24 horas en Berlín
Irme a vivir a Alemania no resulta una perspectiva ilusionante, pero el paro de larga duración lo es menos, ciertamente. Las agencias de trabajo con las que he contactado insisten en saber si estoy dispuesto a irme a Alemania, y pese a que no era mi intención, visto el panorama, acabo por ceder.
Si hablara mejor el alemán no habría pasado ni un sólo día en paro: hubiera podido encadenar fácilmente un contrato en Alemania al terminarse el que acabé en Francia el mes pasado. Busco trabajo de lo mío y sin exageración alguna por mi parte un 80% de lo que se oferta en Europa en este momento es allí arriba, o en otras tierras germanas (Austria, Suiza alemana y otros países triple A).
Llevo más de siete años en este mundillo y no siempre fue así. Antes de la crisis podía encontrar trabajo con relativa facilidad en casi cualquier país de Europa, España y Portugal incluidos y pese a que estaba menos cualificado. Hace algo más de tres años ya me encontré en esta situación y acabé en Suiza. Ahora vaya usted a saber adónde iré a parar.
Irme a vivir a Alemania no resulta una perspectiva ilusionante, pero el paro de larga duración lo es menos, ciertamente. He enviado algún currículum en Barcelona y ni me han llamado. Estuve muy cerquita de lograr un empleo en Vizcaya, y me hubiera encantado mudarme allí. Según la agencia a la que envié el currículum quedé segundo en el proceso de selección, lo que creo que es una hazaña en estos tiempos y estoy casi por incluir la machada en mi currículum. Durante un par de días me dijeron en la agencia que a lo mejor me llamaban si el otro candidato, más experimentado que yo, y la empresa en cuestión no llegaban a un acuerdo, lo que no ocurrió, obviamente.
Las agencias de trabajo con las que he contactado insisten en saber si estoy dispuesto a irme a Alemania, y pese a que no era mi intención, visto el panorama, acabo por ceder. A una empresa química multinacional especializada en reciclaje de cromo y con sede en Berlín le interesa mi perfil. Las condiciones son envidiables: buen sueldo, horario laboral de 37 horas y 30 días de vacaciones. Si bien Alemania no me gusta, Berlín me resulta el destino más interesante de ese país y el coste de la vida allí es incluso inferior al de Barcelona.
Después de un par de entrevistas telefónicas la responsable de recursos humanos me invita a una ronda de entrevistas presenciales. Soy convocado un viernes por la tarde para el lunes siguiente y me piden que vuelva a Barcelona la tarde del día siguiente, y tienen la gentileza de cubrir la totalidad de mis gastos de viaje, lo cual no es el caso de todas las empresas que me han llamado. No hay muchos vuelos directos a Berlín desde Barcelona, y cuando intento llamar a la de recursos humanos para advertirle de que si mi vuelo llegara con retraso a Berlín es posible que no llegue a tiempo a la entrevista a la que me han convocado el lunes por la tarde nadie contesta: los viernes por la tarde libran.
El vuelo del lunes llega finalmente veinte minutos adelantado por lo que llego a la entrevista antes de hora. Soy recibido cordialmente por la responsable de recursos humanos y por mi jefe potencial. Después de las presentaciones se me pide que detalle mi vida laboral, lo que hago con quizás demasiado detalle. En cierto momento me preguntan si estoy decidido a incorporarme a la empresa por lo menos para los próximos 5 años, a lo que respondo con dificultad que sí.
No caerá esa breva. Después de la primera entrevista mi jefe potencial se disculpa porque no habrá una segunda. Los alemanes se precian de ser honestos, así que pregunto con cortesía que por qué. Me responde que le parezco técnicamente competente pero que me ando por las ramas, y es posible que mis gentiles lectores piensen algo parecido, mis disculpas por adelantado.
A las cuatro estoy ya libre en el centro de Berlín, lo que parece ser el caso de mi jefe potencial que me acompaña a la salida y me muestra el camino hacia mi hotel. Hace un fantástico día primaveral que aprovecharé para pasearme por el centro de la ciudad, Berlín-Mitte. Evito Unter den Linden que está en obras, y parece que se ha aburguesado bastante desde mi anterior visita hace ya unos años. Cerca del Bundestag pienso que si usara mi corbata para colgarme de una farola el Parlamento Europeo a lo mejor me proponía para un premio Sájarov a título póstumo, pero desecho rápidamente la idea.
Desciendo hacia la Potsdamer Platz, y en la impresionante cinemateca alemana pasan un ciclo de documentales sobre la identidad Europea. Me escurro en una sala a ver uno de ellos, una película francesa de 1952 titulada E... Comme Europe, dirigida por un cosmopolita húngaro llamado Geza von Radványi en una época en la que el cine neorrealista europeo no tenía nada que envidiar al mejor cine americano.
El documental narra un encuentro de jóvenes de todos los rincones de Europa propiciado por el entonces ministro francés Robert Schuman en la región de Lorelei en septiembre de 1951, una especie de precursor de las becas Erasmus en formato veraniego, con menos alcohol y más orientado al intercambio cultural que de fluidos. Después de escuchar juntos a Beethoven y de presenciar en grupo espectáculos de Molière y Calderón de la Barca los jóvenes europeos acaban su campamento convencidos de la necesidad de construir de forma urgente una federación europea.
Pienso al salir del cine que si Robert Schuman viera en lo que se ha convertido su sueño de la UE se revolvería en su tumba, y para muchos de aquellos jóvenes que seguirán hoy vivos el sueño se habrá convertido en pesadilla al ver que a sus nietos no les queda otra que emigrar mientras que la generación de sus hijos se congratula de que la miseria que provocan las nefastas políticas de austeridad a sus vecinos les ayude a paliar su déficit demográfico.
En lo que a mi respecta, sin embargo, nuestro déficit no va a expulsarme a Berlín. Me consuelo frente a una cerveza de trigo escandalosamente buena y barata. La acompaño de una Currywurst, más bien decepcionante. Ya nos ganan hasta en fútbol, pero en lo que a tapas se refiere aún les podemos dar lecciones.