El conflicto de Oriente Medio para quien nunca se ha preocupado por Oriente Medio
En un año, la región se ha visto zarandeada por una violencia desconocida en décadas. Gaza, y el conflicto palestino por extensión, es el epicentro de un viejo enfrentamiento que amenaza con desbordar todas las fronteras. Todo es incierto.
En 1581, el teólogo y cartógrafo alemán Henry Bünting publicó un mapa muy especial, con forma de trébol, en cuyo centro estaba Jerusalén. De él salían los pétalos: los continentes. El resto era mar. Aquella pieza única, reproducida hasta convertirse en un bestseller del momento, quería demostrar que la Tierra Santa era el eje del mundo y reivindicar el papel de esta región como epicentro de la paz mundial.
Hoy Jerusalén y sus alrededores, próximos y más lejanos, de fronteras imprecisas, se bautiza como Oriente Medio u Oriente Próximo y es, para dolor de sus habitantes, foco diario de las peores noticias: bombardeos, invasiones, atentados terroristas, secuestros, torturas, ocupación, sectarismo, genocidio. A veces ya no le prestamos atención porque parece lo de siempre, pero no, no es una tierra condenada a la muerte, sino que ha sido también sinónimo de esplendor: de posición estratégica, es cuna de civilizaciones antiguas y de las mayores religiones monoteístas, centro de poderosos imperios, famosos por su riqueza cultural y científica. Patria de gente generosa, sabia, deslumbrante y con un indómito deseo de vida.
En el último siglo, ha sido el llamado conflicto palestino-israelí el epicentro de la violencia y las tensiones, el que ha arrastrado a otros estados vecinos y ha acumulado guerras, ofensivas y violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Con sus ramificaciones, es el origen de todo. Si se resolviera, podría ser el principio del fin, también de todo.
Cuando la madeja se enreda cada vez más, es hora de poner contexto. Aquí tienes una guía básica de los conflictos de la región, sus orígenes, su evolución y su presente. Para entender mejor lo que pueda venir.
La partición de la Palestina histórica
Desde finales del siglo XIX, nutridas comunidades judías se fueron trasladando a Oriente Medio desde países europeos, norteafricanos o el propio Irán, siguiendo una corriente denominada sionismo, una ideología que defiende la necesidad de crear un Estado para el pueblo judío. El periodista austrohúngaro Theodor Herzl fue su máximo exponente y, en sus inicios, defendía un espacio especial para los judíos pero no necesariamente donde hoy está Israel, sino que se llegó a pensar en Uganda o Argentina como ubicaciones para ese "hogar". Al final, se apostó por el retorno a la "patria ancestral".
Saltamos a 1917. Entonces se pusieron negro sobre blanco 67 palabras que iniciaron, de facto, el difícil conflicto que nos ocupa. Son el cuerpo de la Declaración Balfour, el documento en el que por primera vez el Gobierno británico respaldó el establecimiento de "un hogar nacional para el pueblo judío" en Palestina. Londres era la potencia colonial en ese momento. Se hizo con la zona tras el hundimiento del Imperio Otomano y la controló entre 1917 y 1948.
El texto fue incluido en 1922 por la Liga de las Naciones (organismo que antecedió a la ONU) en el Mandato Británico, mediante el cual Reino Unido quedaba formalmente encargado de la administración de esos territorios. "El Gobierno de su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y usará sus mejores esfuerzos para facilitar el logro de este objetivo", decía literalmente. Londres esperaba que esa declaración ayudaría a poner a los judíos -especialmente los residentes en Estados Unidos-, a favor de las potencias aliadas durante la Primera Guerra Mundial.
Ante esta puerta abierta, cien mil inmigrantes judíos llegaron en los primeros años tras la declaración, el respaldo británico al sionismo. A finales de la década de 1930, estos cambios demográficos y sociales provocaron una reacción negativa por parte de la población árabe mayoritaria en la zona, que se sintió amenazada.
