Audi gana Le Mans, Kristensen incrementa su leyenda, y Toyota sorprende
Cuando hace una semana publiqué el previo de Le Mans, mi apuesta por Audi era total. Os hablaba de un soliloquio, en el que el fabricante alemán dominaría, con muchas posibilidades de hacer un triplete a nada que se le dieran bien las cosas. Pero la carrera no fue como yo esperaba.
Cuando hace una semana publiqué el previo de Le Mans, mi apuesta por Audi era total. Os hablaba de un soliloquio, en el que el fabricante alemán dominaría, con muchas posibilidades de hacer un triplete a nada que se le dieran bien las cosas. Pero la carrera no fue como yo esperaba. Sí, un Audi ganó, pero el guión de toda esta película fue muy distinto de lo que podíamos predecir antes de que arrancara.
Contaba la gente de Porsche hace décadas que para ganar Le Mans hay que correr con tres coches, uno se accidentará, otro se romperá, y otro, con suerte, podrá tener opciones de ganar. Es curioso que esto lo contaran en la época de los geniales 917K, y que todavía hoy, medio siglo después, siga siendo bien válido.
Con un clima extremadamente complicado de valorar, comprender y ajustar, esta edición ha estado marcada por lloviznas suaves, sol que aparecía de golpe, y trombas de agua casi instantáneas justo a continuación. Ya sabíamos que la cosa iba a estar así desde antes de la carrera, y esto complicaba a los equipos jugar con una estrategia clara, tanto de neumáticos como de paradas.
El arranque de carrera siguió el guión esperado, con Toyota lanzando a sus coches a todo tren para superar a los Audi, y tratar de meterles presión, aún a sabiendas de que las máquinas de Ingolstadt eran mucho más rápidas, si los pilotos se lo proponían.
Audi jugó al principio un poco con su adversario. Con coches capaces de rodar en ritmos de 3:24, se limitaron a recuperar las tres primeras plazas, y marcar un ritmo bastante más lento de sus posibilidades, con 3:30 de media en el vuelta a vuelta.
Toyota no estaba lejos en ritmo, pero en las primeras fases de carrera se dejaba algún que otro segundo, sin tomar excesivos riesgos en los doblajes. Y llegaron las nueve de la noche para vivir el gran golpe de efecto de la carrera. En cuestión de minutos el Audi #1 partía el alternador, y se veía obligado a parar en boxes para una larga estancia de doce vueltas que le arruinaban la posibilidad de repetir victoria por tercer año consecutivo.
El problema del alternador era especialmente alarmante, habida cuenta de que en todo el WEC Audi nunca había tenido problemas con este componente, y en un coche híbrido es más vital de lo que ya lo es en un coche normal, así que la gente de los cuatro aros empezó a pensar que el problema podía reproducirse en otro de sus coches.
Pero casi sin tiempo casi a reaccionar, el Audi #3, el de Gené y compañía, se tocaba con un doblado y pinchaba el neumático. Le pillaba además en la curva Dunlop, al principio del circuito, lo que ocasionaba una pérdida de tiempo importante, y desperfectos en la carrocería.
Estos dos giros de la diosa fortuna metían una enorme presión en Audi, que veía cómo se quedaba con un único coche en la lucha por la victoria. El número dos, de Kristensen, McNish y Duval tenía para entonces menos de una vuelta de ventaja respecto al TS030 perseguidor, el número ocho, que en algunas fases de la carrera llegaba a liderarla incluso.
¿Correría Audi entonces de verdad? ¿Tendría algo guardado Toyota? Pues estas dos preguntas encontraron respuesta afirmativa rápidamente. Toyota se destapó, y comenzó a marcar cronos nunca antes vistos en el TS030, con ritmo de 3:27 por vuelta que nos revelaba que la firma nipona se había guardado lo mejor para emplearlo cuando fuera conveniente.
