Cuando éramos Alemania
La narración de lo ocurrido antes de la crisis ignora a menudo que en España éramos campeones del rigor presupuestario para, al contrario, tratar de explicar los problemas que nos afectan como consecuencia directa del derroche, antes que explicarla por los desequilibrios causados por la integración en el euro.
De vez en cuando resulta extremadamente interesante echar mano de la hemeroteca: pronto se cumplirán diez años de la ruptura oficial del pacto de estabilidad europeo. Y cabe recordar aquí que fue Alemania quién rompió formalmente el pacto por el que los países de la Eurozona no sobrepasarían la barrera del 3% del déficit público, si bien echando un ojo a los datos de Eurostat se puede ver que ya en 2001 tanto Alemania como Italia habían rebasado dicho límite y Grecia, que se unió al club ese mismo año no respetó jamás el pacto.
En 2003 Alemania estaba aún pagando el pato de la reunificación y se disponía a embarcarse en un plan de recortes bastante duro conocido como Hartz IV. Además de las reformas, durante esos años la economía alemana se hizo más competitiva en términos relativos porque los sueldos allí subieron menos que en los países de la periferia.
Nuestro caso es bien distinto, por aquél entonces España era el alumno más aplicado de la clase: de 1999 a 2007 nuestra economía estuvo dopada por el euro, durante el aznarato defendíamos las bondades del déficit cero y durante la primera legislatura de Zapatero teníamos superávits presupuestarios. La situación cambió radicalmente en 2008 con el estallido de la crisis y lo ocurrido desde entonces lo tenemos tristemente más fresco en la memoria.
Pese a estos antecedentes, la narración habitual de lo ocurrido antes de la crisis ignora a menudo el hecho de que en España éramos campeones del rigor presupuestario para, al contrario, tratar de explicar los problemas que hoy nos afectan como consecuencia directa del derroche de las administraciones antes que explicarla por los desequilibrios causados por la integración en el euro. Derroche, haberlo, lo hubo, y lo sigue habiendo de forma evidente con cada línea del AVE que seguimos constuyendo, pero de forma general las cuentas cuadraban, es decir, se dilapidó dinero público en partidas innecesarias pero de forma conjunta no se gastó demasiado ni irresponablemente, como sí fue el caso en Grecia.
Para los alemanes y sus socios triple A resulta más fácil meternos a todos en el mismo saco y simplificar la historia, que además es una historia con moralina: los países en crisis deben purgar hoy los excesos cometidos ayer y adelgazar sus presupuestos mediante políticas de recortes. Al fin y al cabo, ¿no fue eso lo que hizo Alemania antes de la crisis, con las medidas Hartz IV?
En este punto es preciso recordar un par de cosas: incluso después de la reforma Hartz IV el gasto público en relación al PIB y el desarrollo del Estado del bienestar en Alemania superan los sueños más salvajes de ZP, y cuando Alemania lo estuvo pasando mal no hace tanto se pasó por el forro el pacto de estabilidad: la actual obsesión por el déficit es ridícula y las curas de austeridad, probado está, no funcionan. Y sin embargo el moribundo Gobierno de ZP quiso contentar a Merkel convirtiéndonos en el único país en adoptar la regla de oro por la vía constitucional.
Decir que los déficits no importan, cómo hizo Dick Cheney, vicepresidente de los Estados Unidos con Bush, que hizo explotar el déficit con sus recortes de impuestos a los ricos y sus guerras, es probablemente una exageración, sobretodo en el caso de España, que a diferencia de los Estados Unidos no puede llevar a cabo una política monetaria propia. Pero fijar a 0 el límite de déficit en la Constitución es absurdo y arbitrario, como igualmente arbitrario sería fijar un límite máximo de la carga impositiva al 50% por vía constitucional. Esta idea de un límite superior de la presión fiscal al 50% no es una invención mía, fue el plan llamado bouclier fiscal (escudo fiscal) de Sarkozy que probablemente le costara la reelección y que Hollande, no sin problemas, está intentando desmontar como prometió en su campaña.
La verdad es que los déficits importan muy poco en una economía que crece, ya que lo realmente relevante no es el déficit sino la evolución del ratio deuda/PIB, de manera que una economía cuyo PIB crezca más que su deuda (dicho de otra forma, una tasa de crecimiento mayor que el déficit) se desendeuda en términos relativos (aún existiendo un déficit). Y en esta coyuntura para poder crecer necesitamos precisamente políticas expansivas que supondrían incurrir en déficits: recetarnos austeridad es un error que ya no se le escapa a nadie, salvo quizás a Merkel, y aún más inquietante para España, a Rajoy.