Cómo ha cambiado la guerra de Ucrania a la Unión Europea
La agenda de recuperación postcovid saltó por los aires y Bruselas tuvo que hacer frente a una crisis desconocida. Ha respondido desde una unidad y fortalezas inéditas.
Hace un año, Europa llevaba tiempo preocupada por la concentración de tropas rusas cerca de Ucrania, pero no auguraba una invasión. Quizá un ataque puntual, acompañado de otros elementos de guerra híbrida, como ciberataques o desinformación. Por eso, miraba de reojo al este, pedía calma, convocaba reuniones. Sin embargo, en su agenda había otras prioridades por encima: el fin de la pandemia de coronavirus, la aplicación del fondo de recuperación, los retos de seguridad tras la caída de Afganistán, la puesta en marcha de Ley del Clima o el Pacto sobre Migración y Asilo pendiente. Llegó el 24 de febrero de 2022, Rusia abrió una docena de frentes y atacó a su vecino. Todas las previsiones de Bruselas saltaron por los aires.
Todo ha cambiado, desde entonces: las prioridades y las urgencias, las maneras de abordarlas, las mayorías, la ambición. Porque Ucrania "es uno de nosotros", en palabras de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. Si con las vacunas se logró el hito común de ir todos a una y emitir deuda conjunta, con la guerra se ha apostado -Veintisiete en una voz reas debates duros de llevar- por armar a un país no miembro, por inyectarle 50.000 millones de euros, por acoger a sus refugiados sin necesidad de pedir asilo y por acelerar su adhesión a la UE. Histórico. Ahora, la defensa, la energía y las nuevas relaciones internacionales es lo que copa la agenda.
El europeísta belga Matthias Poelmans explica desde Bruselas que “la más funcional unión de países forjada en el mundo”, que es a su juicio la UE, se enfrenta a un “debate existencial, profundo, poco menos que fundacional”, desde que comenzó la comenzó la invasión, ya que está en juego que quede claro “cómo ven los aliados el mundo, qué planeta quieren, cuáles son sus líneas rojas, qué valores son irrenunciables”.
Después del golpe que supuso el Brexit y de las incertidumbres sanitarias y económicas de la pandemia, defiende, ha llegado una “encrucijada” mayor, en la que definir "lo que queremos ser, lo que vamos a ser". El ataque a Ucrania -que aunque no es parte de la Unión Europea pero está en el corazón del continente “libre y democrático”, como lo define Von der Leyen- tenía supuestos objetivos concretos por parte de Moscú; Vladimir Putin iba a por la anexión del Donbás (¿quizá también a por todo el país?) y a impedir que la OTAN admitiera al país como socio. Pero, dice el experto, también iba “va más allá”, puesto que “viene a cambiar las bases de la relación de Putin con todo Occidente y con la UE en particular”.
“El Kremlin ha intentado, entre otras muchas cosas, atacar cuando ha visto a los aliados occidentales desunidos y preocupados con otras ocupaciones, pero no se esperaba la unidad de acción en cuanto a sanciones o entrega de armamento y dinero. Suponía que habría lamentos y comunicados de preocupación, como ocurrió en 2014 [cuando se autoproclamaron las repúblicas prorrusas de Donetsk y Lugansk y cuando Moscú se anexionó Crimea], pero no hechos”, destaca. Del paseo militar, de la ofensiva relámpago, hemos pasado a un conflicto con previsiones de ser largo gracias a la unidad internacional alrededor del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, y su gente. "Fue un gran error de cálculo por parte de Rusia pensar que la UE es débil, que la UE es incompetente. La UE demostró su posibilidad de permanecer unida y de avanzar".
Lo entiende así también Josep Borrell, el jefe de la diplomacia comunitaria. En enero publicó una entrada en su blog en la que reconocía que la guerra "se ha convertido en un terremoto geopolítico que ha cambiado las relaciones entre la UE y Rusia". “Ya ha pasado un año intenso. La invasión rusa de Ucrania ha sido un terremoto geopolítico. Ha causado, en particular, una grave crisis energética en la UE. Sin embargo, a pesar de nuestra dependencia de las importaciones de combustibles fósiles rusos, no cedimos al chantaje de Putin. Logramos llenar el vacío y finalizamos importantes reformas para acelerar nuestra transición energética. Tendrán un efecto geopolítico significativo”, escribe el español.
