La era de la dominación estadounidense ha terminado
Puede que te suene el término 'Eurasia' de las clases de geografía del instituto. El concepto ya no se utiliza en las discusiones políticas de Occidente, pero debería. Ahí es donde va a tener lugar la acción geopolítica más seria del mundo a medida que avanza el siglo XXI. La historia de Estados Unidos sobre el orden mundial ya no se acepta a nivel internacional ni es realista.
Puede que te suene el término 'Eurasia' de las clases de geografía del instituto. El concepto ya no se utiliza en las discusiones políticas de Occidente, pero debería. Ahí es donde va a tener lugar la acción geopolítica más seria del mundo a medida que avanza el siglo XXI. Estados Unidos, tan centrado en la "contención" de Rusia, del llamado Estado Islámico y de China, carece de una mayor perspectiva sobre la estrategia eurasiática.
Eurasia es la mayor masa terrestre del mundo, que incluye a Europa y a toda Asia, es decir, unos de los mayores y más antiguos núcleos de la civilización humana.
Entonces, ¿qué es el eurasianismo? En diferentes épocas ha significado diferentes cosas. Hace un siglo, los Kissinger del momento tejieron teorías sobre un choque estratégico inevitable entre el poder por mar (Reino Unido/Estados Unidos) y los poderes continentales (Alemania, Rusia). Eurasia significaba entonces Europa y Rusia occidental. De hecho, ¿qué necesidad había de hablar sobre la propia Asia? La mayor parte de Asia estaba subdesarrollada y bajo el control del Imperio Británico (India, China) o del francés (Indochina) y no tenía intención de independizarse. Japón era la única potencia asiática de verdad, que, por irónico que parezca, desarrolló sus propios deseos imperiales -imitando a Occidente- y llegó a chocar con el poder imperial americano en el Pacífico.
Por supuesto, en la actualidad todo eso es diferente. 'Eurasia' cada vez significa más 'Asia', y la partícula 'Euro' sólo figura de forma modesta. China se ha convertido ahora en el centro de Eurasia, como la segunda mayor economía del mundo. No sorprende que China -como el mundo musulmán- proyecte una tendencia decididamente antiimperial basada en lo que ve como humillación a manos de Occidente (y Japón) en los 200 años que ha durado su eclipse, durante uno de sus ciclos decadentes dinásticos. No obstante, actualmente China está en uno de los clásicos ciclos en alza en cuanto a poder e influencia, y está decidida a proyectar su peso e influencia. India también está desarrollando rápidamente un poder de alcance regional. Y Japón, aunque quieto, sigue representando un formidable poder económico, que quizá aumente por un mayor alcance militar regional.
El significado del término Eurasia ha cambiado mucho, pero sigue sugiriendo una rivalidad estratégica. En un momento en el que Estados Unidos declara formalmente su intención de dominar militarmente el mundo (la doctrina oficial del Pentágono en 2000 consistía en la "dominación de todo el espectro"), el concepto de eurasianismo reacciona con vigor. Y no sólo en China, sino en otros países -con nuevo significado- como Rusia, Irán e incluso Turquía. Da la sensación de que ha habido un eclipse del poder dominante occidental a favor del nuevo poder asiático.
No sólo se trata del poder militar y financiero. También es cultural. La cultura rusa ha mantenido durante dos siglos un debate activo sobre si Rusia pertenece a Occidente o si forma parte de una cultura eurasiática distinta (yevraziiskaya) separada de Occidente. Los eurasiáticos representan una fuerza significativa dentro del pensamiento estratégico y militar ruso (aunque es interesante señalar que Putin no acepta esta visión del mundo).
El presidente Vladimir Putin con un sombrero típico tártaro asiste a unos eventos al aire libre en Kazán. (Sovfoto/UIG via Getty Images)
La idea es vaga, pero culturalmente importante; pelea con la identidad rusa. Habla de una cultura eslava pero con raíces eurasiáticas en un antiguo pasado turco o tártaro. Recordad que, históricamente, es el Occidente moderno el que atacó a Rusia dos veces: testigos son las invasiones de Napoleón y Hitler a las puertas de Moscú. En la actualidad, la OTAN explora con más profundidad toda la periferia rusa. Los eurasianistas se muestran recelosos, si no hostiles, hacia Occidente como una amenaza permanente a la Madre Patria Rusia. El eurasianismo siempre permanecerá subyacente en la visión del mundo estratégica de Rusia.
De eso va la nueva Unión Económica Eurasiática de Rusia, un objetivo para unir al menos económicamente Belarus y los estados de Asia Central, entre otros, en un gran conjunto económico eurasiático. Kazajistán -rico en petróleo- fue en realidad el autor del concepto; tratará de mantener los lazos con Occidente, pero si miráis un mapa, veréis en qué consisten las opciones reales de Kazajistán a largo plazo. Puede que Rusia no sea la mejor estrella económica para unir lazos, pero es sólo uno de los muchos vehículos de Eurasia y no son mutuamente excluyentes. Las opciones traen más seguridad.