Los británicos respondieron a ello poniendo coto mínimamente a la inmigración judía, pero lo hizo justo cuando el exterminio de los judíos europeos planificado por el líder nazi Adolf Hitler se estaba empezando a poner en marcha. Tras la Segunda Guerra Mundial, el movimiento judío tomó fuerza en la zona, ahora con el añadido moral de la persecución sufrida en Europa y no frenada por la propia metrópolis de Londres. Se organizó y algunas de sus ramas se volvieron violentas, atacando a los británicos con sabotajes a sus tropas y atentados como el del hotel King David de Jerusalén, donde el Irgun dejó 92 muertos.
La violencia prosiguió durante la década de 1940 y Reino Unido buscó librarse del problema de Palestina, haciendo dejación de funciones. Era ya un problema espinoso y no planeó el día después de su marcha del territorio. Se buscó una salida consensuada, sí, pero sobre el papel, que la potencia colonial no aplicó en la práctica. Así, el 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de Naciones Unidas decidía que, sobre el suelo de Palestina, se levantasen dos estados, el israelí y el árabe. Esperanza para unos, dolor para otros, aquella jornada fue el inicio formal de este conflicto interminable.
Tras el Holocausto y la persecución a los judíos, Israel nació sobre una base legal, la primera vez que la ONU -de apenas dos años de vida- daba carta de naturaleza a un país, pero la población árabe local entendió que era a costa de quitarle lo que era suyo. La contienda que ardió en 1948 acabó expulsando a más de 700.000 palestinos de sus hogares. Lo que a un lado de la línea verde se considera un aniversario de alegría, en el otro se llama la nakba, "catástrofe".
Todo empieza con la 181, posiblemente la resolución de la ONU más citada de la historia. La comunidad internacional recomendó la partición de Palestina, que en ese momento dominaban los británicos en su expansionismo colonial; La orden estaba clara: había que fijar fronteras entre dos nuevos estados, uno judío y otro árabe, entre los que debía establecerse una colaboración franca en materia económica y aduanera, mientras que se crearía una zona de control internacional para Jerusalén y parte de Belén, un "corpus separatum".
La nación judía, de nueva creación, sería la mayor, con 14.000 kilómetros cuadrados, 558.000 habitantes judíos y 405.000 árabes por vecinos; la árabe, por su parte, tendría 11.000 kilómetros cuadrados y unos 10.000 judíos entre sus 820.000 habitantes. Habría también una zona de exclusión internacional “equilibrada”, con 100.000 residentes de cada lado.
33 naciones dijeron sí a este reparto -entre ellas, EEUU y la URSS-, 13 votaron en contra y 10 se abstuvieron -entre ellas, Reino Unido-. Después de que las radios retransmitieran el momento estalló la alegría en las calles de Tel Aviv o Jerusalén, pero también los choques entre vecinos, el vandalismo, las redadas.
En mayo del 48, Londres debería abandonar su mandato y la partición tendría efecto desde su retirada, pero la resolución no decía a las claras cómo debía implementarse el plan, así que los británicos alegaron la "imposibilidad de aplicar el texto" para justificar por qué no facilitaron la creación del nuevo escenario. Directamente se marcharon, dejando el problema a los locales. Historiadores como Ilan Pappe sostienen que los meses de transición "sólo sirvieron para que el personal de la metrópoli hiciera las maletas, pero sin arreglar la casa que dejaban".
La aprobación de la recomendación de la Asamblea General hizo que se disparara la violencia en la región. "A lo largo de los meses siguientes, el brazo armado del movimiento pro-Israel, que llevaba tiempo preparándose para un conflicto, perpetró una serie de masacres y expulsiones por toda Palestina con el fin de allanar el camino para un Estado de mayoría judía", escribe la historiadora Alison Weir. Los palestinos locales, con ayuda de países árabes vecinos, respondían igualmente con violencia, saqueos e incendios. Si el árbitro no ayudó, los contendientes tampoco.
