"¡Vergüenza!"
"¡Vergüenza!". Esa es la palabra más repetida en el Parlamento Europeo a propósito de la "crisis de los refugiados". Discursos que expresan sentimientos cuya bondad se estrella contra el pésimo estado de una Unión Europea que no es ni sombra de lo que dijo ser y nos prometió que sería.
"¡Vergüenza!". Esa es la palabra más repetida en los numerosos debates que hemos podido escuchar en el Parlamento Europeo a propósito de la emergencia humanitaria que llamamos "crisis de los refugiados". Discursos que expresan sentimientos cuya bondad se estrella una y otra vez contra el pésimo estado de una Unión Europea que no es ni sombra de lo que dijo ser y nos prometió que sería.
He tomado parte en esos debates, tanto en la Comisión LIBE (Libertades, Justicia e Interior), como en el Pleno de Estrasburgo y en el Pleno Extraordinario que tuvo lugar en Bruselas. A pesar de la elevada temperatura emocional de esas sesiones, el balance es entristecedor.
No nos enfrentamos solamente a un fraude de la identidad de Europa. Esta Europa ya no se parece a Europa; de hecho, ya no es Europa. No solamente no lo es para los refugiados, sino que tampoco lo es para los propios europeos: irónica y afortunadamente, la ciudadanía europea se ha puesto muy por delante de las instituciones europeas y de los Gobiernos nacionales de los Estados miembros en su capacidad de acogida, en su atención y respuesta voluntaria a la emergencia humanitaria.
No nos enfrentamos, tampoco, ni principalmente, a un problema de ausencia de voluntad política.
Estamos, también, y sobre todo, ante un grosero incumplimiento del propio Derecho Internacional Humanitario y de los tratados en vigor: la Convención de Ginebra de Protección de Refugiados (1951) y la Carta de Derechos Fundamentales de la UE (art. 18) vinculan a la propia UE y a todos sus miembros, muchos de los cuales consagran el derecho de asilo en sus constituciones (artículo 16 de la Constitución alemana; artículo 13 de la Constitución española).
Por consiguiente, no basta con gritar "¡vergüenza!". Hay que añadir: "¡Acción! ¡Acción ahora!". Es lo que los europeos tenemos derecho a esperar de la Comisión frente a los Estados miembros que se enfrentan a la "crisis de los refugiados", como se le ha llamado, con herramientas policiales y construyendo muros y barreras que son la negación de Europa, de sus valores fundamentales, de sus libertades constitutivas y de cuanto representan.
Porque, habría que repetirlo, esta "crisis" es una emergencia pero no es una sorpresa; requiere respuesta inmediata, pero sus causas de fondo no pueden ser atajadas con pareja inmediatez: no se van a disolver mañana ni pasado mañana.
Y no es una crisis "europea": más de cuatro millones de sirios (un cuarto de su población) se hacinan como refugiados en Líbano, Jordania, Turquía... Y en Macedonia, y en Serbia. Países todos ellos fuera del espacio europeo de libertad de circulación que conocemos como Schengen.
No bastan encendidos discursos ni refinados análisis; hace falta actuar. Acción, sí, es lo que exigimos por parte de la Comisión. Acción ahora. No solo bellas palabras, palabras conmovedoras. Sino, sobre todo, acción contra los miembros que incumplen el Derecho Europeo: la Hungría del Gobierno de Viktor Orbán -notorio miembro del PP europeo, no se pierda de vista- para empezar a hablar.
El desafío es humanitario y no admite respuesta militar ni policial, como pretende Orbán. Porque la UE que ahora añoramos surgió de las cenizas de cien guerras para que nunca más tuviéramos que ver un ejército patrullando fronteras entre sus Estados.