Carta abierta a una niña canadiense que pidió un imposible al rey de los belgas
Al hilo de la aprobación por el parlamento belga de la eutanasia a menores capaces, los noticiarios de algunas cadenas y diarios nos han mostrado tu imagen sonriente de niña feliz que nos informaba de su carta al rey de Bélgica. Supongo que, en tu imaginación infantil, Bélgica será como esos bosques de cuento habitados por ogros, brujas y madrastras malvadas, siempre al acecho de pobres niñas y niños perdidos.
Querida Jessica Saba:
Sé de tu existencia gracias a esa clase de periodismo más dado a la noticia con tintes emocionales que al análisis de contenidos. Al hilo de la aprobación por el parlamento belga de la eutanasia a menores capaces, los noticiarios de algunas cadenas y diarios nos han mostrado tu imagen sonriente de niña feliz que nos informaba de su carta al rey de Bélgica pidiéndole que no firme esa ley.
Supongo que, en tu imaginación infantil, Bélgica será como esos bosques de cuento habitados por ogros, brujas y madrastras malvadas, siempre al acecho de pobres niñas y niños perdidos. Puede incluso que imagines al rey de los belgas con corona y cetro de mando para hacer y deshacer a su antojo, como pasa en los cuentos.
A tu edad, seguramente ignoras que el rey Felipe de Bélgica, incluso si estuviera de acuerdo contigo, no podría negarse a firmar esa ley que ha sido aprobada por los representantes de todos los belgas. Por fortuna, Jessica, los reyes de ahora no mandan como en los cuentos.
Pero no es para explicarte cómo funcionan las democracias para lo que te escribo; tiempo tendrás de saberlo. Lo que de verdad me ha impulsado a escribirte es otra cosa, un poco difícil de decir: que te han mentido, Jessica. Sí, te han engañado, han abusado de tu inocencia y de la ventaja que les da ser mayores que tú. Me duele especialmente que tu padre, psiquiatra, haya tomado parte en ese engaño. No porque los psiquiatras estén obligados a ser más honestos que los demás, no. Es que él sabe que, cuando se hace creer a una niña de tu edad que hay padres que prefieren matar a sus hijos a permitir que los médicos y cirujanos les curen como a ti, pueden generarte temor por tu vida; máxime cuando te han contado que tu país, Canadá, está preparando una ley como la de los belgas. En cualquier caso, la desconfianza que han sembrado en ti tendrá consecuencias en tu vida futura. Sin duda.
Está visto que algunas personas no se detienen ante nada para oponerse a lo que la mayoría quiere. Llevan años intentando sembrar el miedo en los adultos; ahora lo hacen con niños como tú. Cualquier día os repartirán pasaportes para la vida, avisando a los médicos que queréis seguir vivos. Para que no os maten. No creas que exagero; una tal Fundación Santuario viene atemorizando a los ancianos holandeses repartiéndoles esos pasaportes desde hace años. Así y todo, por más que me importe tu miedo, me duele más el sufrimiento que tu carta y la maldad de quienes la han inspirado habrá causado a algunos padres de niños belgas que creían haber llegado ya al máximo de dolor posible. Padres, Jessica, que quieren a sus hijos tanto que están dispuestos a dejarlos marchar si ellos así lo piden para poner fin a su sufrimiento, aunque les rompa el corazón. Son padres que se preguntan por qué no se habrán merecido unos hijos sanos como la mayoría de niños o, por lo menos, con enfermedades como la tuya que la medicina belga también sabe curar.
Sus hijos, Jessica, no podrán jugar nunca con otros niños en el parque, como haces tú. Sus hijos, por más injusto e incomprensible que sea, se van a morir en poco tiempo porque su enfermedad (al contrario que la tuya) no tiene cura. Son niños y niñas mayores que tú, con años de sufrimiento a la espalda casi siempre, que han comprobado ya cómo los cuidados paliativos no pueden evitarles ni todo el sufrimiento ni hacerlo todo el tiempo; niños agotados que, si escribieran a su rey, sería para pedirle que no siguiera empeñándose en mantenerlos en ese estado.
Puede que algún día logres pensar por ti misma (no lo tienes fácil pero no es imposible) y te hagas preguntas parecidas a las que se hacen esos padres y esos niños que no han tenido tu suerte.
Puede incluso que comprendas por qué, cuando supe de tu existencia, me vinieron a la memoria las imágenes de esos niños soldados sujetando apenas las armas. Yo no lo consigo, pero tal vez tú puedas explicarte algún día por qué hay adultos tan ignorantes o tan miserables como para hacer que los niños participen en sus guerras indecentes.