Defensa, energía, precios, hambre...: las repercusiones globales de la guerra de Ucrania

Defensa, energía, precios, hambre...: las repercusiones globales de la guerra de Ucrania

La impensable guerra europea ha dejado en shock a Occidente, obligándole a repensar alianzas, apuestas, compromisos y agenda. Y en plena postpandemia.

Una bombera mece a un niño refugiado tras cruzar por el paso fronterizo de Isaccea-Orlivka entre Ucrania y Rumanía, el 25 de marzo de 2022.LAPRESSE

"Esta es la guerra de todos". Desde el primer día de la guerra, el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, ha repetido esta frase, en un intento de sumar apoyos ante la invasión rusa. Al principio, hablaba de valores pisoteados, de derecho internacional violado, de dónde se sitúa cada cuál en el mundo, pero con el paso de los días, la contienda fue, ya sin duda, global, en múltiples aspectos, de la economía a la energía, de la alimentación a la salud, de la cooperación a la defensa. Lo impensable, la primera invasión territorial de un Estado soberano en Europa en 80 años, ha dejado en shock a Occidente, especialmente, que se ha visto abocado a repensar alianzas, apuestas, compromisos y agenda. Y todo, además, en plena postpandemia de coronavirus

Uno de los efectos más descorazonadores del conflicto ha sido la reproducción de escenas que no se veían desde la Segunda Guerra Mundial: las de los refugiados escapando en masa por el continente europeo. Según datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), desde que se inició el ataque ruso el 24 de febrero de 2022 más de 7,2 millones de personas refugiadas procedentes se Ucrania se han registrado por toda Europa y hay más de 6,9 millones de personas desplazadas dentro de Ucrania, según estimaciones que no son exactas por la complejidad de llevar a cabo recuentos sobre el terreno. 

Tras huir inicialmente a los países vecinos, al menos tres millones de ucranianos continuaron su viaje a otros miembros de los Veintisiete, como España. Polonia, Alemania y la República Checa acogen actualmente el mayor número de atendidos. Cerca de dos millones de ucranianos han regresado a su país desde que huyeron de la guerra, aunque parte de esa cifra podría ser un movimiento de ida y vuelta, señala la misma agencia de Naciones Unidas. Gente que ha regresado en momentos de cierta calma en su región a atender a sus allegados, a revisar propiedades. 

No se veía un movimiento tan grande de desplazados en suelo europeo desde la segunda gran guerra, pero Vladimir Putin, el presidente ruso, ha convertido esta imagen del pasado en hechos del presente. Unos números tan altos, una salida tan rauda, que obligó a Bruselas a cambiar su política de refugio y a, de forma inédita, abrir sus puertas a todos los que quisieran salir, de forma ilimitada. Se les reconoce de forma general e inmediata el derecho a quedarse en la UE hasta un máximo de tres años, sin necesidad de pedir asilo. Es un contraste evidente con lo sucedido durante la crisis de refugiados de 2015, cuando los países de la UE hicieron todo lo posible para frenar la llegada de personas que huían de la guerra de Siria. Ahora, la brutalidad del ataque de Rusia y la proximidad del conflicto han cambiado las cosas. 

En lo humanitario, la contienda también ha tenido un terrible impacto en la alimentación del mundo. Los avanzados pagan más, los empobrecidos pasan hambre. Ucrania es uno de los mayores graneros del mundo, antes de la invasión producía alrededor de la mitad del aceite de girasol, el 15% del maíz y el 10% del trigo del planeta. El conflicto ha afectado a estas exportaciones y Rusia sigue bloqueando parte del grano en los puertos del Mar Negro, aunque gracias a la mediación turca y las presiones de la ONU se han logrado un acuerdo que está siendo relativamente estable, que se renueva cada poco, para que el grano siga saliendo por pasillos autorizados. 

Aún así, el campo está quemándose por los bombardeos, los ucranianos sobreviven y tienen problemas para recolectar y no sale todo lo que salía. Este problema se ha dejado sentir especialmente en los países que dependen de las importaciones de cereales y aceite de cocina ucranianos, como Egipto e India, respectivamente, pero las repercusiones son mucho más amplias: hay analistas que advierten de que la guerra contra Ucrania, junto con las condiciones meteorológicas extremas debidas al cambio climático y la conmoción económica causada por una pandemia, está generando una crisis alimentaria mundial. 

Los datos de la ONU sustentan esta lectura: 70 millones de personas más están en riesgo de pasar hambre por las consecuencias de la contienda, que se suman los más de 190 millones de ciudadanos en este mundo con graves carencias alimentarias a inicios de 2022, antes de la guerra. “El mundo se enfrenta a una crisis alimentaria sin precedentes y sin final aparente”,  dicen los analistas. 

La forzosa revisión de la política energética

Hasta la guerra, Rusia había sido una importante fuente de energía para el resto de Europa, especialmente para países como Alemania, que importaba de allí aproximadamente el 55% del gas que consumía. Hablamos del mayor exportador de gas natural del mundo, del segundo proveedor de petróleo crudo y del tercer exportador de carbón. Un gigante absoluto, del que depender. En el caso de Europa, tres cuartas partes de su gas y casi la mitad de su crudo se destinaban a países de la UE y, según datos de la Comisión Europea, en 2020, el petróleo, el gas y el carbón rusos sumados representaban una cuarta parte del consumo energético de la Unión. 

En todo Occidente los países democráticos se inclinan ante tiranos, iliberales o reyes totalitarios en busca de recursos naturales imprescindibles para su progreso y ahí están las incontables fotos, los incontables acuerdos con Putin sonriente. Sin embargo, cruzar la frontera de un país vecino, soberano, por 12 frentes al menos y querer quedártelo era superar una línea roja. Había que cortar al máximo los lazos con Moscú, contraviniendo décadas de negocios. "Sencillamente, no podemos confiar en un proveedor que nos amenaza", dijo en marzo la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. 

La UE ha reducido su dependencia del gas ruso en aproximadamente un 80% en menos de un año, aunque el Centro de Investigación sobre Energía y Aire Limpio calcula que ha pagado algo más de 20.000 millones por carbón, petróleo; le compra menos, pero es que Rusia ha subido los precios hasta un 89%. Europa ha aumentado los flujos de proveedores de gas cercanos; ha almacenado y tirado de sus reservas; ha buscado energías alternativas, de fósiles a renovables; ha importado gas natural licuado y ha establecido serias medidas de ahorro energético. Y está funcionando. 

El cambio es, realmente, radical. Ha altertado todo, la competitividad, la seguridad energética, las transiciones verdes... Sobre todo Europa, ha tenido que buscar cómo garantizar su suministro físico a la vez que mantenía unos precios asumibles. Ha habido riesgo real de escasez, que ha causado temor sobre todo en Alemania, y eso ha impulsado unas política verdes que estaban aprobándose poco a poco. La aceleración de las renovables está sobre la mesa, pero también el potenciar las nucleares o volver, aunque sea puntualmente, a fósiles como el carbón hasta que se estabilicen las cosas.

El conflicto es visto por algunos optimistas como una oportunidad para que la UE no sólo se libere de la dependencia de la energía rusa, sino que también cumpla el compromiso del bloque con la protección del clima mediante el desarrollo de las renovables y el aumento de la eficiencia energética y el ahorro. Sin embargo, la velocidad con la que se puede lograr tales cometidos se ve limitada. Y el aumento de la demanda de fuentes de energía no rusas ha hecho que los precios se disparen de forma generalizada.

Más allá de las fronteras europeas, la guerra está provocando un reordenamiento de los flujos internacionales de gas, carbón y petróleo, pero que depende en gran parte de la duración y del desenlace de la contienda para cuajar. Está por ver cómo y con quién triangula Rusia para superar las crecientes sanciones internacionales y qué hacen China o India -primer y tercer emisor del mundo- en cuanto a su salida paulatina del carbón.  

La inflación, como hace 40 años

La doble crisis de alimentos y de energía ha llevado un gran cambio en la vida de muchas personas, muy lejos de Ucrania. Los precios han subido, en todo, y cada vez es más complicado llegar a fin de mes. Más pobreza y más conflictividad social -ahí están las protestas en Reino Unido o Francia, como botones- han sido las consecuencias. 

