En enero de 2017, más rebajas
La podemización de la política está contribuyendo a que quienes tienen una representación de cierta relevancia pública se vean obligados a tratar de mantener un comportamiento público similar al de cualquier paisano: sueldo bajo, viajar en metro y cobrar algo más del salario mínimo interprofesional. Así que a nadie debería extrañarle el hecho de que profesionales prestigiosos que tuvieron inclinaciones sociales o políticas y que podrían contribuir a mejorar la calidad de la democracia y el brillo de las Instituciones prefieran seguir con su fama al margen de la política
Foto: EFE
Antes de la muerte de Franco y durante la Transición española, la dedicación a la actividad política constituía en la mayoría de los casos un ejemplo de dignidad, valentía y altura de miras. En la mayor parte de los casos, el compromiso acompañaba a quienes se dedicaron a esa actividad. La cosa ha ido enredándose de tal manera que ahora esa dedicación-absolutamente necesaria para que la democracia exista- es sospechosa. Lejos de dar brillo, lo que hace es empañar la imagen. Antes, la familia aconsejaba no dedicarse a la política porque resultaba una actividad peligrosa para quienes habían vivido en sus carnes el fracaso de la II República y el terror de la dictadura. Ahora, las familias vuelven a aconsejar la no dedicación porque aparece como una actividad vergonzosa a los ojos de muchos ciudadano.
En el debate organizado por El País el pasado mes de diciembre entre los candidatos a presidente del Gobierno, el moderador del debate preguntó como última e importantísima cuestión por el sueldo que pensaban ganar los que aspiraban a llegar a la Presidencia del Gobierno. Llegó el tío Paco con las rebajas. Ninguno de ellos fue capaz de decir que ganarían algo menos que el director del medio que organizó el debate. Un poco menos, porque ya se sabe que el director de un periódico en España tiene una mayor consideración que el presidente del Gobierno. La podemización de la política está contribuyendo a que quienes tienen una representación de cierta relevancia pública se vean obligados a tratar de mantener un comportamiento público similar al de cualquier paisano: sueldo bajo, viajar en metro y cobrar algo más del salario mínimo interprofesional. La diferencia es que el paisano es anónimo y el presidente del Gobierno, por ejemplo, no lo es. Tan cercanos al ciudadano se están poniendo que cualquier insensato puede abofetearlo (como le ocurrió al Sr Rajoy en la campaña de diciembre) o matarlo si se pone a ello.
Así que a nadie debería extrañarle el hecho de que profesionales prestigiosos que tuvieron inclinaciones sociales o políticas y que podrían contribuir a mejorar la calidad de la democracia y el brillo de las Instituciones prefieran seguir con su fama al margen de la política, porque si se comprometen, les ocurrirá lo siguiente: nada más entrar, perderán la condición de ciudadanos respetables para pasar a la condición de individuos sospechosos. Saldrán de la política institucional a los cuatro años si lo hacen mal y a los ocho si lo hacen bien (ya saben, lo de la limitación de mandatos). Como les exigirán dedicación exclusiva, no podrán seguir trabajando en sus especialidades, por lo que les resultará casi imposible volver a la cirugía, o a la abogacía, o a la ingeniería o a tantas profesiones que no permiten ausencias prolongadas salvo que se esté dispuesto a perder el sitio profesional. La dedicación exclusiva les obligará a tener un sueldo equiparable a tres veces el SMI, a enseñar los bolsillos cada mañana y a obligar que los enseñen los cónyuges, los hijos y los tíos lejanos. Debido a la mala imagen de la puerta giratoria, no podrán ejercer su profesión porque perdieron el sitio que tenían, pero tampoco podrán emplearse en otras actividades que serán consideradas sospechosas. Ya no estarán aforados y estarán expuestos a que el día menos pensado, un juez de cualquier juzgado de instrucción, aburrido, aforado él, y con afán de protagonismo, los investigue por una denuncia (tal vez falsa), pero que significará la condena mediática y la expulsión del puesto político o institucional que ostentaban. Y al final, todo el mundo pensará que si están en eso de la política, es porque no saben hacer otra cosa.
Nada es nuevo bajo el sol. En 1920, Ortega y Gasset escribía en su España Invertebrada (Ed. Taurus, pag.446): "Pica a la verdad, en historia, la unanimidad con que todas las clases españolas ostentan sus repugnancias hacia los políticos. Diríase que los políticos son los únicos españoles que no cumplen con su deber ni gozan de las cualidades para su menester imprescindible. Diríase que nuestra aristocracia, nuestra Universidad, nuestra industria, nuestro Ejercito, nuestra ingeniería, son gremios maravillosamente bien dotados que encuentran siempre anuladas sus virtudes y talentos por la intervención fatal de los políticos. Si esto fuera verdad, ¿cómo se explica que España, pueblo de tan perfectos electores, se obstine en esos perversos elegidos?".
Si hubiera elecciones en diciembre, en enero de 2017 habrá nuevas rebajas.