Entre reservas y fanfarronadas: el impacto de las guerras de Oriente Medio en las elecciones de EEUU
Harris trata de nadar y guardar la ropa, apoyando sin fisuras a Israel, siguiendo la estela Biden, pero siendo algo más humana con los gazatíes. Trump promete paz en la región, sin decir cómo, e insiste en la idea de que con él nada había estallado.
La máxima es tan vieja como real: con la política exterior no se ganan unas elecciones en Estados Unidos, pero pueden perderse. En los comicios de este año, del próximo 5 de noviembre, la agenda internacional se impone como en pocas citas previas, con un mundo cambiante que ha vuelto a la Guerra Fría y desafíos que pasan a ser amenazas y apuntan a guerras futuras.
Hay dos ofensivas, por encima del resto, que acaparan ahora la atención del mundo: las iniciadas por Israel en Gaza y Líbano y que tienen a todo Oriente Medio al borde del estallido total, porque el desbordamiento regional hace mucho que se produjo ya, con actores implicados de Irán a Irak, de Yemen a Siria. EEUU, la mayor potencia del mundo, no ha podido-sabido-querido parar nada. El sucesor del demócrata Joe Biden tendrá que decidir cómo actuar.
En la campaña electoral norteamericana, el asunto ha ganado espacio en el último mes por dos razones: el aniversario de los atentados de Hamás contra Israel del 7 de octubre de 2023 y el ataque de respuesta sobre la franja palestina y la escalada contra Hizbulá, que pasó de ataques selectivos a masivos, de bombardeos aéreos a invasión terrestre en suelo libanés. Así que tenemos a una candidata luchando por encontrar las palabras adecuadas para nadar y guardar la ropa (la demócrata Kamala Harris) y a otro candidato haciendo promesas digamos que audaces sobre cómo puede resolver un conflicto de 80 años en un día (el republicano Donald Trump).
La vicepresidenta Harris está intentado con mucho esfuerzo (y no siempre con éxito) equilibrar sus discursos de fuerte apoyo a Israel, históricos en todas las Administraciones del país, con condenas más o menos duras -aunque sí solemnes- a las bajas civiles entre los civiles palestinos o libaneses afectados por las órdenes del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
El expresidente Trump, por su parte, insiste en que nada de lo que hoy llena las noticias habría sucedido bajo su mandato en la Casa Blanca y que puede hacer que todo desaparezca si es elegido. ¿Cómo? Es un secreto muy bien guardado, porque no detalla nada.
Los dos rivales están compitiendo por un mismo bocado: los votos de los votantes estadounidenses árabes y musulmanes y de los ciudadanos judíos, con carreras particularmente reñidas en los estados en disputa de Michigan y Pensilvania, dos de los llamados bisagra, donde por un puñado de papeletas se puede acabar decidiendo una elección presidencial.
Dos retóricas, un aliado
Vamos con Harris. Antes de que Biden renunciara a la reelección, la antigua fiscal había sido ya una de las voces demócratas más rápidas en pedir un alto el fuego en Gaza y una solución de dos estados para Israel y Palestina, donde está el epicentro de todo. Sin embargo, siempre se ha mostrado firmemente a favor del derecho de Tel Aviv a defenderse y ha garantizado la continuidad de a ayuda defensiva y militar a su mayor aliado en la zona.
Ya como candidata, desde agosto, ha sido aún más prudente. Ha tenido que hacer frente a las protestas en la propia sede de la Convención Demócrata que la encumbró, que abordó desde el silencio, pese a que hay una parte de su propia formación, más a la izquierda, que las apoyaba. En este tiempo, ha tenido otros episodios en los que mostrar su rostro. Por ejemplo, cuando un manifestante propalestino la interpeló acusando a Israel de "genocidio" -la Corte Internacional de Justicia tiene un caso abierto por ello- y ella dijo que sus preocupaciones del manifestante eran "reales". Lo dicho en ese encuentro, que tuvo lugar en Wisconsin y fue viralizado en un vídeo, se entendió como una expresión de acuerdo con el señalamiento a Israel, lo que provocó una dura condena del exembajador de Israel en EEUU, Michael Oren, con enorme influencia aún en el país.
La campaña de Harris tuvo que salir al paso y aclarar que, si bien la vicepresidenta estaba de acuerdo en términos más generales sobre la difícil situación de los civiles en Gaza, no estaba acusando ni acusaría a Israel de genocidio. Que nadie espere algo semejante si se convierte en presidenta.
Harris -que está casada con un abogado judío, Doug Emhoff, con el que celebra todas las grandes fiestas hebreas- combina ese mensaje con afirmaciones como que "la primera y más trágica historia" del conflicto fue el ataque múltiple de Hamás del 7 de octubre del año pasado, con el que mató a unos 1.200 israelíes y secuestró a 250 más. Fueron, en efecto, las primeras víctimas inocentes, pero hay quien se ha sentido irritado, incluso en su partido, porque entiende que no le da la misma importancia a los más de 41.000 palestinos muertos en estos casi 13 meses por los ataques de Israel.
Las referencias de la demócrata al dolor de los palestinos suelen ser generalmente marginales. Israel va primero. Si las hace, siempre queda un pero. Por ejemplo, tras plantar unos árboles en su residencia oficial en recuerdo de los asesinados por el Movimiento de Resistencia Islámico, se vio en la obligación de hablar de los palestinos. Enfatizó la "necesidad de aliviar el sufrimiento inmenso de los inocentes en Gaza que han experimentado tanto dolor y pérdida", pero no citó a responsable alguno de ese drama.
Sus gestos más llamativos han sido repetir: "No me quedaré en silencio", sobre la situación humanitaria en Gaza, sobre todo ante los datos de hambruna y aparición de la polio, y cuando se ausentó del discurso de Benjamín Netanyahu ante el Congreso en julio, acto que decenas de demócratas decidieron boicotear. ¿Fue prudencia o fue queja pública?
Hay práctica unanimidad entre los analistas al entender que con Harris las cosas no cambiarían mucho respecto a Biden. Quizá se enfrentaría verbalmente más a Bibi, quizá le podría más condiciones, líneas rojas o ultimátums para seguir dándole armas y dinero, quizá le presionaría más para cumplir con las resoluciones de la ONU o las recomendaciones de las cortes internacionales, pero cambios sustantivos no habrá, porque no los ha habido ni con demócratas ni con republicanos desde que nació el Estado de Israel, en 1948.
Mientras tanto, la retórica de Trump es distinta, aunque siempre es Israel a quien apoya. Para los palestinos o los libaneses no hay palabras empáticas siquiera. El magnate ha participado en los últimos días en entrevistas con el canal saudí Al-Arabiya y el libanés MTV, en las que ha prometido lograr la paz en Oriente Medio y ha pronosticado que "las cosas saldrán muy bien" en Líbano.
En una publicación en su plataforma de redes sociales, ha predicho que una presidencia de Harris sólo empeoraría las cosas en la zona. "Si Kamala gana cuatro años más, Oriente Medio pasará las próximas cuatro décadas en llamas y sus hijos irán a la guerra, tal vez incluso a una Tercera Guerra Mundial, algo que nunca sucederá con el presidente Donald J. Trump en el poder", escribió. "Por el bien de nuestro país y por sus hijos, ¡voten a Trump por la PAZ!", es otra de sus frases más repetidas, que intercala en actos muy blancos con población musulmana en EEUU.
"Ella odia a Israel", dijo el republicano sobre Harris durante su único debate televisado. "En mi opinión, Israel dejará de existir dentro de dos años y creo que tengo toda la razón", afirmó en otro toma y daca. Trump, no hay que olvidarlo, se rodea de personas que emplean una retórica antisemita sin sonrojo, como el activista ultraderechista Nick Fuentes o el rapero Ye (Kanye West), a los que nunca ha puesto en tela de juicio.
En este sprint final, Trump se dedica a decirle a los votantes judíos lo que deben y no deben hacer, sabedor de que la mayoría vota demócrata. Los que votan por los demócratas "deberían hacerse examinar la cabeza", afirma, y si él pierde las elecciones "el pueblo judío realmente tendría mucho que ver con eso". Repartiendo culpas por anticipado. "Hacer que alguien diga 'perdimos por culpa de los judíos' es escandaloso y peligroso", le respondió de inmediato el Comité Judío Estadounidense, mientras que el Consejo Judío para Asuntos Públicos condenó su uso de "tropos antisemitas".
"Hice más por Israel que nadie. Hice más por el pueblo judío que nadie. Y no es recíproco, como dicen", repite él, quejoso, recordando a veces que en su legislatura en el poder se apoyó en su yerno, Jared Kushner, judío, para no pocas tomas de decisiones.
El expresidente está intentando ganar votos en estados como Nueva York y Pensilvania, con grandes poblaciones judías (se calcula que hay unos 5,8 millones de judíos adultos y con derecho a voto en EEUU, un 2,4% de la población adulta total), pero su tono agresivo en ocasiones ha resultado contraproducente. Porque ha ido muy lejos, afirmando que el senador demócrata Chuck Schumer, el funcionario judío de mayor rango en EEUU, es un "orgulloso miembro de Hamás".
De Gaza, lo más escandaloso que ha dicho, en una entrevista de radio con un famoso locutor derechista, es que los promotores de bienes raíces podrían hacer de la franja algo "mejor que Mónaco" porque tiene "la mejor ubicación en Medio Oriente, la mejor agua, lo mejor en todo". Coincidente con los colonos que quieren quedarse con la zona.
Más que evaluar lo que está pasando y poner soluciones sobre la mesa, Trump lo que hace es azuzar el miedo y decir que con Harris todo lo que ya es gravísimo va a empeorar. La razón: ella es la continuidad de una Administración que "no ha evitado la guerra" y ha dado "más poder a Irán", según su visión.
El problema es que la que puede ser la primera presidenta del país está en una posición muy incómoda como para responderle, porque no deja de ser aún la número dos del Gobierno y está atada a las decisiones de política exterior del presidente Biden. Y tampoco quiere irse a la izquierda y avalar las acusaciones de "socialista" que le hace el millonario, infundadas porque Harris es sistema, aunque con un toque algo más social.
La vicepresidenta arrastra el añadido de que, si no aporta matices, también se le puede enfadar esa parte de su partido que se ha cansado del todo vale con Israel. El Colegio Demócratas de América, una organización centrista que apoya a Biden, criticó al propio partido en mayo. "Cada día que los demócratas no logran mantenerse unidos para un alto el fuego permanente, una solución de dos Estados y el reconocimiento de un Estado palestino, más y más jóvenes se sienten desilusionados con el partido", dijo en un comunicado. Agencias como AP han constatado que "los asesores y aliados de Harris también están frustrados por lo que consideran una forma de que Trump se salga con la suya en algunas de sus impredecibles declaraciones sobre política exterior".
"Se trata de una escuela muy reflexiva y muy cuidadosa frente a una escuela ostentosa", dice a AP James Zogby, fundador y presidente del Instituto Árabe Americano, que ha apoyado a Harris. "Eso se convierte en un obstáculo en estas últimas etapas, cuando está haciendo todas estas propuestas. Cuando llegue el momento de pagar la factura, se marcharán con las manos vacías, pero para entonces será demasiado tarde".
El portavoz de Harris, Morgan Finkelstein, describió en un debate el enfoque de Trump hacia la zona como parte de una señal más amplia de que "un Trump descontrolado y desquiciado es simplemente demasiado peligroso: nos llevaría de nuevo al enfoque caótico y solitario que hizo que el mundo fuera menos seguro y debilitaría a Estados Unidos".
La pelea por los territorios
La encuesta más reciente de AP-NORC Center revela que ni Trump ni Harris tienen una clara ventaja política si nos fijamos en la situación en Oriente Medio. Alrededor de cuatro de cada diez votantes registrados dicen que el republicano haría un mejor trabajo en la región y una proporción similar dice lo mismo de Harris. Aproximadamente dos de cada diez entienden que ninguno de los candidatos mejoraría la situación en la que Biden tiene la crisis.
Sin embargo, dentro de cada partido hay diferencias: sólo dos tercios de los votantes demócratas creen que Harris sería la mejor candidata para manejar la situación en Oriente Medio (lo que evidencia la división de los progresistas en este asunto), mientras que entre los republicanos alrededor de ocho de cada diez creen que Trump sería mejor. Los conservadores tienen clara la apuesta por su líder, para todas las políticas, internas y externas.
Sobre todo, la batalla está en convencer a las comunidades determinantes en los estados que decantan la balanza. Si se apoya demasiado a Israel, se corre el riesgo de alinear a los árabes y musulmanes norteamericanos. El caso más claro es el de Michigan, donde se concentra la mayor cantidad de árabes estadounidenses del país y donde la guerra entre Israel y Hamás tiene un impacto profundo y personal en la comunidad. Además de que muchos vecinos tienen familiares tanto en Líbano como en Gaza, suman ya un muerto: Kamel Ahmad Jawad, un residente del área metropolitana de Detroit, que murió mientras intentaba entregar ayuda a su ciudad natal en el sur de Líbano.
Según el sondeo más reciente del Pew Research Center, desvelado a inicios de este mes, un 61% de los ciudadanos de EEUU que quieren que su Gobierno se involucre más en encontrar una solución diplomática. También hay ya un 31% de entrevistados que califica de excesiva la represalia de Israel sobre Gaza en respuesta a los ataques de Hamás, frente al 27% de diciembre de 2023, más en caliente. Los jóvenes, en particular, están cada vez más concienciados con la causa palestina, como han puesto en evidencia las protestas en los campus universitarios.
El impacto directo de la guerra en la comunidad ha alimentado la indignación y los llamamientos a que Washington exija un alto el fuego incondicional e imponga un embargo de armas a Israel. En las primarias demócratas, Joe Biden ya tuvo un toque de atención importante: decenas de miles de votantes demócratas emitieron votos "no comprometidos" como castigo al mandatario por no parar la guerra y mantener sus envíos de armas a Tel Aviv.
Aunque ambos partidos han apoyado en gran medida a Israel, gran parte de la indignación y la culpa se han dirigido a Biden y eso relativiza la culpa de los aspirantes. Cuando Harris se presentó a la contienda, muchos líderes árabes estadounidenses sintieron inicialmente un renovado optimismo, citando sus comentarios sobre el alto el fuego y sus primeros esfuerzos de defensa de la legislación internacional. Sin embargo, ese optimismo se ha ido evaporando rápidamente, sobre todo cuando los propalestinos percibieron que la aspirante no se distanciaba lo suficiente de las de Biden. Sería criticar su propia política en los últimos cuatro años.
Future Coalition PAC, un super PAC respaldado por el multimillonario Elon Musk, está publicando anuncios en comunidades árabes estadounidenses en Michigan centrados en el apoyo de Harris a Israel, con una foto de ella y su esposo, Doug Emhoff, que es judío. El mismo grupo está enviando el mensaje opuesto a los votantes judíos en Pensilvania, atacando su apoyo a la retención de algunas armas a Israel, una medida de la Administración Biden para presionar al aliado de EEUU desde hace mucho tiempo para que limite las bajas civiles.
La vida sigue igual
Que EEUU seguirá siendo el "más leal y firme" aliado de Israel, como dice Biden, está fuera de toda duda. Ha sido así históricamente, desde que Washington fue uno de los impulsores de la partición de la Palestina histórica en un estado árabe y uno judío hasta la Guerra Fría, cuando el mayor portaaviones norteamericano en Oriente Medio -o sea, Israel-, le servía para vigilar la zona, tener información de inteligencia de primera mano y presionar ante los posibles avances del comunismo. Todo, en un punto clave para la extracción, el refinado y el tránsito de petróleo, en el que EEUU buscó también como amigos a Arabia Saudí o Egipto.
Más tarde, se ha afianzado la colaboración militar con Tel Aviv. Es cierto que el Pentágono tiene desplegados soldados, bases, barcos y aviones en toda la región, pero ningún aliado lo es más que este país no árabe -por más que tenga este origen el 20% de su población-. Un roce profundo con Israel, en público, podría dañar con vínculos con otros países aliados y pondría en riesgo una fuente de intercambio de inteligencia, muy potente", que EEUU no está dispuesto a perder.