Ese reto imprevisto se ha impuesto a cualquier otra materia y “exige de una mayor cohesión” y de “ser firmes y claros en materia de diplomacia, derechos humanos y seguridad”, indica Poelmans. Y así ha sido: se han planteado ya diez paquetes de sanciones que, si no paralizantes, sí han sido dañinas para la economía rusa, se ha puesto límites a su gas, su petróleo y su carbón, cuando parecían intocables, y hasta se ha celebrado una cumbre con Ucrania en Kiev, el pasado 3 de febrero, que fue un espaldarazo total a la entrada en la UE lanzado en una capital asediada -luego los plazos y los tiempos ya son harina de otro costal-. No ha sido sencillo. La unidad europea no es total y ha habido que limar muchas asperezas, por ejemplo, con líderes como el húngaro Viktor Orban, demasiado próximo a Putin.
Por encima de esas diferencias, estaba la certeza compartida de que con más prisas o más nombres o más bienes o más bancos, la apuesta era actuar, porque Europa tiene una guerra en su suelo, lo que no se veía desde los Balcanes, la más grave en lo humanitario desde la Segunda Guerra Mundial. La presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, lo resumía el 9 de mayo, ante el Día de Europa: “Hay una realidad anterior al 24 de febrero y otra posterior. El mundo ha cambiado. Debemos comprender que el peso del orden democrático mundial recae ahora más que nunca sobre los hombros de Europa. Debemos ser capaces de soportarlo (...). Europa debe liderar el nuevo orden democrático mundial y defender los derechos fundamentales de democracia, libertad, solidaridad e igualdad”.
Es ahí donde se enmarcan otras medidas europeas, que están teniendo menor eco pero que son de importante calado, como la creación de un tribunal especial con respaldo de la ONU para que los culpables de crímenes de guerra respondan ante la justicia o el impulso a medidas para reconstruir el país con dinero del invasor.
“Es que la agresión a Ucrania es una amenaza para la existencia de la UE que conocemos, en lo físico, porque hasta se habla de armas nucleares, y en lo espiritual, en lo que somos. La idea de Mijail Gorbachov de la Casa Común Europea nunca ha sido posible, Putin quiere volver a su sueño de Gran Rusia. No ha habido confianza no ya en EEUU, sino en la OTAN o en la UE. Aún así, hemos aumentado nuestra dependencia de Rusia en cuestiones comerciales, sobre todo energéticas. Todo eso ha cambiado por la fuerza”, enfatiza el analista.
Nuevo rumbo
Aludiendo al tópico de que crisis a veces equivale a oportunidad, hay varias áreas en las que Europa se ve ahora obligada a mirarse y pensarse: una es la ampliación de socios; otra, la transición verde y la última, las migraciones y el asilo. Zelenski ha pedido la incorporación a la UE. “Demostrad que estáis con nosotros. Demostrad que no nos dejaréis. Demostrad que sois realmente europeos”, dijo el presidente ucraniano. “Son uno de los nuestros. Son uno de nosotros y les queremos dentro”, respondió Von der Leyen.
El país es técnicamente un aspirante a estado miembro desde el pasado junio, cuando se convirtió en candidato formal con una rapidez nunca vista. Kiev quiere acabar el proceso en dos años, rompiendo nuevos récords, pero en su visita de principios de mes se le dejño claro que no es tan fácil. Algunos países del espacio postsoviético, como Polonia y los Bálticos, defienden la entrada rauda, para consolidar la Europa democrática ante un potencial agresor, pero pesos pesados, antiguos socios y miembros fundadores, lo ven con más recelo.
Serían 43 millones de ciudadanos más, con el poder que eso representa, lo que haría oscilar la balanza de las decisiones hacia el este de Europa. "Podría durar años, incluso décadas”, en palabras del presidente francés Emmanuel Macron. Hay otras zonas, de los Balcanes Orientales a Turquía, que llevan mucho esperando y se están quejando de la prioridad ucraniana, además. Hasta ahora, las relaciones UE-Ucrania se basaban en un acuerdo de asociación que entró en vigor en 2017.
El llamado proceso de adhesión es complejo, arduo y costoso y se prolonga incluso durante décadas, requiere un compromiso excepcional por parte del país candidato, al que se le pide que implemente un largo catálogo de reformas para cumplir con normas de la UE en transparencia o derechos humanos.
En el caso de la transformación verde, la clave es la energía. Acabar con la dependencia terrible de los recursos rusos. Hasta la guerra, Rusia había sido una importante fuente de energía para el resto de Europa, especialmente para países como Alemania, que necesitaba comprarle más de la mitad del gas. Tres cuartas partes del gas consumido en la Jnión y casi la mitad de su crudo venían de allá y, en 2020, el petróleo, el gas y el carbón rusos sumados representaban una cuarta parte del consumo energético de la Unión. Se puede hablar en pasado: la UE ha reducido su dependencia del gas ruso en aproximadamente un 80% en menos de un año, aunque la subida de precios que ha impuesto Moscú hace que le sigamos pagando unos 20.000 millones al año por ello.
