Bomberos frente al incendio neoliberal

Bomberos frente al incendio neoliberal

Si alguna oportunidad emerge de la crisis financiera es la de liberarnos de esta salvaje economía que se postula como ley ineluctable. Como nos recuerda Chesterton, "la prueba de la cordura política consiste en conservar la cabeza".

Aunque pueden llegar a darlo todo, los bomberos disfrutan con su trabajo. Su vocación de servicio no tiene precio ni se paga con dinero. En todos los gestos de generosidad que han realizado y siguen realizando a lo largo de su historia, ellos testimonian un valor social básico: la necesidad de brindar socorro en situaciones de emergencia. De ahí que por medio de instituciones fundamentales como el cuerpo de bomberos podamos someter a cuestionamiento y criticar todas las instituciones accesorias. ¿Tiene sentido un mundo sin cuerpo de bomberos? ¿No sería una sociedad sin este bien público una sociedad de cínicos serviles? Sin embargo, vivimos tiempos en los que nuestros valores primordiales están bajo sospecha: se nos dice que, si no hay recortes a instituciones como la de los bomberos, no se satisfacen las exigencias de nuestra "Deuda". En la medida en que se nos exige subordinar un fin humano innegociable a la supuesta situación de necesidad de la crisis económica, los parámetros y las coordenadas que daban sentido y apuntalaban nuestra vida se están desplazando de forma alarmante hasta el absurdo. Es la presunta situación de emergencia la que pasa ahora a medir dictatorialmente, sin complejos, nuestras instituciones y necesidades más fundamentales: vivienda, educación, sanidad, trabajo. Hoy, en lugar de recompensar y atenuar el sacrificio de los bomberos en situaciones de emergencia, son las situaciones de emergencia las que no dudan en sacrificar a los bomberos. Esta gente nunca parece darse cuenta de que, si respetamos una escala de medición a la altura de lo humano, lo urgente es detener los obligados e incesantes desahucios de lo común, no la supuesta imperiosidad de la deuda.

"Tenemos que comprar nosotros el fairy para lavar los platos porque no lo reponen", protesta José Miguel B., un bombero afectado por los duros recortes que la Comunidad de Madrid ha puesto en marcha. Se dice que los manifestantes no comprendemos lo grave que es la situación, que, en lugar de arrimar el hombro, nos mostramos airados e intransigentes. Es cierto, somos gente sencilla. Pero nuestro sentido común nos dice por qué tenemos que salir a la calle. Y solo nos basta una cosa para rebelarnos intransigentemente: la dignidad de este bombero. Porque un bombero tiene que concentrarse en ayudar a sus conciudadanos y no estar pensando en comprar el fairy, debe tener unas condiciones laborales adecuadas; porque debe tener unas condiciones laborales óptimas, debe tener un sueldo digno y unas instituciones públicas que estén a la altura de su gran responsabilidad; porque los bomberos deben tener una administración que esté a la altura de este servicio básico, no deben existir responsables públicos como Esperanza Aguirre. Para que no existan políticos como Esperanza Aguirre, que impiden que los bomberos hagan dignamente su trabajo, debe haber una transformación de lo político. Porque debe haber una transformación de lo político y el bombero no se preocupe por el fairy, deben, si es preciso, temblar los bancos, la "troika", la Comunidad Europea y el FMI. Porque un bombero no debe perder su tiempo para salvar vidas reponiendo el fairy ni "parcheando" coches averiados, debemos salir a la calle. Por él y por todos nosotros cuyas vidas dependen de él: profesores, médicos, autónomos, precarios, empleados, albañiles... Porque el bombero es la imagen fundamental que simboliza la sencilla dignidad de ese terreno nuestro de lo común que nos están incendiando poco a poco, la base frágil, pero ineludible a la que cualquier otra cosa debería subordinarse.

Cuando las grandes tijeras de los hombres de negro, los "expertos" en ciencia económica, se acercan para que ahorremos en fairy, los simples sabemos que, tras este primer gesto, no dudarán en cortarnos la cabeza para que les cuadren las cuentas. Pero si un sistema no repone el fairy para que un bombero pueda dedicarse a lo que sabe hacer, ese sistema sencillamente se revela como una gran estafa y debe transformarse de arriba a abajo. Si alguna oportunidad emerge de la crisis financiera es la de liberarnos de esta salvaje economía que se postula como ley ineluctable. Como nos recuerda Chesterton, "la prueba de la cordura política consiste en conservar la cabeza". Qué tiempos en los que solo conservar la nuestra, como se insiste desde el 15-M, es para nuestros enemigos sinónimo de demagogia o una reivindicación, como argumentó con sofisticado desparpajo filosófico el ministro Soria en el litigio minero, "metafísicamente imposible".

En este contexto rayano en el misterio teológico, llegar a algo tan simple como la dignidad de un bombero no es, en verdad, cosa fácil. Máxime cuando nos adoctrinan con los mensajes de que este terreno social de lo común se ha convertido de repente en un balneario de lujo que ya "no nos podemos permitir"; que los bomberos, como funcionarios, son una casta de parásitos privilegiados. Quieren así que los eslabones de nuestra protesta se separen, incluso que luchen entre sí, y no hagan cadena con otros eslabones hasta alumbrar una voluntad política colectiva.

Pero mienten sencillamente todos aquellos que nos dicen que hay cosas más importantes que conservar y luchar por este terreno común. Nada, absolutamente nada, es más importante que la dignidad de este bombero. Este terreno, arduamente conquistado y casi siempre amenazado, solo ofende como un privilegio, un lujo... a los pirómanos. Por eso todas somos bomberos frente al incendio neoliberal.

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Germán Cano es profesor titular de Filosofía en la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid), traductor y analista interesado en los movimientos sociales. Es autor, entre otros libros, de Como un ángel frío (Pre-Textos, 2000); Nietzsche y la crítica de la modernidad (Biblioteca Nueva, 2001); Hacer morir, dejar vivir. Biopolítica y capitalismo (La Catarata, 2010) y Adoquines bajo la playa. Escenografías biopolíticas del 68 (Editorial Grama, Buenos Aires, 2011). Actualmente también colabora con la Cuarta Página del diario El País. Es miembro del Colectivo Escribas de Podemos.