Peruanos en España se unen contra la represión: “¿Cuántos muertos del interior valen por uno de Lima?”
La comunidad peruana teje redes de cuidados y denuncia, indignados por la violencia que ven en su país: “En España también queman contenedores, pero no se mata a los manifestantes”.
Las protestas, la represión, la violencia y las muertes siguen en Perú, siete semanas después de que asumiera la presidencia Dina Boluarte tras el intento de autogolpe de Pedro Castillo. En el último mes y medio, no sólo la gente no ha dejado de salir a las calles a manifestarse, sino que las protestas se han recrudecido, la respuesta política ha sido en realidad militar y policial, y el saldo de víctimas mortales supera ya el medio centenar.
Las críticas a Boluarte han crecido, pero ella se ha mantenido impasible, de momento. El clamor social y las denuncias por la represión se han ‘contagiado’ ya a una parte de los políticos peruanos, a varios dirigentes latinoamericanos, a la ONU, incluso al clero, y, por supuesto, a la comunidad peruana que vive fuera del país.
En España, algunos peruanos sienten que nunca se habían visto tan unidos y fuertes como hasta ahora. Nunca han dado la espalda a su país de origen, pero la profunda crisis política y social que vive Perú, y las durísimas imágenes de las últimas semanas que muestran la represión y muerte de inocentes, han sido la ‘chispa’ para reforzar los vínculos de la comunidad, y llevarlos a alzar juntos la voz.
“Estos días he visto una comunidad de peruanos y peruanas en Madrid muy activa, como no la había visto antes”, reconoce Fernando Vílchez, cineasta peruano que reside desde hace 15 años en España, en realidad a caballo entre Madrid, La Rioja y Lima. “En todos estos años, ha habido momentos muy complicados [en Perú], pero creo que es la primera vez que veo tanta participación, tantas actividades convocadas acá”, dice. “No podemos no manifestarnos; no podemos estar al margen de lo que está ocurriendo cuando empiezan a salir otra vez los fantasmas y los agentes de una derecha reaccionaria en Perú”.
“La vida en provincias no significa nada”
Quizás lo que ha cambiado en estas protestas con respecto a otras crisis anteriores es que las marchas se iniciaron en el interior del país, y no en la capital, y es ahí donde acudieron el Ejército y la Policía a reprimir duramente. Seis muertos en Apurímac, diez en Ayacucho, dieciocho en Juliaca en un solo día… y así hasta las 60 muertes contabilizadas hasta la fecha, la mayoría por disparos de las Fuerzas Armadas o de la Policía.
“Se ha reprimido con una violencia que no habíamos visto en décadas en Perú”, indica Vílchez. “Un día que mueren 17 personas en Juliaca. Esto pasa en otro país y es duelo nacional. A [Pedro] Castillo lo llamaban al Congreso a interpelarlo por decir mal unos nombres. Pero en este caso, la vida en provincias no significa nada. Han muerto siete menores de edad y nadie ha respondido por nada”, lamenta el cineasta. “Han seguido matando de esta manera, muy salvaje, muy dura, muy rápida. Con imágenes que son terribles, de policías disparando al cuerpo una y otra vez en todas las regiones… menos en Lima”.
Karen Vila es una arquitecta y poeta ayacuchana que lleva casi seis años viviendo en Barcelona. Ella también ha vivido estos días ese (re)encuentro con la comunidad peruana en Barcelona, y esa indignación colectiva en la distancia. “Ahora por lo que protestamos es por el nivel de represión. Eso mueve mucho nuestra indignación, porque esto en Europa no pasa”, recalca. “Aquí queman contenedores, queman calles, paraderos, de todo, y jamás se ha matado a una persona. Nos molesta mucho el valor que se da a la vida de las personas que viven en las regiones”, lanza Vila.
