadounidense. Se refleja también en el crecimiento de los partidos populistas del viejo continente: Syriza y Amanecer Dorado en Grecia, Podemos en España, el Partido de la Libertad de Austria, el movimiento Cinco Estrellas en Italia... y la lista puede seguir.
Las diferencias entre estas personas y movimientos parecen tan abismales que puede resultar inconcebible agruparlos a todos juntos. Pero, sin duda, todos ellos forman parte de las manifestaciones de un populismo creciente.
El término requiere alguna aclaración, ya que históricamente en Estados Unidos su significado ha sido diferente al del resto del mundo. En política convencional, este tipo de populismo se ve, en el mejor de los casos, como insolvente y en el peor, como corrupto. Las élites y los intereses establecidos se han adueñado del poder político, robando a la gente de a pie sus derechos. Sanders utilizó exactamente las mismas palabras para afirmar que tanto los resultados de Iowa como los de New Hampshire "enviaban un profundo mensaje al establishment político y económico y, de paso, al establishment de los medios de comunicación". Para este diagnóstico, el populismo propone una cura: devolver el poder al pueblo, de manos de los individuos o partidos que defienden el sentido común y la justicia.
Trump y Sanders dan completamente el perfil. E incluso tienen sus homólogos europeos. Trump es la versión americana de un precursor de la oleada populista: el italiano Silvio Berlusconi. Ambos pueden ser ridiculizados por cualquier persona mínimamente intelectual como ricos bufones. Pero esto lleva a malinterpretar su atractivo. A la gente le gusta el hecho de que no sean intelectuales porque los intelectuales complican las cosas, viven en un mundo irreal, enrarecido. Lo que ven es a personas que hablan claro, que quizá no son santos, pero que hacen las cosas y no se inclinan ante los dioses de la corrección política.
Sanders, por su parte, es el hermano político del británico Jeremy Corbyn. Ambos son socialistas orgullosamente recalcitrantes que prometen enfrentarse a las grandes empresas y devolver la abundante riqueza de la sociedad a muchos, no a pocos.
Como todos los populistas, el amateurismo es una ventaja para ellos, ya que muestra su honestidad y su falta de sesgo. Los errores que dañan a otros políticos a ellos los ayudan, ya que les gusta hacer hincapié en que son más humanos que la vieja guardia de burócratas. Berlusconi, por ejemplo, no dejaba de soltar bromas que avergonzaban a muchos de sus compatriotas, como cuando afirmó haber usado sus "encantos de playboy" con la primera ministra de Finlandia, o cuando llamó a un europarlamentario alemán "vigilante de un campo de concentración". Esto perjudicó a sus resultados tanto como las indignantes intervenciones de Trump le han perjudicado a él: nada.
El hecho de que la prensa seria y el establishment político estén alarmados por el auge de los populistas sólo confirma que tienen algo que temer. Y es verdad que tenemos algo que temer. El populismo es invariablemente simplista, tanto en el análisis de los problemas como en sus soluciones. Los planes de Trump de construir un muro en la frontera mexicana y de acabar con el Estado Islámico son muy peligrosos y no tienen sentido. Los planes de Sanders no son tan insensatos, pero aun así, la idea de que se puede soportar un incremento del gasto público mediante un aumento masivo de los impuestos a las corporaciones va en contra de la economía de base, que demuestra que es mucho más difícil incrementar la recaudación fiscal.
Si queremos evitar acabar en el callejón sin salida del populismo, hay que empezar a reconocer que tienen sus motivos. Cuando Sanders habla de un "sistema de financiación de campaña corrupto" y de una "economía amañada", como hizo tras las primarias de Iowa y New Hampshire, tiene parte de sentido lo que dice. Hay mucha verdad en la idea de que la política ha dejado de servir a la gente en el mundo democrático.
Al perseguir el loable objetivo de liberalizar el comercio y abrir los mercados, los Gobiernos occidentales han cedido demasiado poder a las corporaciones e individuos ricos, entre los que se incluye un tal Trump. Al buscar el apoyo de votantes indecisos, han descuidado los intereses de todo el mundo, sobre todo de los más desfavorecidos. Al profesionalizar su campaña, han perdido sus conexiones de base y su autenticidad, convirtiéndose en marcas insípidas.
Los principales partidos que ofrecen políticas realistas tienen que responder a los populistas, no robándoles su ropa y sus políticas, sino demostrando que ellos no están desnudos. La elección entre estas dos opciones ahora mismo se está llevando a cabo de una forma dramática en Estados Unidos. Del lado republicano, el populista Tea Party ha cambiado el centro de modo que sus principales candidatos se han adaptado de una u otra forma a la melodía populista.
Marco Rubio y Ted Cruz están compitiendo básicamente con Trump en sus términos, sin desafiar demasiado su populismo, sino más bien asegurando que ellos ofrecen una versión más realista de ello. Por ejemplo, en el último debate televisado de la ABC, Ted Cruz adoptó la retórica populista anti-establishmental afirmar: "Siempre estaré con el pueblo americano frente a la corrupción bipartidista de Washington". En Europa el aspecto más inquietante del populismo no es tanto la parte de votos que está arrebatando, sino cómo se está llevando el centro a su terreno.
Hillary Clinton, sin embargo, está intentando algo bastante diferente, concediendo que los simpatizantes de Senders tienen quejas legítimas, pero insistiendo al mismo tiempo en que él no tiene las respuestas. Después de New Hampshire reconoció que "la gente tiene todo el derecho a estar enfadada", aunque añadió un importante pero: "Pero también tienen hambre. Tienen hambre de soluciones", soluciones que -se entiende- Senders no posee. Está mostrando discretamente que la política seria no es tan fácil como sostiene Senders, pero que ella también quiere muchas de las cosas que quiere su rival. De ahí que, tras los resultados de Iowa, afirmara "estar en la larga línea de reformadores estadounidenses" que creen "que el statu quo no es lo suficientemente bueno".
Hay que ejecutar un número de equilibrismo, reconociendo lo que el populismo identifica correctamente como los graves problemas de nuestra política y oponiendo resistencia a los detalles a menudo conspiratorios y a las soluciones simplistas e impracticables. Para ello, no hay que apartar a los populistas ni tampoco hacerles demasiadas concesiones. Lo que hay que hacer es defender que la sociedad sólo puede mantenerse unida y progresar si adopta un tipo de política más moderada, consensuada, aburrida y convencional.
El problema ahora mismo en Estados Unidos es que los principales defensores de este rumbo forman una parte tan profunda del odiado establishment que ganarse la confianza es casi imposible. Lo mejor que podemos esperar es que el arrebato populista se contenga en 2016 y que, para las elecciones presidenciales, haya una nueva generación de políticos sensatos con pensamiento independiente que sea capaz de capitanear el contraataque.
Estados Unidos no es Europa. Independientemente de si se ve como motivo de lamento o celebración, siempre es una advertencia contra aquellos que generalizan sobre Occidente basándose en la observación de un solo continente. Sin embargo, los paralelismos políticos entre Estados Unidos y Europa en cuanto al populismo resultan tan llamativos que debemos tomarnos en serio la idea de que está ocurriendo algo muy importante en las democracias a ambos lados del Atlántico. Para responder a ello, sea desde donde sea, hay que analizar lo que sucede más allá de nuestras propias fronteras.
Este post fue publicado originalmente en 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano