La Rusia de Putin: críticos acallados, propaganda anestesiante y dos bandos opuestos en el Kremlin
El presidente ruso confirma con la guerra de Ucrania su viraje al totalitarismo expansionista, que multiplica el éxodo opositor y aviva las tensiones internas.
Desde Occidente y desde Kiev lo han llamado "pérfido", "inmoral", "terrorista", "criminal", "provocador", "paranoico". Nada de eso le hace mella, allá en su despacho del Kremlin. Un año después de lanzar la "operación especial armada" sobre Ucrania, Vladimir Putin se mantiene al timón de una nación gigante que ha consumado con la guerra su viraje al totalitarismo expansionista. Hay daño por las sanciones, pero estaba bien preparado para ellas. Hay críticas, pero sofocadas. Hay disidentes, pero escapan como nunca. Hay una masa de ciudadanos anestesiados que no se levantan y hay una división interna en su círculo cercano, una guerra de intereses de consecuencias desconocidas. La Rusia de Putin es compleja, está debilitada, pero sigue siendo peligrosísima.
Las escenas en los primeros días de invasión demostraban que Putin no es Rusia. Que los rusos no son el régimen de Moscú. Según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en la primera semana de guerra ya habían sido arrestados más de 12.700 ciudadanos por haber participado en protestas contra la agresión, no autorizadas por el Gobierno. Civiles arrastrados por policías, hojas en blanco rasgadas como si tuvieran el lema más revolucionario, periodistas censuradas.
"El poder en el sistema político autoritario de Rusia está concentrado en manos del presidente Putin. Con fuerzas de seguridad leales, un poder judicial subordinado, un entorno mediático controlado y una legislatura compuesta por un partido gobernante y facciones de oposición flexibles, el Kremlin puede manipular las elecciones y suprimir la disidencia genuina. La corrupción desenfrenada facilita los vínculos cambiantes entre los funcionarios estatales y los grupos del crimen organizado", resume en su informe de 2022 la organización de derechos humanos Freedom House.
En el llamado "frente interno", unas 40 entidades han sido vetadas el pasado año, forzando la ya en vigor ley rusa de "agentes extranjeros", condenada por ejemplo por la UE. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha ordenado a Rusia que indemnice a estas ONG, pero como quien oye llover, porque no le reconoce legitimidad. Amnistía Internacional denuncia que "decenas de personas se enfrentan a penas de hasta 10 o más años de prisión por compartir lo que, según las autoridades, es información falsa sobre las Fuerzas Armadas, un nuevo delito introducido en la ley para reprimir a las personas críticas con la guerra de Ucrania", además. Entre las personas procesadas se encuentran periodistas, estudiantes, artistas, abogados y políticos.
En este contexto de silenciar al contrario, las protestas han sido como el Guadiana durante los últimos 12 meses, con picos en función de las noticias que llegaban de Ucrania y de las órdenes de Putin. Se recuperaron, con fuerza, en septiembre, cuando se anunció la movilización "parcial" de 300.000 rusos que ya poco tenían que ver con el Ejército. El miedo sacó del país a entre medio y un millón de varones que no estaban dispuestos a ser carne de cañón. Hasta el propio Ministerio de Comunicaciones ha reconocido que, en 2022, el 10% de los trabajadores informáticos se han ido del país. A buscarse la vida lejos del uniforme y del régimen.
Desde que comenzó la guerra, ha habido un intenso debate sobre si la popularidad de Putin es tan alta como muestran las encuestas. Según datos recopilados por Statista, a 2 de febrero de este año, el 82% de los rusos aprueba su gestión frente a un 16% que la suspende. Parece apabullante. Sin embargo, las encuestas rusas no son un ejemplo de transparencia. Como explicó recientemente el periodista Dmitry Muratov, Premio Nobel de la Paz y editor en jefe del diario independiente Novaya Gazeta, los encuestadores tienen mucha más información sobre las personas a las que llaman que sólo su número de teléfono. Las respuestas, pues, serían otras en libertad, sin consecuencias. El 75% de los sondeados, de primeras, se niegan a responder, ahonda Muratov.
