La agenda de Falsarius: "Oh Gastronomía, ramera despiadada..."
A mí eso de la Gastronomía (con mayúsculas, por favor) me resulta de las cosas más aburridas del planeta. En realidad a mí la gran cuestión gastronómica (con minúscula) que me quita el sueño es ¿por qué los restaurantes de lujo odian las patatas fritas?
LUNES: "Oh Gastronomía, ramera despiadada...", que diría el clásico. Vuelvo de vacaciones y descubro que a raíz de un artículo de Jesús Ruiz Mantilla publicado en El País, que se titulaba "La crisis baja los humos a la alta cocina", y que incluía una serie de declaraciones mías, algunos cocineros se han cabreado un poco conmigo. Eso explicaría por qué amanecí un día con una cabeza de caballo cortada metida en mi cama. ¿Y cómo sé que quienes la pusieron allí eran cocineros? Porque no resistieron la tentación de adornarla con un poco de cebollino y una reducción de vinagre de Modena.
MARTES: Sergi Arola, el michelinado chef, me dedica unas palabras en su Twitter: "Se me antojan dos comentarios; Falsarius hablando de gastronomía es como yo hablando de macro economía, demagogia y especulación de buena fe". Oye, lo de ignorante, demagogo y especulador, pase. Pero "lo de buena fe", eso me ha dolido. De todas formas no está mal verse excluido del selecto club de la alta Gastronomía, porque ¡no jorobes!, se corre la voz de que tengo algo que ver con la cocina pija y me quedo sin seguidores.
MIÉRCOLES: A mí eso de la Gastronomía (con mayúsculas, por favor) me resulta de las cosas más aburridas del planeta. Bueno, me pasa a mí y creo que a más gente. Y desde antiguo. Ya escribía Góngora: "Coma en dorada vajilla el príncipe mil cuidados como píldoras dorados; que yo en mi pobre mesilla quiero más una morcilla que en el asador reviente, y ríase la gente". En realidad a mí la gran cuestión gastronómica (con minúscula) que me quita el sueño es ¿por qué los restaurantes de lujo odian las patatas fritas?
JUEVES: Llevo sólo tres días de vuelta y ya he descubierto esa gran lección que te enseñan las vacaciones: lo que yo necesito son unas "buenas" vacaciones. Descubro también que la gastronomía no estaba dispuesta a salir tan fácilmente de mi vida. Me llaman de una revista americana que quiere encargarme una serie de reseñas (con ese toque de humor que se supone que le doy a lo que escribo, según me cuentan) sobre algunos de los más famosos restaurantes de este país. Y no sé, me da un poco de pereza. Tendría que viajar y está cada uno en una punta. Si por lo menos los restaurantes de lujo fueran como los chinos y sirvieran a domicilio...
VIERNES: Me llama por teléfono un amigo, este sí gastrónomo desde hace muchos años, al que le han llegado ecos de la pequeña polémica y me dice (y cito más o menos textualmente): "A algunos cocineros les vendría muy bien leer algún libro que no sea de cocina". Se queda unos segundos en silencio y continúa: "Bueno, a algunos, leer un libro de cocina tampoco les vendría mal". Ya es oficial. Cómo me alegro de no pertenecer a ese mundo.
SÁBADO Y DOMINGO: Tanta gastronomía me estaba haciendo engordar. Así que decido dedicar el fin de semana a hacer deporte. Y debe ser verdad que el deporte activa la endorfinas porque disfruto un montón viendo el partido de baloncesto contra USA desde el sofá.