La periodista rusa Elena Kostyuchenko cuenta cómo sobrevivió a un intento de envenenamiento
"Pero quiero vivir, y por eso escribo este texto", dice en un relato estremecedor.
La periodista rusa Elena Kostyuchenko es una de las más valientes plumas de Rusia. Una de las investigadoras que más ha señalado los desmanes del régimen de Vladimir Putin y, por ello, lo ha pagado. Publicaba en Novaya Gazeta, un diario vetado por el Kremlin, que se sigue editando fuera de Rusia incluso, y a cuyo director le han dado hasta un Premio Nobel.
En sus páginas publicó sus crónicas sobre la invasión de Ucrania hasta que su voz fue silenciada. Primero fueron a por su medio y luego, a por ella, con un intento de envenenamiento cuando estaba ya exiliada en Alemania.
Ahora, Elena Kostyuchenko ha relatado todo lo ocurrido en aquellas semanas, en una catarsis que es un canto a la libertad de prensa, a la democracia y a la necesidad de contar lo que los poderosos no quieren. Una nueva investigación del medio The Insider lo ha sacado a la luz.
"Dejé de escribir este texto durante mucho tiempo. Hacerlo todavía se siente como algo repugnante, aterrador y vergonzoso", arranca, avisando de que no puede contar todo lo que sabe, porque tiene que proteger a quienes le salvaron la vida. Tras relatar cómo fueron los primeros días de su cobertura en Ucrania, indica que el 29 de marzo se reunió con voluntarios y con algunas de las personas que iban a Mariupol "para tratar de salvar a sus seres queridos". "Encontré a alguien que estaba dispuesto a llevarme en su coche, a pesar de mi pasaporte ruso. Acordamos salir el 31 de marzo", pero las cosas se torcieron. "El día anterior a la fecha de salida, estaba en el hotel, tratando de descansar y recargar energías, cuando uno de mis colegas de Novaya me llamó y me preguntó si iba a Mariupol. Esto me pilló por sorpresa: solo dos personas en Novaya sabían que iba allí: el editor en jefe Dmitry Muratov y mi propia editora, Olga Bobrova. 'Sí, me voy mañana', le dije. Luego dijo: 'Mis fuentes se pusieron en contacto conmigo. Saben que vas a Mariupol y me dicen que se ha ordenado a los hombres de Kadyrov que te encuentren'". Ahí estaba su sentencia de muerte.
Ramzán Kadírov es el jefe de los chechenos que defienden a Putin, que se ha denominado a sí mismo como el "soldado de infantería" del Kremlin. Un sanguinario que defiende hasta el ataque a países cercanos a Ucrania, suelo OTAN. Controla un ejército de chechenos prorrusos, Kadyrovtsy, aparentemente comprometido con la supresión de cualquier elemento separatista.
"No te van a detener. Te van a matar. Ya está todo arreglado", le dijo su colega. Kostyuchenko no se lo creía y su amigo le dijo que él tampoco... hasta que le pusieron un audio de ella discutiendo el viaje con sus jefes. "Cuando colgó, me senté en la cama. Mi mente estaba en blanco. Sólo me senté allí". Luego llegaron las llamadas en cadena de su medio, con el mismo mensaje: vete. "Pero no fui capaz de irme". Ella intentaba aún llegar a Mariupol, pero entonces llegó la orden de borrar sus noticias. Su periódico peleó pero les amenazaron con cerrar la web, cosa que acabó pasando. "Esto me aplastó absolutamente. Me eché a llorar y no podía dejar de llorar. Pero entonces, en lugar de lágrimas, me invadió la rabia".
Sólo la frenó el miedo de que le pasara algo a la persona que había accedido a llevarla en coche, porque la reportera insistía en cubrir la guerra. "Salí de Ucrania la noche anterior al 2 de abril". "Cuando me fui, estaba en muy mal estado. Tenía piojos, paperas y TEPT", indica. Su familia y amigos la cuidaron. Ella sólo quería regresar a Rusia, pese a los planes de asesinato. "En la tarde del 28 de abril, recibí una llamada de Muratov. Habló muy suavemente. 'Sé que quieres irte a casa', dijo. 'Pero no puedes regresar a Rusia. Te matarían aquí'. Cuando colgué, grité. Me quedé en medio de la calle, gritando", explica. Su director le dio hasta la excusa que usaría el Kremlin: "Dijo que si me asesinaban, parecería un crimen de odio. 'La derecha odia a las lesbianas, y tú eres lesbiana'", le dijo.
Siguió llamando a su jefe preguntando si ya era momento de volver y la respuesta siempre era "no". Entonces, se fue a Alemania y alquiló un piso en Berlín. "El 29 de septiembre fue mi primer día de trabajo en Meduza. Habíamos decidido que mi primer viaje de reportaje sería a Irán. Había estado allí antes y sabía cómo trabajar allí", pero su idea era regresar cuanto antes a Ucrania. Cuenta cómo fue al consulado ucraniano de Munich a pedir la visa, antes de irse al otro viaje, cómo contactó con amigos que le dieron casa y cómo hubo pirateos de los sitios oficiales en los que tuvo que registrar su petición.