Salvo Sarcina, exdiplomático italiano con experiencia en la zona y ahora asesor en Bruselas, asume que "Putin no llegaría posiblemente a ese porcentaje de popularidad en una encuesta sin temores, pero aún hay una parte importante de rusos que lo defendería, básicamente porque su posición es pasiva y está desinformada", sostiene. La "maquinaria de propaganda es de tamaño industrial", constata. Y funciona incluso cuando se están perdiendo vidas rusas -hijos de alguien, maridos de alguien, amigos de alguien- en Ucrania.
"Esta estructura de desinformación, junto con la falta de libertad política y la reciente purga de todos los principales medios de comunicación independientes, ha contribuido a la formación de una capa de la sociedad conocida como vatniki, son personas que viven envueltas en la apatía generada por la propaganda de Putin, como envueltas en un cómodo abrigo de algodón, que es lo que significa esa palabra en ruso", indica.
No hace falta precisar, dice raudo, que no son favorables a la guerra, forzosamente. Es diferente. "Si Putin dice que eso es lo que debe hacerse, entonces, según ellos, tal vez tenga razón. O, al menos, así ha sido durante las últimas dos décadas". Es lo que ha pasado con la guerra con Georgia y la ocupación ilegal de sus territorios, acontecida en 2008, más tarde con la anexión ilegal de la península de Crimea en Ucrania y el inicio de la guerra en Donbas de Gobierno y prorrusos en 2014; y hasta la intervención en la guerra de Siria, en 2015.
"Es uno de los grande logros de Putin: se ha asegurado de que, tras las fluctuaciones del primer periodo postURSS, los rusos vivan sus vidas al margen de estos eventos, que se ven apenas por televisión, la suya, la controlada, y que se presentan como gloriosas conquistas. No es sólo un entretenimiento, porque los muertos caen, pero se entiende como un sacrificio justo, razonable. Con Ucrania, pese a su magnitud, ocurre algo parecido, porque cala la idea de lucha contra los nazis [uno de los objetivos lanzados por Putin en la noche de la invasión, apuntando al Gobierno de Volodimir Zelenski] y de que los ucranianos y los rusos son lo mismo".
Y añade: "Hay muchas personas que no son partidarias declaradas de Putin, sino que asumen las cosas como vienen dadas. Hablo también de mucha gente mayor, Rusia tiene un importante problema de envejecimiento. Se asume, se encaja", razona. “La sociedad rusa está pagando ahora el precio por haberse dejado despolitizar progresivamente por el régimen de Putin durante más de 20 años, en algunos casos voluntariamente”, cierra.
No es una cuestión de ceguera. Hay que entender el pasado. José María Faraldo, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense y autor de Sociedad Z. La Rusia de Vladimir Putin, afirmaba en la presentación de la obra que, tras un tiempo en los 90, caída la URSS, en que los rusos aspiraron a una vida "normal", "todas las riquezas del país, empezando por unas materias primas impresionantes, se las quedaron un porcentaje mínimo" de oligarcas y "ese trauma explica el apoyo a Putin, que no es sólo Putin, representa muchas cosas (...). Esta no es la Rusia que queríamos y que nos salve el zar. Que no es zar ni santo, pero ha funcionado como figura simbólica importante", dice, y ha aportado "una cierta tranquilidad, seguridad y estabilidad que los ciudadanos añoraban tanto". "Putin se aprovechó de una ola y ha sabido construir muy bien esa idea de salvador", constata.
Añade que hay un "remanente" social en el que se ha mantenido lo más "reaccionario" del pasado stalinista y que Putin también ha sabido llevarse a su terreno, quien echa de menos otro tiempo porque "no había gays", "las mujeres estaban en su sitio" y "había tranquilidad en las calles".
No obstante, este ha sido un año de fuerza para los contestatarios. Una guerra y sus limitaciones añadidas, sus arrestos y sus espionajes de quién se queja y quién no cala más que el statu quo previo. "Cada vez más familias rusas están en riesgo de perder su vida como la conocen e incluso el sostén de su familia, que sigue siendo un hombre en la mayoría (de ellas). La preocupación ha crecido hasta en esa sociedad más aletargada", explica Gregory K., un exiliado, en una entrevista a la BBC.
