Xenofobia, proteccionismo y Europa en 2013
¿Cómo justificar subsidiar un sector como el siderúrgico, que es uno de los que mayores emisiones de CO2 produce? El ministro de Renovación Industrial propone nacionalizar los altos hornos hasta que lleguen tiempos mejores en caso de que Arcelor Mittal dejase que estos se apaguen y que algún otro grupo los retome.
Comienzo 2013, el quinto año de la Gran Recesión de vuelta en Europa, más concretamente en París (y no en España, mal que me pese). El año se anuncia difícil, como he escrito con anterioridad en este blog, es indudable que la Gran Recesión ha desatado una ola de xenofobia en el mundo desarrollado latente con anterioridad a la crisis. Cuando vivía en Suiza, la UDC, el partido del millonario ultraderechista Christoph Blocher inundaba mi buzón con panfletos acusando a los extranjeros de todos los (pocos) males que aquejan a Suiza cada vez que se avecinaba una elección. Desgraciadamente este partido es el más votado en el país alpino desde 1999, por lo que tiene ya cierta solera y su discurso se ha vulgarizado desde hace tiempo entre una parte importante de la población.
En Singapur, país en el que residí unos meses, el auge xenófobo es mucho más reciente y desconcertante, puesto que la ciudad-estado debe en parte su prosperidad a su apertura al exterior y al hecho de que es la izquierda la que la azuza. El lema Singapore for Singaporeans ha calado y los programas que me permitieron inmigrar legalmente allí hoy ya no existen (como es el caso del EPEC) o bien han endurecido sustancialmente sus condiciones (por ejemplo en el PEP).
Resulta un tanto sorprendente que no se haya producido también un giro radical hacia el proteccionismo, y las pocas voces que preconizan un enroque en este sentido (generalmente desde la izquierda) no han recibido por lo general demasiado eco en Europa, y afortunadamente, en mi opinión.
Sintomáticamente es en Francia, gobernada en este momento por la izquierda y con una política económica de tradición colbertista donde se perciben mayores presiones en este sentido. En el país vecino a día de hoy el debate más candente, nunca mejor dicho, concierne al futuro incierto de los altos hornos de Florange, en Lorena. Florange se ha convertido en el pueblo más popular de Francia -con la posible excepción de Bugarach- desde que Arcelor Mittal anunció un expediente de regulación de empleo que debería conducir más que probablemente al cierre de los altos hornos, pero el Gobierno francés no se resigna dado que el cierre de Florange sería percibido por muchos electores de Hollande como una traición.
Arnaud Montebourg, el ministro de Renovación Industrial es un teórico de la desglobalización y propone nacionalizar los altos hornos hasta que lleguen tiempos mejores en caso de que Arcelor Mittal dejase que estos se apaguen y que algún otro grupo retome la acería posteriormente, y una mayoría de franceses lo secundan. Con unas ventas de automóviles nuevos en caída libre en Francia (un 14% menos en 2012, que afecta especialmente a las marcas francesas, para más INRI) y un 2013 con perspectivas poco halagüeñas la posibilidad de que los altos hornos recuperen la rentabilidad es una hipótesis poco creíble y resulta mucho más probable que los contribuyentes franceses acaben financiando la actividad de Florange, lo que a riesgo de equivocarme, sería en mi opinión un grave error.
¿Cómo justificar subsidiar un sector como el siderúrgico, que es uno de los que mayores emisiones de CO2 produce? Es este tipo de actividades altamente contaminantes las que uno casi se alegra razonadamente de que no se produzcan en su país. La razón por la que se puede llegar a una situación tan absurda es que los trabajadores de los altos hornos son muy visibles y combativos, ya que como es lícito defienden sus intereses con uñas y dientes. Si los altos hornos cerraran perderían sus empleos, pero ¿qué ocurre si no se cierran? Pues que mucha otra gente, invisible pero no por ello menos real, pierde sus empleos: importadores de acero por supuesto. Pero es que además si Francia compra su acero pongamos en la India en vez de en Lorena, el productor indio recibirá a cambio unos euros que gastará en bienes o servicios, una parte de ellos en la propia Francia y otra pongamos en Alemania o en España, que a su vez gastarán una parte de los euros que reciban en importar bienes o servicios de Francia, pero aquellos en los que el país vecino sea realmente competitivo y para los que subirán las exportaciones.
Finalmente, dejar que los altos hornos cierren es seguramente neutro en términos de destrucción de empleo, pero es mucho mejor para el consumidor francés, que pagará menos por el acero y por los muchos productos con componentes de acero. También para el contribuyente francés, que se ahorrará la factura o bien podrá dedicarse a subsidiar actividades que realmente merezcan la pena, como por ejemplo el desarrollo del coche eléctrico.
Existe además un argumento moral de indudable peso: el desarrollo de países como la India, tan justo y necesario, depende en gran medida de que países como Francia no pongan trabas al libre comercio. Restringir el comercio no va a ayudarnos en ningún caso a salir de la crisis ni a crear empleo.