Cuando estaba volviendo a Berlín en el bus se puso a releer las notas de su libro, que había escrito en mitad de la guerra, y constató que estaba leyendo el mismo párrafo una y otra vez. "Escuché a mi cuerpo y noté que tenía dolor de cabeza. Esto fue tres semanas después de que tuviera covid, y me preocupaba que pudiera volver a contraerlo. Llamé a Yana (su pareja) y le dije que me sentía mal. “Espero que no sea covid”, le dije, “de lo contrario, ¿cómo voy a ir a Irán?".
"Luego traté de volver a la corrección de pruebas, pero me estaba desmoronando rápidamente. El dolor de cabeza estaba empeorando. Sudando, fui al baño a limpiarme con más toallas de papel". Llegó desorientada, no sabía ni qué tren tomar para ir a casa, tenía que parar cada poco porque el peso de su equipaje era demasiado, en las escaleras estaba sin aliento. En su apartamento, se acostó de inmediato con dolor de estómago pero se levantó aún peor.
"Lo que me despertó fue un dolor extraño en el abdomen. No fue agudo, pero fue intenso, y se sintió como si alguien lo apagara y lo encendiera presionando un interruptor. Traté de sentarme, pero me volví a acostar de inmediato. La habitación parecía estar dando vueltas a mi alrededor, y me daban más náuseas con cada giro. Me las arreglé para caminar hasta el baño y vomité", relata. Vinieron las llamadas a la familia y la anulación de su ansiado viaje, y más dolores, muchas lágrimas, latigazos que la despertaban. La cabeza le daba vueltas y "estaba claro" que no era covid.
Tras retrasos en las citas y diagnóstico de covid persistente, la reportera insistió en que le hicieran análisis complementarios. "Mis niveles de enzimas hepáticas ALT y AST eran cinco veces superiores a lo normal. Mi muestra de orina mostró rastros de sangre", pensaron en una hepatitis viral contraída en la guerra. Pero los síntomas cambiaban. "Mi abdomen no me dolía tanto y mi cabeza daba menos vueltas que antes. Tenía cero energía. Mi cara comenzó a hincharse. A continuación, mis dedos. Después de luchar, logré quitarme los anillos, solo para darme cuenta de que no podía volver a ponérmelos. Mis dedos parecían salchichas. Mis pies también comenzaron a hincharse. La hinchazón hizo que mi barbilla desapareciera. Ya no era mi cara. Necesitaba tiempo ante un espejo para encontrarme en él. De vez en cuando, mi corazón comenzaba a acelerarse. Mis manos y pies a veces comenzaban a arder. Cuando lo hicieron, se veían rojos y brillantes", explicita.
Empezó a no poder caminar, a no poder dormir. Sus análisis empeoraban y nadie daba con lo que le pasaba. Un médico de confianza de su medio le hizo una revisión extra y, cuando regresaba a casa, le mandó un mensaje: "¿Existe la posibilidad de que hayas sido envenenada?", le preguntó. "No. No soy tan peligrosa", dijo ella. Hasta se echó unas risas por el tema con su novia.
A mediados de diciembre, le dijeron: "Elena, solo hay dos posibilidades. Una es que los antidepresivos que estabas tomando comenzaron a afectarte de una manera completamente imprevista. Pero recientemente cambió de medicamento y sus síntomas y análisis de sangre siguen siendo los mismos. Así que aquí está la otra posibilidad. Por favor, trate de no enfadarse. Puede que te hayan envenenado".
En Alemania, ante una sospecha así, la Policía debe intervenir. Kostyuchenko fue interrogada, su piso examinado y su ropa, revisada. Tuvo que hacer vida de perseguida. Cambiar de casa, dejar el coche lejos de su portal, mirar quién la seguía, ir acompañada, llevar gafas de sol... Encontró a agentes que habían llevado ya casos de envenenamientos de Rusia y a ellos les explicó que le parecía "descabellado" que pudieran atacarla en suelo europeo. En abril, personal de The Insidier la contactó: estaban siguiendo casos de periodistas rusas envenenadas y ella podía estar en la lista.
"El 2 de mayo, una carta de la oficina del fiscal de Berlín me informó que el caso abierto en relación con mi intento de asesinato había sido cerrado. Los detectives no pudieron establecer “ningún indicio” de que hubiera sido envenenado, ya que “los análisis de sangre disponibles no apuntan claramente al envenenamiento", ahonda. Lo más probable, dados sus análisis, es que fuera víctima de un envenenamiento con un "compuesto orgánico clorado". La investigación sigue en curso.
Ahora, la periodista dice que "el dolor, las náuseas y la hinchazón desaparecieron", pero su energía no aparece. No ha viajado a documentar ningún tema, no trabaja en el medio que le dio la oportunidad, apenas puede trabajar más de tres horas seguidas. Intenta sacar en breve su libro sobre "el camino de Rusia hacia el fascismo". "Los detectives de la policía creen que podría provocar que las personas que intentaron matarme en Ucrania, y posiblemente en Alemania, hicieran otro intento. Pero quiero vivir, y por eso escribo este texto", concluye.