El texto de la ONU, que cristalizó tras un debate intenso de casi un año, quedó en nada, nunca fue aplicado realmente. Las naciones árabes lo rechazaron porque suponía perder un territorio mayoritariamente musulmán en los últimos siglos, una tierra en la que el 67% de los habitantes era árabe, además de recibir menos tierras que los judíos; los representantes israelíes se quejaban, a su vez, de la "pequeñez" de sus posesiones, de su discontinuidad territorial y las complejidades para su defensa, pero aceptaron, al fin, porque la resolución permitía el nacimiento del perseguido hogar nacional, un sueño muy anterior a la shoa.
Las semanas previas al adiós inglés fueron de práctica preguerra. La ONU no respondía ante la sucesión de atentados, emboscadas y escaramuzas diarias, por ambas partes. Reino Unido insistía en transmitir lo "inaceptable" de la resolución para árabes y judíos, mientras se retiraba de cuarteles y fortalezas de forma precipitada, sin orden. El 15 de mayo de 1948, un día antes de que expirase el mandato británico, David Ben Gurión leía en Tel Aviv la declaración de independencia israelí. En aquella sesión histórica se derogaron las leyes anti-inmigración y así, en los tres años siguientes, llegaron 700.000 personas, una Jerusalén entera.
Las naciones árabes respondieron declarando la guerra y en la noche de aquel mismo día, tropas de Egipto, Transjordania, Siria, Irak y Líbano comenzaron a avanzar hacia Israel, el país recién creado. La orden era "la eliminación absoluta del estado hebreo". Ahí está el primer choque total, que ahora se teme de nuevo. Los palestinos perdieron toda posibilidad de formar una nación, con tierras invadidas y ciudadanos huyendo a los territorios próximos. Hoy aún pelean por ese estado, reconocido como tal por la mayor parte del mundo (98% de las naciones), aunque no por la mayoría de países occidentales. España lo hizo en mayo.
La guerra árabe-israelí...
Palestina no ha levantado cabeza desde ese 1948. Tras la victoria en la guerra, Israel pasó a ocupar el 77% del territorio de la Palestina histórica, incluido el oeste de Jerusalén. Bajo dominio egipcio quedó la Franja de Gaza y bajo dominio jordano, Cisjordania (incluido Jerusalén Este). La "pérdida de la patria ancestral palestina causó la dispersión de una tercera parte del pueblo", explica un miembro histórico de los Gobiernos palestinos y de Fatah, Nabil Shaath. Según datos del Gobierno palestino avalados por la ONU, 726.000 personas tuvieron que dejar sus hogares en 1948, horrorizadas con la contienda, buscando un lugar más seguro, expulsadas de sus casas por tropas israelíes o directamente muertas.
Casi 500 aldeas y ciudades quedaron arrasadas, con la consiguiente confiscación de tierras, que pasaron a manos de Israel (logró anexionarse un 26% más de la tierra que le habían otorgado en el Consejo de Seguridad, esto es, un 80% del total). 190.000 palestinos más se refugiaron en Gaza, bajo el control egipcio, y 280.000 se mantuvieron en Cisjordania, con el amparo de las autoridades jordanas.
Aquellos más de 700.000 exiliados son hoy, dos generaciones después, más de cinco millones de refugiados, concentrados sobre todo en Jordania, Siria, Líbano y Palestina. En el mejor de los casos, Israel ha dicho en alguna ocasión que aceptará el retorno de 50.000 el día que llegue -si llega- un acuerdo de paz. La Resolución 194 de la ONU, emitida también en 1948, reconoce el derecho de retorno o, en su defecto, la indemnización de los palestinos afectadas por el conflicto y también se lo reconoce a sus descendientes. Pero hay resoluciones que se cumplen y otras que no se cumplen, e Israel sólo ha cumplido totalmente el 0,5% de las que le competen e interpelan.
Otros 100.000 palestinos, hoy el 20% de la población de Israel, se quedaron dentro de las fronteras del nuevo estado y tardaron años en lograr la nacionalidad. Aún 200.000 árabes residentes en Jerusalén Este carecen de pasaporte, sólo tienen permiso de residencia, una ciudadanía rebajada que les obliga a permanecer siempre en la ciudad, sin moverse. De lo contrario, pierden su estatus.