China se está moviendo en direcciones increíblemente ambiciosas a la hora de crear el nuevo Banco de Inversión en Infraestructura asiático (en el que se han inscrito 57 países, como Canadá, Australia y varios países europeos, pero no Japón ni los Estados Unidos, de momento). Esto crea un nuevo instrumento de banco central en Eurasia con una fuerte influencia china. China también está proyectando nuevas redes masivas de transporte (el Cinturón Económico de la Ruta de la Seda y la Ruta Marítima de la Seda -Un Cinturón, Una Ruta-) desde Eurasia a China, que unen China a Europa, Oriente Medio, Sudáfrica y África Central y el Lejano Oriente por ferrocarril, carretera y mar. La "estrategia eurasiática" de China ya es una realidad en expansión. Sí, las sospechas y las rivalidades existen entre Rusia y China e India y Japón. Pero el fuerte impulso económico y del desarrollo de esas propuestas difieren mucho de la organización estadounidense, más centrada en la seguridad con sus preocupantes implicaciones militares.
Washington no sólo ha fracasado en la lucha contra estas iniciativas chinas y eurasiáticas, sino que las políticas estadounidenses en particular -que identifican tanto a Rusia como a China como el supuesto enemigo- han contribuido a poner de acuerdo a Rusia y a China en muchas cuestiones, unidas ahora por su desconfianza común hacia las ambiciones militares globales de Estados Unidos.
Japón tuvo, por casualidad, su propia doctrina de Eurasianismo antes de la Segunda Guerra Mundial, un esfuerzo por identificarse y encender a los pueblos y territorios asiáticos contra la dominación colonial occidental. Esta estrategia podría haber sido bastante efectiva si no hubiera ido acompañada de las propias invasiones brutales de Japón de otros países del Este Asiático, destruyendo la credibilidad de la Esfera de co-prosperidad del Este Asiático japonesa. En la actualidad, Japón no ha movido su postura; todavía tendrá que lidiar con la realidad del poder chino en el Este. ¿Y qué líder japonés perseguiría seriamente una amplia política de hostilidad hacia China en apoyo de una estrategia de Estados Unidos en el Pacífico que está diseñada por naturaleza para reprimir a China? Sobre todo, teniendo en cuenta que China y Japón son grandes socios en comercio e inversión.
Irán está muy interesado en compensar las presiones geopolíticas de Estados Unidos y busca apoyo en estas instituciones rusas y chinas por el desarrollo económico. Irán es una potencia natural eurasiática y de la Ruta de la Seda.
El presidente ruso, Vladimir Putin, y el presidente kazajo, Nursultan Nazarbayev, durante la Cumbre de la Unión Económica Eurasiática de 2016. (Mikhail Svetlov/Getty Images)
Turquía ha vuelto a entrar en el juego de Eurasia. De vuelta a los primeros pasos en política exterior del Partido de la Justicia y el Desarrollo del presidente Recep Tayyip Erdoğan -en la visión del entonces ministro de Exterior Davutoğlu-, Turquía ya no se limita a una potencia occidental, sino que también ha proclamado sus intereses geopolíticos (casi cien años después de la caída del Imperio Otomano) en Oriente Medio y, de hecho, en Eurasia. Al fin y al cabo, los turcos proceden originalmente de Eurasia, que migraron hacia Occidente desde el lago Baikal hace mil años. Eso implica importantes lazos con Rusia, además de lazos étnicos, culturales e históricos con Asia Central y con China. Turquía (como Irán y Pakistán) trata de ser parte de estas redes rusas y chinas. Entre algunos políticos y oficiales militares nacionalistas turcos (también kemalistas seglares) hay una fuerte tendencia eurasiática de expandir las opciones geopolíticas de Turquía para explorar nexos estratégicos y culturales con Eurasia. También refleja una expresión de desconfianza hacia los esfuerzos occidentales y estadounidenses por dominar la región.
Para Turquía esto no es una cuestión de dos alternativas. Puede intentar unirse a Europa -y a la OTAN-, pero no renunciará a las opciones geoestratégicas alternativas del Este, con su influencia económica, sus carreteras y ferrocarriles de unión.
En resumen, el nuevo Eurasianismo ya no trata de los poderes por tierra y por mar del siglo XIX. Es un reconocimiento de que la era de la dominación global occidental -y especialmente estadounidense- se ha terminado. Washington ya no puede mandar -ni permitirse- una oferta a más largo plazo por dominar Eurasia. En términos económicos, ningún estado de la región, ni siquiera Turquía, sería lo suficientemente tonto como para dar la espalda a este creciente potencial de Eurasia que también ofrece un equilibrio estratégico y opciones económicas.
Por supuesto, también hay grandes líneas divisorias en Eurasia: étnicas, económicas, estratégicas y de cierto grado de rivalidad. Pero cuanto más intenta Washington contener o ahogar el eurasianismo como una auténtica fuerza creciente, mayor será el empeño de los estados por pasar a formar parte de ese mundo eurasiático en alza, aunque no rechacen a Occidente.
A todos los países les gusta tener alternativas. No les gusta estar comprometidos con una sola potencia global que intente llevar la voz cantante. La historia de Estados Unidos sobre el orden mundial ya no se acepta a nivel internacional. Además, ya no es realista. Sería poco inteligente por parte de Washington seguir centrándose en aumentar las alianzas militares mientras la mayor parte del resto del mundo busca más prosperidad e influencias en la región. Y un dato: el gasto militar de China supone sólo una cuarta parte del gasto de Estados Unidos.
Este artículo apareció por primera vez en GrahameFuller.com
Este post fue publicado originalmente en 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano