¿Mejor lo malo conocido? El peligroso desorden que puede acarrear el fin de Putin
La posibilidad de que oligarcas o señores de la guerra se hagan con el poder en una potencia nuclear asusta al mundo. El presidente aún no tiene un sucesor de su peso.
La sublevación del Grupo Wagner contra Vladimir Putin fue un visto y no visto, día y medio que parecen lejanos, pese a que pusieron al mundo al borde del infarto hace una semana apenas. Aunque el líder de los mercenarios, Eugeny Prigozhin, se encuentre ya controlado en Bielorrusia, aunque a su gente se le estén levantando instalaciones allá, aunque Moscú haya aparcado los procesos penales contra los golpistas, la onda expansiva de su grito sigue vibrando en Rusia. Hay secuelas. Las consecuencias, nadie las sabe.
Una de las preguntas que más se repite en estas horas de incertidumbre es qué puede pasar si Putin cae. Ya fue un tema de enorme debate al inicio de la invasión de Ucrania, hace 16 meses, cuando había quien planteaba de acabar con él para poner fin a la ofensiva o quien especulaba con su supuesto precario estado de salud. Pero entonces, como ahora, los adversarios del Kremlin saben que ni las cosas se hacen así en pleno siglo XXI y aquí no se puede aplicar eso de "muerto el perro, se acabó la rabia". Porque ¿y si es más peligroso lo que puede llegar tras Putin que el propio Putin? ¿Puede ser lo malo conocido mejor que lo por venir? ¿Quiénes pueden mandar en Rusia si cae el actual mandatario, por totalitario que sea?
Dentro de la actual lógica interna rusa no era descartable un intento de asonada interno, por más que Putin, siguiendo el manual clásico, haya señalado intereses exteriores en este breve motín. Los problemas de casa son más que suficientes para explicar lo ocurrido. Estados Unidos, a quien todos señalan, fue el primero en mandar a sus funcionarios a la prensa internacional a negar la mayor: llevan años avisando de que el escenario postPutin será mucho peor, porque aún no hay mimbres con los que volver a construir una democracia sana. Lo que sí hay son peligros. Puede llegar un sustituto para Putin de su cuerda, de su perfil -en función de los motivos de su desaparición o retirada- o de alguien de cambio, amparado por los oligarcas y señores de la guerra, como el propio Prigozhin. Las alarmas se disparan en este último escenario.
José María Faraldo, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense y autor de Sociedad Z. La Rusia de Vladimir Putin, explicaba recientemente en la presentación de su obra que Putin viene de la transición de los 90, tras la caída de la URSS, donde aún se conservaba "cierta moralidad de Guerra Fría", como respetar los tratados internacionales o tener cuidado en el uso de armas nucleares, pero "podría ser más peligroso lo que viene después" porque hay unas nuevas élites más jóvenes que se han educado en EEUU o Europa, criados "en un capitalismo brutal, totalmente amoral, para las que la violencia es una parte más del juego".
"Los que rodean a Putin son peores que Putin", asegura. Reconoce que no sabe si Putin se ha dejado "impregnar" por ellos o "tiene miedo a morir sin haber dejado huella", como le dicen sus contactos en Rusia, pero son factores posibles de por qué quiere "acelerar la Historia" en Ucrania.
Es por eso que no descarta una "revuelta palaciega" contra Putin o de gente próxima, en la que no importe ya nada. "Odian el sistema de valores occidental porque ellos en Rusia no lo quieren aplicar (...) De acuerdo a sus valores, sólo el fuerte prevalece", señala. También puede llegar alguien parecido, más demócrata... Demasiado abierto para conjeturas.
"Cambios a la antigua", revolucionarios, son más complicados en la Rusia de hoy. Sin embargo, es a eso a lo que Putin ha hecho referencia en sus mensajes al pueblo, tratando se ir a lo más visceral. "Este fue el mismo tipo de golpe que sintió Rusia en 1917, cuando el país entró en la Primera Guerra Mundial, pero le robaron la victoria", dijo en uno de sus mensajes televisados ante el levantamiento de los Wagner. "Las intrigas, las riñas, la politiquería a espaldas del ejército y el pueblo resultaron ser el mayor susto, la destrucción del ejército, el colapso del estado, la pérdida de vastos territorios, y al final, la tragedia y la guerra civil", enfatizó.
El presidente, tras la crisis de la semana pasada, ha ido haciendo una razzia importante en sus Fuerzas Armadas, depurando a posibles colaboradores de Wagner. Es lo esperado, no puede mostrar más debilidad. Pero ya llevaba tiempo, sobre todo en el último año, prescindiendo de gente que no le era de plena confianza. Se había ido buscando acercamientos como el de Wagner por seguridad, pero ese le ha salido rana. Demasiada ambición. Unos dicen que Prigozhin paró su marcha a Moscú, a 200 kilómetros, por voluntad de evitar "un baño de sangre". Otros, que la sangre iba a ser la de los suyos, expuestos como blanco fácil en mitad de la nada. El caso es que hubo acuerdo rápido y a Minsk.
El problema para Putin es que no es sólo su excocinero y su grupo de mercenarios los que le pueden mover la silla. Siguiendo un "intrincado juego político", viejo ya, "Putin ha ido viendo cómo los miembros de la élite, de los oligarcas a los señores de la guerra, competían por tener más posición, más influencia, más activos comerciales...", explica la investigadora Hanna Sashcenko, del Centro de Estudios Rusos de la Universidad de Lovaina.
"Se mantenía al margen mientras se beneficiaba de ello, dominando la escena, haciendo de árbitro final si había disputa, siendo siempre la figura a la que agradecer. Esa especie de burbuja ha quedado rota ahora", indica. Durante años, ejemplifica, "ha consentido la actividad mercenaria, pese a estar legalmente prohibida", y ahora los califica de "traidores". "Este paso aún tendrá consecuencias en el futuro", avisa. "Es el momento más volátil desde que se inició la guerra en Ucrania", constata, aunque remarca que a Putin "no hay que descartarlo pronto", tras 23 años en el poder y larguísimos tentáculos fuera y dentro del país.
"Ansias de todo"
Los analistas coinciden en que el mundo necesita un plan de contingencia para cuando Putin no esté porque, a día de hoy, lo que le queda es posiblemente el reemplazo por una facción de extrema derecha -que Wagner se llame Wagner no es casualidad- que puede ser más brutal y menos contenida, para empezar, en Ucrania. Estos días, Estados Unidos confesaba el temor que rondaba en el gabinete de crisis creado para seguir el levantamiento en Rusia ante la posibilidad de que gente de este tipo, "con ansias de todo", se hicieran con el control de arsenales incluso nucleares, informa la radio pública NPR. "Lo que más importaba es que las instalaciones atómicas siguieran en manos de militares profesionales", indicaban sus fuentes oficiales.
Los poderosos alimentados a los pechos de Putin que ahora consideran que es un blando, que está haciendo demasiado poco en Ucrania, siembran la discordia en redes sociales y blogs, poniendo en duda el liderazgo del envite (empezando por el ministro de Defensa y el jefe del Estado Mayor) y siguiendo por el objetivo en sí de la ocupación. Ahí estaba Prigozhin diciéndole a todos los rusos que la amenaza de la OTAN era mentira, que Putin les había engañado con su argumentario para lanzar la "operación militar especial".
Sashcenko explica que Putin "se ha mantenido sobre el nacionalismo, el miedo y el dinero". A quien podía, lo compraba. A quien no, lo encarcelaba o mataba. "Ha sido bastante eficaz con los críticos", dice irónica. En parte, pese a sus métodos, le ha ido bien porque los ciudadanos rusos tenían "profundos temores de volver al caos previo a la disolución de la Unión Soviética, a un momento de gran incertidumbre, en el que apareció Putin cambiando las cosas y dando seguridad y estabilidad". Hoy, según los datos recopilados por Statista, la popularidad del mandatario es del 82%, por más que los sondeos, en un país donde todo es control, no sean especialmente transparentes.
Aunque hay mucho poderoso cercano a Putin y, ahora, crítico con él, hay consenso internacional en señalar que no hay hoy un líder claro para sucederlo en ese grupo. Ni el líder de Wagner ha sido capaz ni hay otros que saquen la cabeza de más. No estamos como al final de la URSS, cuando nombres como Mijaíl Gorbachov o Boris Yeltsin eran apreciados dentro y fuera del país. No hay nadie con ese poder ni ese reconocimiento, claves para dar el salto o intentarlo.
El reputado analista Thomas L. Friedman escribía este 27 de junio en The New York Times que "funcionarios estadounidenses sostienen que la estrategia de Putin es agotar al ejército ucraniano de sus obuses de artillería de 155 mm, el pilar de sus fuerzas terrestres, así como de sus interceptores antiaéreos, por lo que sus fuerzas terrestres quedarían desnudas ante el poder aéreo ruso - y luego tratar de aguantar hasta que los aliados occidentales se agoten o Donald Trump sea reelegido y Putin pueda conseguir un acuerdo sucio donde salve la cara en Ucrania".
Aguantar, pues, es la meta. Lo de después está por verse. Los opositores rusos están acallados, criminalizados, y las posibilidades de que tras Putin lleguen unas elecciones en paz son complicadas hoy. Como ha denunciado Human Rights Watch (HRW), Putin ha ido desgastando toda la estructura del estado, incluyendo la puramente electoral, "ha eliminado opositores, ha pervertido comicios y no hay posibilidades claras de un traspaso" propio de un país democrático. Esa desestructuración deja la puerta abierta a las guerras cainitas.
La esperanza de partidos libres y que peleen en buena lid es hoy sólo eso y las posibilidades a corto plazo se inclinan a que llegue alguien más duro, con menos escrúpulos que Putin, más ultras de pensamiento, que generen más desórdenes, más impunidad. Hay riesgo de que se generen feudos de señores de la guerra y oligarcas, como una antesala de guerra civil, si ninguno tiene la fuerza de imponerse en el país, porque además sus intereses son diversos. como ha afirmado esta semana el presidente francés, Emmanuel Macron, "todas las opciones ajenas a Putin en el sistema actual resultan peores que Putin".
Tan roto ha dejado Putin el sistema que es "una bomba de relojería", en palabras de Friedman, quien añade: "Putin ha tomado al mundo entero como rehén. Si gana, el pueblo ruso pierde. Pero si pierde y su sucesor es un desorden, el mundo entero pierde". EEUU ha confesado que tiene planes de contingencia por si se da este supuesto, que falte Putin, pero también ha reconocido problemas para lograr información de lo que estaba sucediendo con Wagner y, por tanto, la necesidad o no de aplicarlos.
Kurt Volker, que fue embajador de EEUU ante la OTAN y enviado especial para Ucrania, ha afirmado en diversos medios que la revuelta de Prigozhin marca el comienzo del fin de la guerra y la gestión de Putin, incluso con el acuerdo que acabó con el avance hacia Moscú. "No hay que confiar en el retroceso. Esto es posicionamiento. Prigozhin quiere ser visto como un héroe para los rusos mientras busca más apoyo y hace exigencias. El Estado irá tras él y esa puede ser su excusa para defenderse ‘a regañadientes". "Todavía falta que sucedan más cosas", indica. Así que no se puede dar por cerrado el capítulo Wagner ni el de cualquier otro contestatario.
En el plano interno, el pasado enero, un antiguo asesor de Putin, Abbas Gallyamour, sostenía que el relevo pacífico de Putin estaba en marcha, sería a finales de este año y sería de un perfil tecnócrata, para intentar solucionar la guerra con Ucrania. Se querría evitar, así, un final abrupto, que el empeño de Wagner ha demostrado que puede ser real y menos honroso aún. Un delincuente (robo, agresión, fraude, estafa...) como Prigozhin ya lo ha desestabilizado bastante. ¿Pero a quién designaría? Nunca ha señalado un delfín, siempre ha mantenido el mandato personalista.
Se barajan nombres, pero hoy por hoy ninguno tiene ni la mitad de brillo que el presidente. Esté el ministro de Defensa, Sergei Shoigu, que es el mayor enemigo de los mercenarios, pero también Dmitry Medvédev, hoy vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación de Rusia y expresidente, al que Putin puso hasta que pudo regresar al cargo. También se manejan los nombres de dos Patrushev: Nikolai, secretario del Consejo de Seguridad, y su hijo Dmitry, actual ministro de Agricultura. Son los que podrían hacer cambios desde dentro, con una línea más continuista pero, al menos por ahora, sin el liderazgo del actual presidente.
De momento, el puñetazo de Prigozhin ha resquebrajado el barniz de invencible de Putin. Ha expuesto su debilidad. Ha erosionado su imagen. Tiene que estar muy atento para que no pase a mayores. Su comportamiento puede ser ahora más arriesgado, más errático, porque ha sentido de veras el peligro. Y en lo que decida hacer, en sus pesadillas, se condensan también las de todo un planeta.