“Si matan en Lima es diferente”
Las personas entrevistadas para este artículo coinciden en señalar que si los muertos de Junín, Ayacucho, Juliaca o Andahuaylas se hubieran producido en la capital, Lima, la situación sería hoy distinta: probablemente la indignación de la población peruana crecería de manera exponencial, se sucederían las denuncias de líderes internacionales, y el Gobierno de Boluarte habría caído.
“Si matan en Lima es diferente”, dice Ivette Zevallos, del colectivo Peruanxs en Madrid, que lleva 18 años viviendo en España. “¿Cuántos muertos del interior del Perú valen por uno de Lima?”, se pregunta. “El conflicto que ha estallado no es de hace año y medio; en el Perú hay un profundo problema de distribución de riqueza, un profundo problema de clasismo y racismo, de no reconocer a las personas rurales como a uno mismo”, apunta Zevallos.
Para Ivette Zevallos, el intento de autogolpe de Castillo fue remplazado por un “golpe de violencia” del Gobierno actual. “Pensaban que metiendo botas y balas callarían a la gente. No se dan cuenta de que hay un profundo dolor que se venía acumulando en la población del campo”, sostiene.
Las vidas del campo no valen lo mismo que las de la ciudad. Cuando a finales de 2020 medio Perú salió a las calles a protestar por la vacancia del presidente Martín Vizcarra y la investidura de Manuel Merino, dos jóvenes murieron por la represión en Lima: Inti Sotelo y Bryan Pintado. Esas dos muertes generaron tal indignación que al día siguiente Merino se vio obligado a renunciar. “No hubo manera de contener eso”, recuerda Fernando Vílchez. Ahora, “en distintas ciudades han muerto 7, 10, 15, 17 personas”, recalca Vílchez; pero hay algo “muy inmerso en el pensamiento peruano”: las ciudades del interior son “de segundo valor, ciudadanos de tercera categoría”, describe.
Con las protestas de 2020, “se planteó rápidamente una salida a la crisis política”, apunta Karen Vila. “Se creó una mesa de diálogo, una mesa directiva nueva con gente que podía llevar un gobierno de transición”, dice. Algo que hasta ahora no ha pasado: este viernes, e| Pleno del Congreso rechazó adelantar las elecciones generales a 2023, lo cual podría haber apaciguado en parte el malestar.
“El desfogue para esta olla de presión es que Dina renuncie”
La principal demanda ahora de los manifestantes es que, para empezar, Dina Boluarte deje su puesto. “El desfogue para esta olla de presión es que ella renuncie”, señala Zevallos. Y, lógicamente, que pare la represión: “No puede ser que por manifestarte mueras”. ¿Y si dimite Boluarte? Entonces “se sucede la cadena constitucional”, explica Zevallos. “Entrará otro, que seguro no nos guste, pero que al menos no tendrá las manos manchadas de sangre de 60 muertos. Ya no hay vuelta atrás”.
Hace una semana, parecía que la culminación de las protestas se produciría con la llamada ‘toma de Lima’, en la que miles de manifestantes del interior se trasladaron hasta la capital para protestar ahí con más fuerza. “Tiene sentido que se acerquen a Lima”, opina Fernando Vílchez; “si están reclamando en provincias y en provincias los matan pero en Lima no hay esos disparos al cuerpo, es lógico que vayan ahí”.
La respuesta a esas protestas fue, de nuevo, más represión y humillación, lo que se visibilizó especialmente con la toma de la Universidad pública San Marcos -la más antigua de América- por parte de la Policía, que irrumpió con un tanque, causando destrozos, y detuvo a unas 200 personas -entre manifestantes de las provincias y estudiantes- que se encontraban ahí.
Las imágenes de los detenidos contra el suelo, con una policía gritando a una mujer, con la cara en el suelo, para que se callara, supusieron una nueva línea cruzada. “Más allá de la represión, está el nivel de humillación que ejercen contra quien está yendo a protestar a la capital”, apunta Karen Vila. “Fue indignante”.
Vílchez considera que “esa imagen tan violenta” de la San Marcos “incomodó muchísimo” en España. Igual que un comunicado que emitió el fin de semana el embajador de Perú en España, Óscar Maúrtua, “atacando” a la líder campesina Lourdes Huanca, que estuvo en España y fue entrevistada por medios nacionales. Señal de la fuerza de la comunidad peruana en España es que esta se unió rápidamente para contestar al embajador, que fue cesado a las pocas horas, después de que más de 250 peruanos residentes en España firmaran criticando su actuación, y tras una sonora protesta frente a Maúrtua en un acto institucional. “Hemos visto que los peruanos y peruanas en España están enterados y despiertos”, celebra Vílchez. “Esto también nos une y nos hace plantearnos cómo se hace política desde el exterior”, reflexiona.
Por la labor de Vílchez, al cineasta le interesan especialmente los registros audiovisuales que se están llevando a cabo en el último mes y medio en las protestas dentro y fuera de Perú. “Hemos generado un equipo de trabajo con periodistas que están entre Perú, España y Estados Unidos para hacer piezas audiovisuales”, cuenta. “Cuando alguien ordene esas imágenes, y viéndolas todas de seguido, es bastante evidente la violencia y la impunidad [de los agentes] al momento de disparar”, afirma.
“El nivel de insensibilidad de esta presidenta es brutal”
“El nivel de insensibilidad de esta presidenta es brutal”, coincide, por su parte, Karen Vila. Ella tiene a sus padres viviendo en Ayacucho, la región más golpeada durante la época del terrorismo en los años 80 y 90, y una de las zonas más reprimidas en las protestas actuales. “Enviar militares a Ayacucho a reprimir a las personas sólo abre una herida que no está sanada”, describe Vila.
Karen cree que si la situación está ahora más ‘calmada’ en su ciudad no es porque la población esté conforme, sino porque “está asustada”. “No salen a protestar porque tienen miedo, siguen con el trauma y con el susto por el nivel de violencia que hubo”, asegura. La chica cuenta que en las protestas de Ayacucho, que comenzaron en el aeropuerto, “hubo helicópteros lanzando bombas lacrimógenas y lanzando balas desde arriba”. “Hay gente que dice que era incluso peor que en época del terrorismo, porque en el terrorismo te llevaban y lo que hiciesen contigo en otro sitio no se escuchaba. Pero la balacera que hubo ese día [15 de diciembre] fue espeluznante”, dice.
“Es un reclamo antiguo de un pueblo que se siente traicionado”
Ivette Zevallos tiene a sus padres en Lima. Cuenta que es ahora cuando “el miedo” ha llegado a la capital, ahora que las protestas se están reproduciendo ahí. “Mis padres son muy mayores y antes no se daban cuenta [de la situación], porque en el Perú la tele te vende otra cosa”, explica Zevallos. Ahora tratan de no salir mucho a la calle, “están muy temorosos de que maten en Lima”.
Y ella, desde Madrid, también siente el miedo, pero sobre sobre todo la indignación. “Aunque estemos lejos por territorio, no sentimos indiferencia”, asegura Zevallos. “Estamos adoloridos e indignados. Primero adoloridos, ahora ya molestos”.
Karen Vila siente también “mucha rabia” por “estar lejos y no poder estar poniendo el cuerpo allí”. Le consuela estar tejiendo redes desde Barcelona, de difusión, de denuncia “y de cuidados”, añade. “Es lo único que podemos hacer: cuidarnos entre nosotros, que estamos lejos”, plantea.
Vílchez también celebra este encuentro, pero considera, por su parte, que las protestas van para largo, y que no cesarán con la eventual caída de Dina Boluarte. “Esta vez no son reclamos puntuales, es un reclamo antiguo de un pueblo que se siente traicionado”, sostiene. “Este viaje a Lima de todas las comunidades no creo que termine sólo con la caída de Boluarte, va a terminar cuando esos dos Perús, el que reclama y el que se evade, realmente se encuentren”.