Además, las relaciones de defensa entre los dos países son altamente rentables para las empresas norteamericanas, desde hace décadas, a la vez que indispensables para el correcto funcionamiento del Ejército de Israel. Por eso, Biden tiene la sartén por el mango, si quiere presionar, pero no lo hace. Antes al contrario, EEUU y Alemania han sido los dos países que más han acelerado su venta de armas a Israel desde que comenzó la crisis de Gaza. La ayuda total estadounidense a Israel de 1946 a 2022 ascendió a 243.900 millones de dólares. Si nos limitamos a la ayuda militar, de 1951 a 2022 Israel recibió 225.200 millones de dólares.
Desde el 2000, más del 86% de la ayuda anual estadounidense a Israel financia el ámbito militar. Son datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI). En 2022, el último año del que se dispone de datos, Washington comprometió más de 3.300 millones de dólares en asistencia extranjera a Israel. De ellos 8,8 millones de dólares se destinaron a la economía del país y el 99,7% se destinó a las IDF.
La actual ayuda militar a Israel es parte del Memorando de Entendimiento firmado por Obama en 2016, que abarca el periodo 2019-2028, con un monto de 38.000 millones de dólares, que es el doble del presupuesto de Defensa de España. Israel recibe las armas pero EEUU se queda con el dinero y con los puestos de trabajo requeridos para la fabricación del equipamiento, en resumen. Con esta ayuda se busca "mantener la ventaja militar cualitativa" de Israel sobre los ejércitos de los países de la región.
No sólo es defenderlo, sino que sea más poderoso que el resto. Por eso, en 2008 aprobó una ley que prohibía las exportaciones de defensa a Oriente Medio que perjudicasen el poderío militar de su aliado. Eso explica que, aparte de buena cantidad, EEUU le venda a Israel calidad, como los aviones F-35 de Lockheed Martin (Tel Aviv fue el primer Gobierno al que se le autorizó tenerlos aparte de EEUU) y la Cúpula de Hierro para sus cielos.
Sin esa ayuda, Tel Aviv no podría estar en tantos frentes como ahora ni defenderse ni atacar tan bien, porque sus opciones militares serían limitadas. Ha sido siempre así, por lo que cualquier amenaza o línea roja que la Casa Blanca trace con esas armas o ese dinero tiene un poder enorme.
Sólo ha habido dos amenazas en este tiempo: la dilación en el envío de un paquete de ayuda si se atacaba Rafah, en el sur de Gaza, donde se refugiaba más de un millón de palestinos (en mayo de este año) y el plazo de 30 días para permitir la entrada de ayuda humanitaria lanzado el pasado 16 de octubre; si no hay movimiento, se frenará el envío de armas. La medida se cumplirá -casualidad- pasadas ya las elecciones.
Hasta ahora, el Gobierno de EEUU ha hecho lo de siempre: defender el derecho a la defensa legítima de Israel y ofrecerle a su amigo protección militar y diplomática y ampararlo ante resoluciones contrarias en Naciones Unidas gracias a su poder de veto. Según el tanque de pensamiento del Chicago Council of Global Affairs, el primer veto a una resolución contra Israel fue en 1972, y de entonces hasta finales de 2023 ha ejercido ese derecho en 45 ocasiones. En toda su historia, desde la creación de la ONU, Washington ha vetado en total 89 textos. Supone el 52,9%.
El diario británico The Guardian desveló en enero pasado que "los congresistas que más apoyaron a Israel al inicio de la guerra en Gaza habían recibido 100.000 dólares más de media [de grupos proisraelíes] que quienes apoyaban a los palestinos. Los que más dinero recibieron de grupos proisraelíes con mayor frecuencia pidieron apoyo militar de EEUU y respaldaron la respuesta israelí, incluso cuando el número de civiles muertos en Gaza empezó a aumentar".
Las decisiones que quedan por tomar no son simples y, además, sobrevuela a todos los candidatos la realidad de que EEUU estaba en una fase de desapego o de olvido con respecto a Oriente Medio, más enredado en la invasión rusa de Ucrania o en la amenaza China en el preciado Indo-Pacífico. La realidad les ha puesto por delante, de nuevo, el mapa de sangre que lleva siendo la región desde hace 80 años. Hasta ahora, el único inquilino del Despacho Oval que ha logrado la paz en la zona se llama Josiah Bartlet y es de mentira, un personaje inventado por Aaron Sorkin. ¿Hará algo diferente el nuevo presidente o presidenta por venir?