Europa ha aumentado los flujos de proveedores de gas cercanos; ha almacenado y tirado de sus reservas; ha buscado energías alternativas, de fósiles a renovables; ha importado gas natural licuado y ha establecido serias medidas de ahorro energético. Y está funcionando. Todo un plan de desenganche de Rusia que, sin guerra, ni se habría intentado, a juzgar por los acuerdos comerciales que se firmaban con Putin, cuando nadie parecía querer asumir su totalitarismo.
“Toca revisar y acelerar los planes de reconversión energética, afrontar en serio el debate de la energía nuclear y tener salidas verdes que sustenten la economía, aún demasiado ligada a combustibles fósiles. No podemos ser tan vulnerables al deseo de Rusia o de otros grandes proveedores”, añade Poelmans, que es optimista pero asume, también, que lo que parece un acelerón verde para compensar lo que venía de Rusia también tiene su cara b: hay países como Alemania volviendo al carbón para amortiguar, el debate de las nucleares está vivo como nunca, la taxonomía ha causado polémica...
En el caso de los refugiados, Bruselas ha cambiado su política y, de forma inédita, ha abierto sus puertas a todos los que quisieran salir de Ucrania, de forma ilimitada. Se les reconoce de forma general e inmediata el derecho a quedarse en la UE hasta un máximo de tres años, sin necesidad de pedir asilo. Es un contraste evidente con lo sucedido durante la crisis de refugiados de 2015. La medida es excepcional y se ha entendido como un hermoso gesto solidario, pero deja preguntas en el aire sobre por qué no se hace lo mismo con otras que, objetivamente, proceden de dramas similares. Será un debate serio a abordar antes de las elecciones europeas del año que viene.
Lo que queda por hacer
Hasta aquí la visión más optimista y esperanzada de lo que ha cambiado en la UE en el último año. La guerra ha obligado a estas cosas pero obliga a más, a autocrítica y a cambios que por ahora no llegan. Los investigadores Federico Steinberg y Jorge Tamames, del Real Instituto Elcano, publicaron al calor de la invasión un análisis sobre el papel actual de la Unión en el mundo y concluyen que esta crisis "supone el enésimo recordatorio de que a la UE le corresponde actualizar sus herramientas de política exterior y desempeñar un papel más proactivo en su vecindario". Ya no vale lo de siempre.
Entienden los autores que hasta el momento Bruselas ha tenido "una visión idealista del mundo" y ahora toca tener una realista. Pensaba que "la cooperación bajo reglas multilaterales y una visión liberal de las relaciones internacionales donde la interdependencia genera ganancias mutuas y reduce el potencial de conflicto" servía, pero ante alguien como Putin eso ha resultado papel mojado. Inservible. Los problemas de enfoque vienen de "décadas" incluso, citan Georgia (2008) o Crimea (2014). "Es necesario asumir que el discurso de Europa como una potencia normativa capaz de seducir con su poder blando e incluso de exportar su modelo de gobernanza democrática multinivel ha chocado con la realidad", reconocen.
Frente a eso, toca actualizar las herramientas de trabajo y tener conciencia de que algún día, quizá, habrá que usarlas. Con esto, la UE "no se convertirá en una superpotencia al uso", tampoco es ese el objetivo, pero sí tendrá más peso, mejor enfoque y coordinación ante eventualidades. Y lanza el artículo de Elcano un aviso importante: no hay que mirar sólo a un caso extremo como el de Putin, sino que el riesgo está en casa. "La deriva autoritaria que ha sufrido Rusia bajo Vladimir Putin es tan solo una versión más desarrollada de lo que ya sucede en Estados miembros como Polonia y Hungría".
En Política Exterior, el pasado mayo, el hoy embajador español en Croacia, Juan González-Barba, también incidía en que una de las primeras consecuencias de la contienda era que se hablaba de "una UE geopolítica, que hable el lenguaje del poder", algo que antes pocos veían factible. Una guerra en casa cambia las cosas. Apuesta por la protección de zonas "vulnerables" de las que hay que estar pendientes, pues Ucrania es un recordatorio de su riesgo, como son la frontera entre Finlandia y Rusia, el corredor Suwalki o el Estrecho de Gibraltar. Son "desafíos de todo europeo", que "debe sentirlos como tales, si ha de estar dispuesto a proteger el interés europeo de manera contundente como último recurso si falla la vía negociada".
Es otra de sus claves: la identidad europea que apoye esos nuevos pasos y apuestas de Bruselas, que tome conciencia del riesgo común y de la unidad de apuestas conjuntas. Ciudadanos motivados, dice. Cuando el eje franco-alemán se debilita, cuando los retos son tan graves que han de ser de todos y todos han de tirar del carro, hace falta más Europa y más ciudadanía europea. Ucrania es la primera prueba.