... y la ocupación
Y tras ese cisma llegaron las guerras de los Seis Días (1967) y la de Yom Kippur (1973), que afianzaron la ocupación de su territorio y la ausencia de instituciones soberanas. La primera fue la más trascendente, de la que proviene gran parte del statu quo de hoy. Tel Aviv ocupó los territorios palestinos. De Gaza sacó los últimos colonos en 2005 y desde 2007 ha estado controlando todo su perímetro por tierra, y vigilando desde el aire y desde el mar, sometiendo a la población a un durísimo bloqueo, la mayor cárcel al aire libre del mundo desde hace 15 años.
Es conocido que desde el 7 de octubre de 2023 ataca la franja cada día con botas sobre el terreno incluso, en una operación en respuesta a los ataques de Hamás. Si la milicia palestina dejó 1.200 muertos y 250 rehenes, las tropas de Israel han matado, al cierre de este dossier, a 41.788, ha herido a 96.794 y hay 10.000 más desaparecidas bajo los escombros.
En Cisjordania y el este de Jerusalén siguen residiendo cerca de 600.000 israelíes en asentamientos reconocidos como ilegales por Naciones Unidas. Se han creado grandes bolsas de población, con profusión de servicios y beneficios sociales, con recursos naturales esquilmados a su propietario original, que cortan casi cualquier continuidad territorial, por ejemplo, con la hipotética capital del estado por venir.
La colonización va mucho más allá de las viviendas. Cada ciudad se rodea de polígonos industriales y fábricas, además de complejos de ocio, que extienden la ocupación, y que tienen que ir acompañados de carreteras seguras para los judíos, más bases militares y puestos de control que garanticen su seguridad. Un queso gruyere, todo agujeros, es la acertada imagen que se suele usar para dibujar en palabras el mapa actual.
Las negociaciones de paz están paradas desde el verano de 2014 y en todas estas décadas sólo se produjeron avances significativos con los acuerdos de Oslo y Camp David. Los primeros, firmados en 1993, se daban un plazo de cinco años para alcanzar una solución permanente, pero se fue atrancando. En 2000 se intentó de nuevo, en Camp David, pero las cuestiones clave seguían sin abordarse ni solucionarse. De aquel tiempo queda una maraña territorial, ya que actualmente las áreas palestinas se dividen en zonas A, B y C y en cada una hay un control, unas libertades o unas servidumbres.
Área A. La Autoridad Palestina tiene el control total sobre la seguridad y sobre asuntos civiles. Supone el 18% del territorio y engloba las principales ciudades y los territorios de alrededor, sin asentamientos. En teoría, los israelíes tienen prohibida la entrada a estas áreas, aunque en la realidad pueden entrar con bastante facilidad. Las Fuerzas de Defensa Israelíes suelen realizar incursiones para arrestar a posibles militantes o lanzadores de piedras.
Área B. Los palestinos tienen el control civil y comparten con los israelíes el control militar. Constituye el 21% del territorio e incluye principalmente pequeñas ciudades palestinas, pueblos y algunas tierras, pero ningún asentamiento.
Área C. Israel tiene el control civil y militar total. Supone más del 60% del territorio palestino e incluye todos los asentamientos (ciudades, pueblos, barrios), tierras, todas las carreteras que conectan los asentamientos con Israel (exclusivas para israelíes), así como áreas definidas como “zona de seguridad”, que incluye entre otras todo el terreno adyacente al muro de separación levantado hace 20 años por Israel y declarado ilegal por la justicia internacional. Junto a los colonos malviven unos 150.000 palestinos, la mayoría beduinos.
Tanto Cisjordania como Jerusalén Oriental se ven sometidas diariamente a la presión de leyes beneficiarias para los judíos y de demoliciones constantes, como denuncia Amnistía Internacional. Apartheid es la palabra que usa para definirlo ya hasta la ONU. Los colonos las aplican también sin que las autoridades de Israel los paren. Se calcula que en el último año 19 aldeas han sido borradas del mapa y más de 1.600 palestinos han sid desplazados debido a los ataques de residentes en asentamientos, que amedrentan, atacan o queman sus propiedades y olivares. Naciones Unidas ha contabilizado en ese tiempo 1.400 ataques de colonos. En total, 720 palestinos -entre ellos 160 menores según el Ministerio de Sanidad-, han muerto en el último año en Cisjordania, la mayoría durante incursiones militares.
Y está Gaza, donde la situación antes de la actual ofensiva ya era es de bloqueo y de crisis humanitaria permanente. El 38% de la población vivía en situación de pobreza, el 54% de los habitantes padecían inseguridad alimentaria y más del 75% eran al menos beneficiarios de ayuda, el 35% de las tierras agrícolas y el 85% de sus aguas de pesca eran total o parcialmente inaccesibles debido a las medidas militares israelíes, más 90% del agua del acuífero de Gaza no era potable y alrededor de un tercio de los artículos de la lista de medicamentos esenciales estaban siempre agotados, según datos de UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos.
La franja ha estado estos años bajo el control de Hamás –siglas del Movimiento de Resistencia Islámica–, que es una organización política y paramilitar sunnita que nació al calor de la Primera Intifada, alentada por Israel justamente por ir contra la representación oficial de los palestinos del momento, la OLP. Hamás considera a Israel un estado ilegítimo y llama a su destrucción. Hizbulá e Irán han sido sus aliados (formadores, financiadores) desde prácticamente sus primeros pasos. Declarado como organización terrorista por EEUU y la Unión Europea, Hamás tiene un brazo armado, las Brigadas Qassam, que contaban con entre 15.000 y 20.000 efectivos antes de la andanada última de Israel.
No obstante, Hamás también es un partido que ganó las elecciones de enero de 2006, con mayoría absoluta, y por eso poco después se puso a pilotar la administración de la franja, que no de Cisjordania, que ha estado todo este tiempo bajo el mando de la Autoridad Nacional Palestina, comandada por cuadros del partido Fatah. Fue entonces, tras su victoria, cuando Israel comenzó a aplicar el bloqueo que llega hasta hoy.
Estamos cumpliendo justo un año de la mayor crisis conocida a los dos lados de la frontera de la franja. Hamás atacó por múltiples vías a Israel el 7 de octubre del año pasado, cosechando víctimas en bases militares, kibutzim o festivales de música. Se llevó secuestrados a 250 ciudadanos, dejó 1.200 muertos. Sus milicianos entraron vía túneles y reventando las vallas fronterizas con vehículos, y también lanzaron centenares de cohetes que bloquearon los sistemas de defensa aérea. Fue el día con más muertos israelíes desde la creación del Estado.
Perenne, desde ese día Israel desarrolla en la franja una ofensiva total, que es la que ha matad a más de 41.500 personas y ha herid a más de 96.000. La población se ha visto desplazada en repetidas ocasiones (un 85% ha tenido que dejar sus casas, sin lugar seguro) y obligada a ocupar zonas cada vez más pequeñas bajo bombardeos y condiciones cada vez más inhumanas.
Los palestinos aspiran, pese a todo, a tener un estado en Gaza y Cisjordania, con Jerusalén Oriental como capital. Es un reparto que cuenta con el respaldo de la mayor parte de la comunidad internacional, incluyendo Estados Unidos. Sin embargo, cada vez que el tema se trata en alguno de los (eternos e infructuosos) procesos negociadores con Israel surge el mismo dilema: ¿se permitirá que Palestina controle su frontera más al este, con Jordania, o se quedará Israel con el dominio militar del Valle del Jordán? ¿Será Palestina un estado militarizado, plenamente soberano para vigilar y controlar sus fronteras? ¿Habrá continuidad entre los tres territorios que han de conformar el estado, estando como están separados Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este? Viable es, hace falta voluntad política.
El dilema de Jerusalén
Los palestinos aspiran a tener en Jerusalén Este la capital de ese futuro estado. Actualmente, desde 1967, la parte árabe de la ciudad triplemente santa -para judíos, musulmanes y cristianos- está ocupada por Israel, que domina por completo cada calle palestina, en las que viven unas 250.000 personas.
Dos tercios de la actual Jerusalén son antiguo suelo árabe, indica la ONU. La famosa línea verde que dividía en los mapas los dos lados de la ciudad hoy no es más que una avenida importante cargada de tráfico. No hay mezcolanza de las dos poblaciones más que la que obligan determinados servicios, no es Jerusalén una ciudad porosa ni de convivencia.
Siendo una cuarta parte del censo jerosolimitano, los árabes no reciben más que el 10,8% de la inversión, según datos del exconcejal del izquierdista Meretz Meir Margalit. Entre 6.000 y 8.000 menores no asisten a clase, porque ni hay aulas públicas suficientes para ellos ni llega la ayuda de instituciones solidarias o religiosas. El 67% de la población de Jerusalén Este se encuentra por debajo del umbral de la pobreza, según el Instituto Nacional de Seguridad Social israelí.
Jerusalén sería la capital de dos Estados, Israel y Palestina, en el caso de que las negociaciones ideales avanzaran finalmente, pero el reparto final es una incógnita. Existen no menos de nueve propuestas para el municipio y otras 17 para la Ciudad Vieja, que alberga los santos lugares como la mezquita de Al Aqsa y Cúpula de la Roca, el Muro de las Lamentaciones o el Santo Sepulcro.
Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, endureció en sus mandatos previos su discurso e insistía en que Jerusalén es la capital ”única e indivisible” de su estado. Israel se anexionó Jerusalén Este en 1980 de manera unilateral a través de la Ley de Jerusalén, pero la comunidad internacional interpreta que es Tel Aviv, y no Jerusalén, la capital del país, salvo excepciones como en la era de Donald Trump en la Casa Blanca.
El choque con Líbano
Líbano fue uno de los países árabes que declararon la guerra a Israel en 1948 y de inmediato se convirtió refugio para los palestinos escapados. La UNRWA calcula que hay 564.072 residiendo hoy en suelo libanés, en un país de 5,5 millones de ciudadanos. Aparte de la enemistad con el Gobierno de Beirut, Israel ha chocado seriamente en las últimas décadas con Hizbulá, el Partido de Dios, una formación-milicia chií prorisia, apadrinada por Irán, que es con quien actualmente tiene de nuevo abierto el frente de guerra.
Israel ha llevado a cabo cuatro invasiones contra Líbano: en 1978, 1982, 2006 y a partir del pasado 30 de septiembre. Los motivos han ido variando. Las de 1978 y 1982 buscaban expulsar a las facciones de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que operaban desde territorio libanés, y las más recientes han apuntado a Hizbulá. De hecho, el grup nació en 1982 con el objetivo de expulsar a Israel de su territorio, convirtiendo el sur del país en su bastión político. Desde entonces, ha multiplicado su poder.
Hizbulá es una organización musulmana chiíta, prosiria, que tiene una enorme influencia política en todo Líbano y, además, controla la fuerza armada más poderosa, sin ser un ejército como tal. Poco le falta: sostiene el washingtoniano Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés) que es "una de las fuerzas militares no estatales más fuertemente armadas del mundo", entre otras cosas por el apoyo ininterrumpido que le presta Irán desde su creación. Además, es una organización terrorista para la mayoría de los estados occidentales, Israel, los países árabes del Golfo y la Liga Árabe. Por eso está sometido a sanciones internacionales.
Fue establecido a principios de la década de los 80 del pasado siglo por la potencia chiita más dominante de la región, Irán, para oponerse a Israel. En su manifiesto fundacional, de 1985, abogaba por expulsar a las potencias occidentales del Líbano, pedía la destrucción del Estado de Israel y prometía lealtad al líder supremo de Irán. También plateaba el deseo de un régimen islamista inspirado en Teherán, pero enfatizaba que el pueblo libanés debería tener la libertad de autodeterminación.
Entró a formar parte del Parlamento libanés en 1997 y ocho años más tarde logró su primera cartera en el Gobierno. Tras haber aumentado su influencia política a lo largo de los años, hoy cuenta con 13 escaños propios en el Legislativo y su coalición prosiria todavía es una de las principales fuerzas parlamentarias, pese a que perdió la mayoría en las elecciones del pasado 2022. También tiene varios ministros en el actual Ejecutivo.
Sus milicianos han llevado a cabo ataques mortales contra fuerzas israelíes y estadounidenses en el Líbano en todo este tiempo. Cuando los israelíes se retiraron del Líbano en 2000, Hizbulá se atribuyó el mérito de haber expulsado a sus tropas. En el sur ha mantenido miles de combatientes y un enorme arsenal de misiles, donde continúa oponiéndose a la presencia de Israel en zonas fronterizas en disputa, donde la calma es controlada por una misión de pacificación de Naciones Unidas, la UNIFIL. Además de estar muy enraizados en las zonas fronterizas con Israel y el oriental Valle de la Bekaa, su presencia es notable en los suburbios del sur de Beirut, la capital.
El conflicto periódico con Israel se intensificó hasta convertirse en una guerra de un mes en 2006, durante la cual Hizbulá lanzó miles de cohetes contra territorio israelí y le mantuvo el pulso a su ejército durante más de un mes, lo que elevó notablemente su imagen tanto en Líbano como en todo Oriente Medio. 34 días de contienda, 1.100 muertos en Líbano (290 milicianos), 164 muertos en Israel (121 soldados).
El grupo reiteró su compromiso con la destrucción del Estado de Israel en su manifiesto de 2009, pese a los procesos de paz iniciados con los palestinos. En diciembre de 2018, Israel anunció el descubrimiento de kilómetros de túneles que van desde el Líbano hasta el norte de Israel y que, según afirmó, fueron creados por Hezbolá. Al año siguiente, Hizbulá atacó una base del ejército israelí, en el que fue el primer intercambio transfronterizo serio en más de cuatro años.
Ya en agosto de 2021, el partido-millicia libanés disparó más de una docena de cohetes en respuesta a los ataques aéreos israelíes en el Líbano. Fue la primera vez que el grupo se atribuyó la responsabilidad de los cohetes disparados contra Israel desde la guerra de 2006.
Las cosas se han complicado notablemente tras el 7 de octubre de 2023. Hizbulá, tras el golpe de Hamás, comenzó a disparar cohetes, morteros y drones a través de la frontera común en una muestra de lo que los líderes del grupo llamaron "solidaridad" con su aliado militar. Probablemente, tanto Irán como Hizbulá asesoraron y entrenaron al grupo palestino sobre cómo atacar a Israel, aunque el Movimiento de Resistencia Islámico sostiene que ninguno de los dos participó en la planificación de su operación directamente.
Ahora estamos en una fase nueva: desde finales de septiembre de este año, Israel ha enlazado operaciones crecientes contra el grupo que lo han dejado muy tocado: ha reventado su red de comunicaciones (buscas y walkie-talkies) detonando literalmente sus dispositivos, causando decenas de muertos y miles de heridos; luego lanzó bombardeos supuestamente selectivos, que crecieron a masivos, hasta que el último día del mes inició su invasión de Líbano.
En esta andanada, Israel ha logrado descabezar casi por completo a Hizbulá, acabando con la vida del 80% de sus altos mandos y hasta del líder máximo, Hassan Nasrallah, asesinado en Beirut con una cadena de bombardeos sobre el búnker en el que estaba reunido con su equipo. Llevaba 32 años en el cargo. A su antecesor, Israel lo mató igualmente en 1992. Se llamaba Abbas al-Musawi.
El papel de Irán
Irán no es árabe, sino persa, uno de esos países que no atacaron a Israel al proclamar su independencia. Sin embargo, la enemistad con el "enemigo sionista" enraíza también con el islamismo y con el apoyo a la causa palestina, además con el antiamericanismo que lleva Teherán por bandera.
El régimen de los ayatolas de Irán tienen tres objetivos declarados, esenciales: expulsar a Estados Unidos de Medio Oriente, sustituir a Israel por Palestina y derribar el orden mundial liderado por Washington. La enemistad de Irán con Israel y también con EEUU alcanzó su punto álgido en 1979, en el contexto de la Revolución Islámica, cuando el sha (rey) de Irán, Mohamad Reza Pahlaví, aliado de Occidente e Israel, fue derrocado por los islamistas.