Despertar de un sueño pacífico de manipulación propagandística es difícil y, como en el caso de la generación anterior de rusos, a veces es casi imposible. Los medios estatales rusos crean la ilusión de que la política es difícil y que Putin es el único capaz de manejarla, por lo que el pueblo ruso también debería apoyarlo. Ha cambiado que, ahora, hay más voces que dicen: "de acuerdo, es lo que hay que hacer, pero sería mejor no tener que hacerlo". El matiz que indica este joven, ahora en Turquía, no es baladí. "Hay un miedo distinto", constata.
La movilización de 300.000 hombres del 21 de septiembre supuso, en particular, una especie de ruptura repentina del contrato social no escrito entre Putin y los rusos, por el que se compromete a garantizar la estabilidad y la comodidad de los suyos y a evitar arrastrarlos a sus aventuras de política exterior. Fue con todo y el descontrol en los términos de la selección, las escenas de despedidas, de cartas enviadas indiscriminadamente, la falta de medios para los nuevos uniformados, mientras el hijo de su portavoz trataba de librarse, hicieron mella.
Cuando la primera ola de movilización comenzó a disminuir y algunas personas se dieron cuenta de que no estaban directamente afectadas por ella, volvieron a su viejo hábito de fingir que la guerra no les concierne. Ahora, ante la ofensiva de primavera, hay Inteligencias europeas que auguran que se llegará a los 500.000 reclutados. Puede haber, de nuevo, muestras de disconformidad. Las haya o no, queda dañada la confianza previa. Los "desaparecidos en combate" seguirán contando eufemísticamente los muertos.
El 19 de octubre, Putin anunció la ley marcial en los territorios ocupados e impuso estrictas medidas de seguridad en las regiones rusas. Parecía una manera de asegurarse el control de las cuatro regiones que iba a anexionarse, para lo que hizo hasta una fiesta a lo grande en Moscú. Hoy, Rusia no domina ninguno de esos cuatro territorios al 100% y la batalla es cruda con los ucranianos. Fue el efecto de una botella de champán, no tiene grandes logros que vender cuando ha perdido hasta la única capital de oblast que tenía, Jersón. "¿Cómo se vende eso?", dice gráficamente Sarcina.
"No hay avances, sólo dolor", afirmaba el pasado noviembre Ilya Ponomarev, exdiputado ruso, ahora en el exilio, en un encuentro de opositores realizado en Polonia en el que se buscaban alternativas democráticas a Putin.
El profesor Faraldo coincide en que la guerra ha sido "un desastre" sin paliativos para Rusia. "No ha servido ni para la cohesión interna", dice, cuando las contiendas suelen tener una importante carga nacionalista y aglutinan al país en favor de una causa. "La gente ya no se fía absolutamente nada de Putin, que les ha metido en algo para lo que no estaban preparados", dice quien lleva viajando a la zona desde 1995 y la conoce a fondo. "Aunque estén aceptándolo y Putin tenga popularidad, no se fían de él y eso queda para décadas", explica.
Además, a todo esto se suma el resentimiento de la economía, debido a las sanciones occidentales y el gasto militar desproporcionado del Kremlin, que puede finalmente despertar a la gente a la verdad, ver quién le manda y lo que está haciendo con ellos. ¿Puede o no puede? El italiano se muestra poco optimista. "Que nadie espere una revolución. Los cambios, si llegan, serán desde dentro".
Las dos almas de la defensa rusa
En este año de guerra, Putin se ha encontrado también con problemas en el Kremlin. Ha habido críticas, especialmente en otoño, al hilo de la movilización, de gente de dentro, diputados, mandos militares y comentaristas a sueldo, que cuestionaban la necesidad de extender el reclutamiento o, lo contrario, que entendían que ya se iba tarde, que a Ucrania había que ir con todo, con los 800.000 soldados que entraron en Checoslovaquia en 1968. Era el reflejo de las dos almas defensivas del país, que usan el Ejército y la guerra como medios para tener más poder, y a las que el presidente tiene que contentar para mantener la calma.
Básicamente, los bandos enfrentados son el de la cúpula actual del Ejército y el Ministerio de Defensa, comandado por el poderoso Serguei Shoigu, y el del llamado Partido de la Guerra, compuesto por el ala dura de las Fuerzas Armadas más los mercenarios del Grupo Wagner y los luchadores chechenos que lidera Ramzan Kadirov. Los segundos quieren más mano dura, unos por visión militar y otros por intereses particulares, los de controlar más suelo en Ucrania y, por tanto, más recursos, y llevarse así más dinero para sus territorios o mejores contratos. Actúan de forma independiente a Defensa, se comunican con el círculo del presidente sin pasar por Shoigu (el caso más claro es el del jefe de Wagner, Yevgueny Prigozhin) y se ven tan fuertes que hasta critican en público algunas decisiones sin riesgo a acabar en la cárcel.
Los analistas señalan que existen posibilidades de un intento de golpe interno por este grupo, para intentar tener una cúpula militar afín que le permita influir más y llevarse más dinero. Baste un botón: Shoigu quitó a Wagner (que aporta mucho más que mercenarios, desde servicios de limpieza a manutención) contratos millonarios de los que había gozado hasta hace pocos años, casi el 90% de ellos quedaron rescindidos tras unas desavenencias a propósito de Siria. Prigozhin quiere otro ministro arriba y nuevos contratos. Para que eso suceda, se ha extendido una red de críticas, jugadas bajo cuerda y presiones que tensiona el Kremlin.
¿Qué ha hecho Putin? Por ahora, es significativo que ha fortalecido al ejército, con el cambio de mando en Ucrania, relegando al duro general Surovikin cuando no le ha dado tiempo a hacer nada en tres meses. Era más cercanos a los críticos. Aún así, no se le echa como a su predecesor, sólo se le mueve. El dilema es importante, porque la fragmentación puede llevar a intentos de escalada, a cambios. Quién sabe, como con tantas cosas que pasan por la cabeza de Putin, si es una guerra encontrada o buscada.
¿Pueden los díscolos querer matar al padre? Dentro de la actual lógica interna rusa no es descartable y el escenario que se dibujaría es incierto, desde un sustituto para Putin de su cuerda, de su perfil, o de alguien de cambio, amparado por los oligarcas de la guerra, un escenario que EEUU ha dicho muchas veces que sería aún peor. El profesor Faraldo añadía en la puesta de largo de su libro que Putin viene de la transición de los 90, donde aún se conservaba "cierta moralidad de Guerra Fría", como respetar los tratados internacionales o tener cuidado en el uso de armas nucleares, pero "podría ser más peligroso lo que viene después" porque hay unas nuevas élites más jóvenes que se han educado en EEUU o Europa, criados "en un capitalismo brutal, totalmente amoral, para las que la violencia es una parte más del juego". "Los que rodean a Putin son peores que Putin", asegura. Reconoce que no sabe si Putin se ha dejado "impregnar" por ellos o "tiene miedo a morir sin haber dejado huella", como le dicen sus contactos en Rusia, pero son factores posibles de por qué quiere "acelerar la Historia" en Ucrania.
No descarta una "revuelta palaciega" contra Putin, en la que no importe ya nada. "Odian el sistema de valores occidental porque ellos en Rusia no lo quieren aplicar (...) De acuerdo a sus valores, sólo el fuerte prevalece", señala. También puede llegar alguien parecido, más demócrata... Demasiado abierto para conjeturas. Faraldo y Sarcina, a la par, ven lejos "cambios a la antigua" en Rusia, o sea, revolucionarios. Difícil saber si Putin tiene efectivamente mala salud, como apunta Ucrania, o si durará mucho. Si habrá revelo por biología o por la zancadilla o por las armas. El presidente ha ido prescindiendo, especialmente en este año, de gente que no le era de plena confianza y se ha buscado acercamientos, como el de Wagner, por seguridad. Por ahora, manda, hace y deshace. Y su orden en Ucrania es ir a por todas.