Jersón, un año después de la reconquista: "La gente tiene miedo de vivir porque no sabe qué pasará mañana"
El importante enclave del sur ucraniano se convirtió en la más icónica victoria de Kiev en su contraofensiva, pero hoy sigue siendo objetivo de las bombas rusas, entre otras desgracias. Muchos se han ido, pero otros no han podido. Cuentan en El HuffPost su versión.
Aquel día volvieron las sonrisas tras meses de horror. El 11 de noviembre de 2022, Ucrania selló su mayor victoria hasta la fecha en su contraofensiva al izar la bandera azul y amarilla en las plazas de Jersón. Las calles, hasta entonces vacías, se llenaron de gente con ansias de libertad. Pese al miedo por si Rusia volvía a atacar, hubo cierto ambiente de fiesta, contaron entonces los vecinos a El HuffPost.
Un año después, aquella felicidad momentánea ha quedado olvidada para los habitantes que aún (sobre)viven en el maltrecho enclave del sur. Entre los que quedan, varios han accedido a dar su versión a este medio con la condición de preservar su anonimato. El miedo a las represalias del agresor ruso es tal que ni siquiera se atreven a dar sus nombres de pila a un digital español. Pero el desencanto también toca a la administración ucraniana, que les tiene "olvidados" mientras continúa una nueva fase menos exitosa contraofensiva.
"Durante este año, la situación no ha mejorado. Cada día la ciudad es bombardeada, hospitales, tiendas, muchos edificios son destruidos... la gente tiene miedo de salir de sus casas", explica Yuri (nombre ficticio, como el resto de protagonistas). Este hombre reconoce que cada jornada "se activa varias veces la alarma antiaérea y la gente se ve obligada a bajar a los refugios antiaéreos". Una acción en sí misma peligrosa, habida cuenta del estado de muchas casas y de que en numerosos puntos de la ciudad no hay ni luz.
Datos aún por contrastar elevan hasta 21.000 la cifra de hogares destruidos en el municipio cuando Ucrania comienza a sentir un invierno que podría ser más dañino que el de 2022. Una nueva amenaza que sumar a una región que quedó arrasada en junio por la inundación posterior a la voladura de la presa de Nova Kajovka.
"Bajo condición de catástrofe meses después de la inundación y bajo bombardeo constante" no hay descanso en la zona, con numerosos puntos sin suministro energético. En ese contexto, la confesión de Elena es demoledora: "La gente tiene miedo de vivir porque no sabe qué pasará mañana".
Se suceden las protestas, off the record, por lo que consideran un despilfarro de dinero público en arreglar carreteras o infraestructuras que volverán a ser atacadas con total seguridad. Porque, insisten, las bombas siguen cayendo prácticamente a diario. Las últimas se sintieron hace apenas unas horas.
Pese a las críticas, no todo es malo a juicio de la población. Algunas personas celebran que los gobernantes están aportando fondos para "habilitar" los sótanos y "dotar de cierto nivel de seguridad" a estos emplazamientos para cuando llegan los ataques. Camas o víveres básicos son algunas de las pertenencias más valoradas en estos momentos.
En los últimos meses la mayoría de los habitantes han huido en dirección a Odesa, Mikolaiv y hasta Kiev, asumiendo que quedarse es un riesgo para sus propias vidas. De hecho, las autoridades ucranianas decretaron en septiembre una evacuación obligatoria de las familias con niños ante los constantes bombardeos rusos. Pero hay para quien salir es sencillamente "imposible": ancianos, enfermos, gente sin otro hogar ni familia fuera del municipio que hace apenas año y medio albergaba a 300.000 personas.
En esos términos, el relato se articula bajo la premisa de sobrevivir. No hay espacio para hablar de ocio, de vida social. "El miedo es muy grande y la gente sólo sale a comprar comida", añade Andrey. Ni siquiera esa tarea es sencilla, lamenta, ya que entre los centenares de edificios destrozados están los mercados municipales. "Y a los supermercados y tiendas que quedan abiertos es difícil ir".
La urgencia se nota más en los centros médicos. Cuando no son objeto de ataques funcionan sin apenas recursos ni suministros, haciendo obligatoria la evacuación de heridos a localidades cercanas en viajes extremadamente peligrosos.
Olvido y miedo, las dos palabras que marcan la vida en un enclave que, hace un año, copó los titulares de todo el mundo. Hoy, con el foco mediático apuntando en muchas otras direcciones, no queda ni rastro de la ciudad que soñó con volver a ser libre aquel 11 de noviembre.