En años siguientes, las diferencias ideológicas entre Israel y el régimen iraní, y los reveses y errores políticos de EEUU en la zona, han exacerbado la enemistad entre israelíes e iraníes. Con los religiosos en el poder, la propia existencia del estado de Israel se puso en tela de juicio y comenzaron los deseos de aniquilación, concretados en ayuda a grupos como Hamás o Hezbolá que atacaban a su oponente desde Palestina o Líbano. Tel Aviv, por su parte, cada vez más radicalizada, se afanó en atacar los intereses de los ayatolás en la región y en perseguir su programa nuclear, denunciando la inminencia de una bomba y boicoteando acuerdos internacionales.
No fue así en el pasado: ha habido judíos viviendo en Irán desde hace más de 2.500 años, sin incidentes, en convivencia y dejando una importante huella en su cultura. La relación de los iraníes con los judíos fue decisiva en la primera mitad del siglo XX, ya que Irán fue uno de los países que estuvo de acuerdo con el plan de partición de Palestina, por ejemplo. Bajo la dinastía Pahlavi, al mando del Estado Imperial de Irán entre los años 1925 a 1979 hasta su derrocamiento por el golpe de estado de la Revolución Islámica, su historia fue fluctuando hasta cuajar en cooperación estable en ámbitos diplomáticos o comerciales. Hablamos de dos países que no tienen fronteras comunes ni reclamaciones territoriales pendientes ni guerras en el pasado que, a priori, no tendrían por qué llevarse rematadamente mal.
En los años 80 aún quedaban, pese a todo, algunos convenios vivos, pero murieron con los años y el golpe definitivo fue la apuesta de Irán, en los 90, de financiar, formar y armar a grupos dispuestos a atacar a Israel, como la milicia chií libanesa de Hezbolá y Hamás, en Palestina, nacidos al abrigo de los Hermanos Musulmanes de Egipto. Los ayatolás sitúan el conflicto palestino-israelí en un plano que no es político, nacionalista o colonialista, como de hecho es, sino en un plano eminentemente religioso, el de la "necesaria cruzada" contra un infiel. Su dogma revolucionario niega a Israel el derecho a existir, independientemente de que los palestinos se lo reconozcan y pacten con ellos un tratado de paz.
Si a eso se unen las relaciones de Tel Aviv con Washington, al hecho de que sus dirigentes apoyaron en el pasado al sha, tenemos la receta total de su odio, a la sospecha de Teherán de que Israel es el instigador de parte de las sanciones internacionales que pesan en su contra y a que le ha bloqueado su programa nuclear, tenemos la receta del odio total.
Pese a todo esto, los dos adversarios habían jugado hasta ahora en tableros prestados, atacando los intereses del otro en lugares como Siria o Irak. Sin embargo, al calor de la guerra de Gaza y de los ataques redoblados de Tel Aviv a estructuras y mandos de Irán en la región, en abril de este 2024 se produjo algo insólito: Irán atacó con cientos de proyectiles suelo israelí, para vengar la muerte de al menos 12 miembros de la Guardia Revolucionaria en el Consulado de Irán en Siria. Israel respondió también, violando suelo iraní con otro ataque.
Las espadas han estado en todo lo alto estos meses, especialmente tras el asesinato en julio del líder de Hamás, Ismael Haniyeh, en Teherán. Que Tel Aviv mate a Nasrallah e invada Líbano es la gota que le faltaba al vaso y por eso el martes pasado los ayatolás lanzaron un nuevo ataque sobre Israel, con 180 misiles. Las consecuencias de ello son imposibles de saber.
El escenario es muy abierto: si Israel e Irán van a más se corre el riesgo de que el cántaro, al final, se rompa, esto es, se causen numerosas víctimas inocentes, se toque una instalación delicada, se acabe con un líder tan destacado que sea imposible dar marcha atrás, por no quedar como el débil. Entonces, la temida guerra regional total estará servida.
A esta historia le faltan aún demasiados episodios y, por ahora, las ramas de olivo no se ven por ningún sitio.