Toyota paraba menos veces en boxes (cada 12 vueltas, por paradas cada 10 de Audi), pero su duración de neumáticos (cuatro stints, por cinco de Audi), les hacía perder algún segundo extra (unos 25 segundos cada 48 vueltas, o lo que es lo mismo, medio segundo por vuelta en ritmo).
¿Suficiente para ganar Le Mans? No. Cuando el Audi #1 volvió a pista, tras cambiar el alternador, vimos el ritmo real de carrera de los Audi. Comenzó a remontar a ritmo de 3:22, cinco segundos más rápido que nadie en pista. No tenía nada que perder, y estaba haciendo uso de todo el potencial del coche.
Audi podía hacer correr al #2 a ese mismo ritmo, pero tenía miedo de liarla con su candidato a la victoria. Había que mantenerse calmado y saber administrar la ventaja competitiva de su máquina. Así que entre Kristensen, McNish y Duval comenzaron a meter un ritmo que, sin ser rematadamente rápido, sí que era un segundo por vuelta más rápido cada vuelta que el Toyota.
Tras un poco de baile de safety cars y de llovizna ligera, Audi ya tenía a su #2 en primera plaza, abriendo un hueco cada vez más grande. Si el Toyota apretaba, el Audi aceleraba el ritmo, pero nunca corría con todo, para guardar el riesgo al completo.
Así, administrando su velocidad al milímetro, Tom Kristensen y compañía llegaron a la última hora de carrera con prácticamente dos vueltas de ventaja. Y entonces el tiempo en La Sarthe quiso dar el último subidón de adrenalina, con un fuerte aguacero que complicó la vida a todos los pilotos. En Audi supieron actuar con calma, y meter gomas de mojado rápidamente, aflojando mucho el ritmo.
Pero esa última ducha le costaba al Toyota #7 una salida de pista, en la que destrozaba el frontal, y perdía la tercera plaza con el Audi #3, que venía apretando los dientes, para encaramarse al último escalón del podio.
De esta manera Audi se llevaba una victoria que nadie ponía en duda antes de arrancar la carrera, pero con una estrategia que yo, personalmente no esperaba. Ese control de ritmos, de tiempos, ese marcaje al hombre está lejos de lo que estábamos viendo años atrás, donde Audi corría prácticamente al sprint, con todo lo que daba el coche, para ganar destrozando a la competencia, pero con el riesgo de romper. Esta vez, no sé si por el bien del espectáculo, o por el miedo de tener un problema, han corrido una carrera de resistencia de las de verdad.
Tal vez en pista completamente seca no habríamos visto un espectáculo como este, pues ahí Audi tenía más ventaja competitiva, pero en estas condiciones prefirieron asegurar y acertaron.
Y si el papel de Audi, aunque esperado, ha vuelto a ser brillante, no menos positivo es el de Toyota. Los nipones el año pasado enfocaron la carrera hacia la velocidad, y dieron una demostración de las capacidades de su coche, pero no terminaron.
Este año han cambiado de planteamiento: Primero acabar, luego, durante la carrera, valorar si pueden ganar. El resultado, un segundo puesto, es brillante, sobre todo cuando se tiene en cuenta que el presupuesto de competición de Toyota no es ni la mitad de lo que gasta Audi.
Si para 2014, tal y como hemos escuchado por ahí, meten toda la carne en el asador, podrán meter en aprietos a Audi y... ¿a Porsche? Sea como sea, eso ya forma parte de predicciones de futuro de las que hoy no quiero hablarte demasiado.
De la carrera de 2013, me quedo con la novena victoria de Tom Kristensen, un genio al que por dos años se le había escapado ampliar su mito, pero que este año completó el último y larguísimo relevo, para autoregalarse ver la bandera a cuadros desde la primera posición.
Cuando lo miremos retrospectivamente, tal vez este sea el último año de dominio completo Audi. Tal vez estemos ante un fin de ciclo. Y es que me da que nunca volverá a resultarles tan fácil. Aunque en Le Mans nada es fácil.
Artículo originalmente publicado en Autoblog.