España, Cataluña y los cómplices de Rajoy
Dos cuestiones de la actualidad política española no dejan de sorprenderme. La primera es la cuestión catalana: la resolución de independencia es el punto último de un cúmulo de inoperancias. La segunda es que, para todos los sondeos electorales, el vencedor innegable sea Mariano Rajoy.
Dos cuestiones de la actualidad política española no dejan de sorprenderme. La primera de ellas es la cuestión catalana, y cómo se han precipitado los acontecimientos. La resolución de independencia aprobada en el Parlament es el punto último de un cúmulo de inoperancias varias.
De un lado, porque del Partido Popular, y concretamente de Mariano Rajoy o de García Albiol, cada día surgen nuevos adeptos a la causa independentista, resultado de un discurso nacionalista español tan ciego como rancio.
De otro, porque las miserias económicas y políticas de un gobierno como el de Artur Mas han encontrado un foco óptimo, a modo de rédito político, en la prioridad que ha supuesto el cleavage nacionalista. Un cleavage en el que la ideología queda relegada a un segundo plano y que permite albergar alianzas tan dispares como la que aúna al partido conservador con opciones en su antípoda ideológica, como las CUP o Esquerra Republicana.
Tanto desde el Gobierno central como desde el Gobierno catalán se han olvidado de un elemento fundamental, y es que la democracia se construye con legitimidad y con convicciones ciudadanas. Legitimidad antes que legalidad. No al revés, como concibe el actual Partido Popular, anclado en una defensa a ultranza del ordenamiento jurídico constitucional, a efectos de preservar un statu quo sin atisbo de cambio alguno pero por completo inoperante.
A su vez, Mas interpreta los resultados autonómicos como una (dudosa) victoria en clave plebiscitaria que traiciona la forma desde la cual hacer valer el derecho que toda nación cultural tiene a erigirse en nación política independiente.
Desde el Gobierno central siguen sin entender algo que en sociología se conoce como el Teorema de Thomas (1923), es decir, si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias, y es ahí donde la cuestión catalana amerita de una solución integradora.
Una solución que pasa por más y mayor democracia, y que debe tener su punto de partida en la respuesta a un plebiscito real -no como lo concibe Mas-, garante de la legitimidad, transformador, si así se decide, de la legalidad, y sin presiones mezquinas, como la amenaza de excluir a Cataluña del escenario de libre circulación de personas, bienes, capitales y servicio que representa la Unión Europea.
La segunda cuestión que me sorprende es que, para todos los sondeos de opinión, desde el CIS a Metroscopia o Demoscopia, el vencedor innegable sea el Gobierno de Mariano Rajoy. Un Gobierno con un déficit de legitimidad de origen, basado en su incumplimiento categórico de buena parte de sus compromisos en la campaña electoral de 2011. Un Gobierno salpicado por escándalos de corrupción que, en ocasiones, hacían que más que un partido pareciese un grupo de crimen organizado.
Un gobierno que, como señalaba la semana pasada The New York Times, ha favorecido una situación de medios de opinión desdibujada por presiones políticas, control gubernamental y falta de objetividad. Un gobierno enemigo de la crítica, que no ha dudado en criminalizar la protesta civil a través de la consabida "ley mordaza". Un gobierno que, contrario al Estado de Bienestar, ha llevado a España -como nos muestra Eurostat- a los peores registros en Europa en cuanto a vulnerabilidad, pobreza infantil, inequidad o desempleo.
Así, lo anterior me conduce a dos reflexiones finales. La primera, que hasta el momento la democracia española no ha estado a la altura de resolver, de una forma integradora, la cuestión de Cataluña. La segunda, que, por desgracia y pese a todo, Rajoy cuenta con millones de cómplices que respaldan todo el elenco descrito de despropósitos contra la democracia en España.
Cómplices que, en el peor de los casos, pueden encontrar como segunda opción de voto a Ciudadanos, lo cual pondría en evidencia una posible traslación del electorado español, de su tradicional posición de centro-izquierda hacia otra de centro-derecha, cada vez más consolidada.