Jeremy Corbyn tiene algo que decirle a la izquierda europea

Jeremy Corbyn tiene algo que decirle a la izquierda europea

EFE

"¿Y si el fin del neoliberalismo comienza este viernes?", se preguntaba en el título de su artículo hace unos días el filósofo inglés Timothy Appleton, que tiene un blog muy interesante en El Huffington Post para entender los meandros de la política inglesa.

Quizá pueda haber un pequeño exceso de optimismo, pero los resultados de las elecciones británicas siguen marcando un camino fuera de los consensos clásicos de los últimos treinta años, justo allí donde, como señala Appleton, Margaret Thatcher emprendió una guerra ideológica casi personal contra todo lo que tuviera aroma a socialismo.

El buenísimo resultado de los laboristas de Jeremy Corbyn, que sacan cinco puntos porcentuales más (40%) que Tony Blair en su última victoria electoral de 2005 (35%) y sólo dos menos que los conservadores en estas elecciones -destinadas a triturar a los laboristas- refleja varias cuestiones significativas.

Una, la importancia de un liderazgo honesto y auténtico. El viejo barbudo antimilitarista Jeremy Corbyn, con modales pausados y afables, con un discurso inclusivo, alejado de la suntuosidad del poder y la autosatisfacción vanidosa de cierta progresía, ha sabido conectar con las ansias de renovación política que bullen en el tejido social británico, sobre todo entre los jóvenes. Corbyn hace lo que dice, sin aparentar tacticismos. No es un día de centro y otro de izquierdas, como Pedro Sánchez. Ni presenta una moción de censura al Gobierno de la derecha en el mejor momento para meterle el dedo en el ojo al PSOE, como Pablo Iglesias. ¡Qué envidia!

Dos, se puede crecer electoralmente con un programa de izquierdas. Quizá no fuera posible en los años noventa o en la primera década de este siglo, con el mantra liberal asumido de que lo público funciona mal y el Estado es un ogro para el individuo. Pero la crisis de 2008 lo ha cambiado todo, el precariado sufre cotidianamente, y la gente joven no parece tener los prejuicios ideológicos de sus padres. Por mucho que le disguste a quienes en la izquierda han abrazado con fervor la ola Macron, un programa que habla de renacionalizar los ferrocarriles, el correo, de crear empresas públicas de energía o de incrementar los impuestos al 5% más rico para financiar mejoras en sanidad, escuelas o asegurar la gratuidad de las universidades ya no parece tan mala idea para muchos sectores.

Tres, la política social puede recomponer las viejas alianzas entre distintas clases dentro de la izquierda. Todavía faltan por analizar muchos datos en profundidad, pero el laborismo mantiene sus feudos en las zonas tradicionalmente laboristas, con fuerte identidad obrera, y entre las clases jóvenes urbanas londinenses. Han conseguido evitar un desplazamiento en masa de las clases trabajadoras a opciones nacionalistas -como sí ha ocurrido en Francia o en el mismo referéndum del Brexit- y conjurar la desconfianza de estos sectores hacia la progresía urbanita y cosmopolita. Incluso el voto de UKIP, que se esperaba que fuera en masa a los conservadores, parece haber recalado en un tercio del total en los candidatos laboristas.

La prensa progresista tendrá que revisar esa obsesión por la que todo aquello que se aleja de los parámetros de la Tercera Vía de Tony Blair es añeja nostalgia comunista.

Cuatro, la importancia de la unidad de la izquierda. Casi toda la izquierda británica está hoy en día en el partido laborista, desde las posiciones más social-liberales hasta los trotskistas. Y aun así han conseguido crear un programa político englobador e ilusionante. Si en España o en otros países no ocurre lo mismo, al menos habrán de sentarse los distintos sectores y encontrar puntos en común para construir un programa nacional y europeo con el que darle un giro político a la Unión Europea. ¿Qué habría pasado en Francia si Mélenchon y Hamon hubieran unido fuerzas en la primera vuelta?

Y cinco, el fracaso rotundo del establishment mediático, que ya no es el narrador hegemónico de la realidad. La prensa de derechas se tendrá que inventar algo nuevo para desprestigiar a Corbyn, porque parece que representarlo hasta ayer mismo como un filoterrorista marxista-leninista no le ha funcionado. La prensa progresista tendrá que revisar esa obsesión por la que todo aquello que se aleja de los parámetros de la Tercera Vía de Tony Blair es añeja nostalgia comunista. La conversación política, al menos en la izquierda, ya no admite tutelas paternalistas. La información y la opinión se mueven tan libremente que un columnista de The Guardian puede tener menos alcance que un bloguero activista o que un reportaje de la periodista Ash Sarkar en Novara Media, un medio desacomplejadamente de izquierdas. Ya Owen Jones reconocía hoy haberse dejado llevar por una cierta campaña de desprestigio hacia Jeremy Corbyn, donde incluye también a su propio periódico, The Guardian.

Hace justo una semana, Calum Campbell, el hijo de Alastair Campbell, gurú de comunicación de la Tercera Vía de Tony Blair, contaba en un artículo cómo la campaña de Corbyn había transformado su visión de la política. En un mezcla de autocrítica y asesinato simbólico del padre, abrazaba el nuevo radicalismo igualitarista y democrático que ha germinado en el laborismo actual y destacaba cómo Corbyn ha conseguido que mucha gente de su generación visualice que existe una alternativa a la hegemonía conservadora.

Cosas de la vida, dentro de justo una semana, los socialistas españoles comienzan su congreso. Hay signos para la esperanza, como el documento de Por una nueva socialdemocracia, que pone al PSOE de vuelta en el debate ideológico profundo sobre lo que debe ser el socialismo europeo en el siglo XXI.

Pero eso no garantiza que el PSOE vaya a conseguir abrir sus estructuras para volverse a empapar de la radicalización democrática que se ha producido entre la gente de izquierdas de este país a partir del 15-M: si uno mira atento a alguna agrupación socialista de su pueblo o ciudad, puede que vea cómo culebrea elapparatchik de turno, sin más mérito que el de haber estado siempre ahí, para intentar mantener un huequito a toda costa. En La Laguna, mi ciudad, ocurre, y algunos son de Sánchez: mala compañía para una revolución democrática.

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Jorge Berástegui, nacido en La Laguna (Tenerife) en 1980, estudió en La Escuela UAM/EL PAÍS y luego se doctoró en Lenguas Modernas y Literatura por la Universidad de Alcalá. Tras ocupaciones varias en países diversos, ahora trabaja en El Huffington Post como editor de blogs.