La tragedia en Lampedusa es la tragedia de Europa
No basta expresar compasión, ni es suficiente lamentar y condenar la falta de solidaridad que habita en la desigualdad, la injusticia y la miseria que lleva a tantos africanos a arriesgar la vida y, a cada tanto, a perderla.
La tragedia de la muerte de cientos de seres humanos que huían de la desesperación en zonas de terrible conflicto, obliga a resonar de nuevo la alarma en la conciencia de Europa. No basta expresar compasión, ni es suficiente lamentar y condenar la falta de solidaridad que habita en la desigualdad, la injusticia y la miseria que lleva a tantos africanos a arriesgar la vida y, a cada tanto, a perderla.
Europa debe hacer frente de una vez a sus responsabilidades. Para empezar, realzando la transformación y el impulso experimentados por el Espacio Europeo de Libertad, Seguridad y Justicia en el Tratado de Lisboa. Y consecuentemente, con una política exterior comprometida realmente con los derechos humanos y los valores y principios con que el Derecho Europeo gusta de llenarse la boca. La política de asilo y refugio y de gestión de las fronteras exteriores y la circulación de personas son, ahora por fin, desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa (1 diciembre 2009) una política europea, sujeta a la legislación del Parlamento Europeo. El Parlamento Europeo ha completado en el curso de esta legislatura (2009-2014) la adecuación a Lisboa de todo el derecho de asilo y del espacio Schengen de circulación de personas. Y sin embargo, tanto el Consejo (que representa a los gobiernos nacionales) como particularmente algunos de los Estados miembros continúan todavía comportándose como si fuera su competencia exclusiva.
¿Hay que recordar que ya estaba en vigor el Tratado de Lisboa cuando, ignominiosamente, Berlusconi y Sarkozy decidieron restablecer las fronteras interiores en la UE alegando que los "flujos" de la "primavera árabe" (20.000 refugiados que huían de la guerra en Libia) eran "insoportables"? Sólo ante la reiteración de tragedias de tan enorme calado como este último naufragio se cambian ahora los discursos de algunos gobiernos irresponsables. ¡El Gobierno italiano, trufado de dirigentes del partido de Berlusconi que han criminalizado la inmigración irregular, brama ahora la "ayuda al emigrante", con notoria hipocresía, pidiendo a gritos la intervención de la UE! La Comisión −así lo ha expresado Cecilia Malmström, comisaria de interior− replica que no pueden quejarse de "inacción" de la Comisión quienes pelean por retener el control de sus fronteras exteriores como si no fuera ya una política europea, y niegan a la Agencia Frontex y a las operaciones de salvamento marítimo los recursos presupuestarios necesarios para estar a la altura del desafío que supone rescatar de los naufragios a los desesperados.
Insisto como presidente de la Comisión de Libertades, Justicia e Interior del Parlamento Europeo: en esta legislatura se ha actualizado y reforzado la legislación sobre Asilo y sobre las fronteras exteriores (el llamado "Paquete Schengen"). Pero todavía es preciso llenar de contenido la (actualmente incumplida) cláusula de "solidaridad" (art. 80 TFUE), que obliga a los Estados miembros a asistirse mutuamente, y a no abandonar a su suerte a cada país (sea España, sea Grecia, sea Malta o sea la misma Italia).
Es preciso reforzar la cooperación con los países de origen, e incrementar el apoyo económico y social al desarrollo de los pueblos sometidos actualmente a la exasperación de la desigualdad y apoyarla anímica y socialmente.
Deben intensificarse las relaciones diplomáticas y de cooperación con los países de tránsito, y es preciso reforzar el apoyo a la gestión de flujos de inmigración en el Mediterráneo.
¡Y hay que abrir de una vez los canales legales para la inmigración! Hay que denunciar, combatir y derrotar la actual mirada hostil a la inmigración en sí: la misma mirada al prejuicio que, de acuerdo con el enfoque conservador dominante en Europa, pretende que la inmigración es, sin más, una "amenaza a la seguridad interior". No lo es: es un factor dinamizador y una contribución a la reanimación de una Europa sumida en una profunda crisis política y moral.
Además, hay que asumir de una vez que las fronteras exteriores de cada Estado miembro deben ser controladas y gestionadas como fronteras comunes de la UE: son un genuino desafío de política europea, y deben ser gobernadas desde instituciones comunes y responsabilidades compartidas.
Además, todos estamos obligados a proveer ayuda y auxilio ante la desesperación. La denegación de auxilio es un delito en España. ¡La responsabilidad penal de quienes rehusaron ayudar a los somalíes y eritreos que estaban ahogándose en el mar debe ser depurada hasta sus últimas consecuencias! Y la indigna legislación italiana en la materia debe ser derogada de inmediato, conformándose a estándares europeos que reflejen un mínimo de dignidad colectiva: ése es el retrato moral que Europa ofrece actualmente ante el mundo. Y es del todo inaceptable.
Finalmente, es preciso incrementar la financiación 2014-2020 en todas y cada una de las áreas de procesos de cooperación, inmigración y operaciones de rescate y salvamento marítimo. Vaya este mensaje rotundo a los gobiernos que racanean los imprescindibles recursos con el pretexto de la crisis que sus disparatadas políticas han contribuido a prolongar.
Una vergüenza, sí. Una auténtica vergüenza este corolario siniestro en la historia de opresión contra la que se desataron esas "primaveras árabes" que un día ya lejano (y cada vez más olvidado) sacudieron las conciencias y las responsabilidades de Europa en el Mediterráneo.