Los precios de los alimentos, en particular, se han disparado. El índice de precios de los alimentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), que mide la variación mensual de los precios de una cesta de productos alimentarios básicos, alcanzó un máximo histórico en marzo de este año, aunque luego fue bajando paulatinamente. La dificultad de comerciar con trigo, maíz y girasol fue la clave. Durante el pasado año, el índice de precios de los alimentos, que rastrea la variación de los valores internacionales de una canasta de productos básicos, se ubicó en un promedio de 143,7 puntos, “es decir, 14,3 % más que el valor promedio de 2021”, indicó la FAO. El récord anterior databa de 2011, cuando hubo una crisis alimentaria y disturbios por hambre en África, alcanzando un índice de 131,9 puntos. 

En el caso de los combustibles, la subida del precio del petróleo ruso y la menor disponibilidad hace que la gasolina es un 3,07 % más cara que hace un año y el gasóleo un 24,04 %. Llenar un depósito de 55 litros de gasolina cuesta 83 euros, y sube a 91 euros si es de gasóleo. Eso, en España, y no es el peor de los casos. 

La inflación, esto es, la disminución del poder adquisitivo ocasionada por la subida de los precios, ha sido por todo ello la peor registrada en Occidente en los últimos 40 años, sin precedentes desde la guerra de Yom Kippur de 1973 que generó una crisis petrolera mundial. Casi la mitad del mundo ha llegado a tener una inflación de dos dígitos en 2022. En Zimbabue, la más alta del mundo, supera el 260%. En los países en desarrollo la inflación ha sido, como poco, tres puntos superior a la occidental, cuando parten de una base mucho más frágil para aguantar el temporal. 

Tanto el Banco Mundial, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) hablan de una "inflación persistente", que costará bajar. Mientras tanto, “se están rebajando todavía más las tasas de crecimiento económico y aumentando las cifras de pobreza”. 

De fondo, queda el cambio de modelo: las sanciones económicas impuestas por Europa, Estados Unidos y otros aliados de Ucrania a Rusia han asestado un golpe muy duro al ya debilitado librecambismo globalizado, impulsado tras la Guerra Fría. Decisiones como limitar el precio máximo del barril de crudo ruso adoptadas por el G7 y la UE han provocado el fin del mercado mundial tal y como se conocía y sus consecuencias aún están por saber. Nunca antes se habían planteado castigos tan duros contra países con los que, además, los lazos comerciales eran tantos, tan profundos y tan variados. 

Otra defensa, otra OTAN, otro mundo

En lo defensivo, Ucrania ha sido un verdadero terremoto. Uno de los objetivos que Rusia se proponía lanzando su "operación militar especial" era, supuestamente, impedir que Ucrania entrase en la OTAN, que era una aspiración, sí, pero lejos de cristalizar, porque antes Kiev necesita de innumerables reformas, lo mismo que le ocurre con su intento de acceder a la UE. Putin no quería un miembro más, vecino, y enfatizaba que la ampliación al entorno postsoviético era una provocación. Deseaba, en cambio, una mayor división de los aliados. Una guerra es posiblemente lo que más fricción genere. Pero le ha salido el tiro por la culata y lo que hay hoy es más unidad de acción y más Alianza Atlántica. 

El perfil de la OTAN había bajado tanto en los últimos años que hasta el presidente francés Emmanuel Macron dijo en 2019 que sufría de "muerte cerebral”. Donald Trump renegando de ella, los socios europeos a distintas velocidades y con sensibilidades diferentes sobre la autonomía estratégica propia, el fracaso de la salida de Afganistán en 2021... Pero llega la invasión y la Alianza ha pasado a ser tronca en la defensa de la legalidad internacional y valores esenciales como la integridad territorial de un país. La OTAN no está actuando como bloque, porque eso supondría una internacionalización total del conflicto y porque hay distintos niveles de compromiso entre sus socios, pero la apuesta es por Kiev. Por eso ha reforzado el este como nunca. 

La Cumbre de Madrid del pasado verano elevó a Rusia a la categoría de amenza y abrió la puerta a una impensable ampliación a Suecia y Finlandia, que han pedido la adhesión debido en gran parte a los temores sobre el proyecto imperialista de Putin por el flanco noroeste. 

Los países de la OTAN, con Estados Unidos a la cabeza, están suministrando armas y equipos a Ucrania. Ucrania no es miembro, no puede acogerse al Artículo 5 que clama por protección y es a lo máximo que aspira. Los aliados han ido de menos a más, primero buscando repuestos de la época soviética y luego entregando armamento propio más sofisticado que el patrio, hasta llegar al reciente envío anunciado de tanques como los Leopard -podrían estar en el terreno en tres meses-, mientras se mantiene el debate de si se mandan o no aviones de guerra y se dice no, directamente, al cierre del espacio aéreo que reclama Zelenski. Hay una cosa clara: la asistencia sigue siendo imprescindible para que Rusia no gane. 

Esta ayuda ya ha sido determinante para que Ucrania aguante el envite y, a la espera de la gran ofensiva de primavera, pueden ser la clave de su supervivencia y hasta de su reconquista. Siempre, el cuartel general de Bruselas trata de ir con prudencia, para que Putin no entienda que están completamente implicados y hablemos, entonces, de una Tercera Guerra Mundial. La pregunta que trae el segundo año de la guerra es hasta cuándo durará esta ayuda, si se corre el riesgo de que la "fatiga de guerra", la cronificación, retraiga o atomice la ayuda internacional. 

En lo puramente geopolítico, Ucrania nos ha llevado a Europa cuando nadie miraba a Europa. Un continente estable, con sus cosillas, que no podía hacer competencia a la gran pelea entre EEUU y China, en lo comercial, en lo militar, que se juega en el Indo-Pacífico. El resto de actores, hasta Rusia, se veían como secundarios ante este choque, los Taiwán o los estrechos de Malaca.  El PIB ruso a la baja y su influencia tecnológica decreciendo no lo hacían tan preocupante, por más que siga siendo una enorme potencia militar. Y de ahí vino el peligro, al fin. 

La guerra ha aumentado claramente, en todos los frentes, la tensión mundial, y ha acelerado la marcha hacia la consolidación de grandes bloques alrededor de Pekín y Washington. Asia Central, Cáucaso, Balcanes, África, Indo-Pacífico... Varias regiones son escenario de silenciosas luchas de influencia --económica, militar o diplomática-- entre potencias como China, la Unión Europea, Estados Unidos, Rusia o Turquía. El conflicto ha debilitado por ejemplo la posición rusa en sus antiguas repúblicas de Asia Central y ha dado a Turquía grandes oportunidades diplomáticas.

El papel de Pekín intriga: apoya a la Rusia de Putin, aunque intenta que su posición aparezca como aceptable por los occidentales. Un informe de los servicios secretos de Estonia, exrepública soviética y miembro de la UE, califica de "error" considerar el "apoyo reducido" de Xi a la guerra de Putin como una "muestra de distanciamiento". Y es que las relaciones económicas entre Pekín y Moscú se han robustecido en estos meses. "Rusia no está en posición de negociar con China, que tomará lo que quiere de Rusia y no le dará lo que desea", como armas o algunos componentes, estima Agathe Demarais, responsable de pronóstico del Economist Intelligence Unit (EIU), en declaraciones a AFP. Para Razoux, "para evitar un vasallaje económico y estratégico", Moscú apuesta por "diversificar sus relaciones geopolíticas, económicas y estratégicas: Turquía, Oriente Medio, Irán, África".

Con la invasión, Moscú reclama su papel en el mundo, aunque hace un año lo hacía convencida de vencer en unos días o semanas. El centro de gravedad del planeta sigue en Oriente, pero esta guerra ha obligado a revisarlo todo y a ponerlo todo bajo la lupa: la posición poco clara de China, el papel de India, las ayudas de otros países influyentes como Turquía -mediador- o Irán -vendedor de armas a Putin-. La UE aún se pregunta si podrá tener un rol en todo lo que viene, quizá como tercer bloque. 

La desubicación geoestratégica es la mayor que conoce el mundo desde 1945 y queda demasiada batalla como para saber cómo acabará esto. 

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.