En busca de la identidad perdida
En este agosto caliente, y no sólo en lo meteorológico, a Pablo Iglesias le dieron unos por desaparecido y otros, por deprimido. Ni lo uno ni lo otro. El secretario general de Podemos más bien anduvo en busca de una identidad perdida. La suya propia y la de su partido. De momento, dicen, anda cargándose de razones para volver por sus fueros y recuperar el Podemos más auténtico.
Fin de Brasil 2016. La llama olímpica se extinguió en Maracaná y con ella se fueron no sólo los primeros Juegos de la Historia celebrados en Sudamérica, sino también un verano prolijo en tuits de nuestros políticos sobre la participación de España en la planetaria cita deportiva. ¿De qué escribirán a partir de ahora en sus timelines?
A falta de gobierno y actividad parlamentaria, el deporte ha sido para algunos el sustituto de la declaración, la iniciativa o la reflexión sesuda. Pablo Iglesias ha sido uno de ellos: una felicitación al equipo de gimnasia rítmica por la plata; un lamento por lo que pudo ser y no fue de la selección femenina de basket; un comentario sobre Rudy Fernández...
Así ha transcurrido el verano del líder de Podemos. Deporte televisado, alguna escapada a Ávila y Salamanca y lectura, mucha lectura. La biografía de Adolfo Suárez, de Gregorio Morán; Victus, una novela de ficción histórica del catalán Albert Sánchez Piñol o Hasta mañana camaradas, de Manuel Tiago, el seudónimo que utilizó durante veinte años Álvaro Cunhal, secretario general de los comunistas portugueses.
En este agosto caliente, y no sólo en lo meteorológico, a Pablo Iglesias le dieron unos por desaparecido y otros, por deprimido. Ni lo uno ni lo otro. El secretario general de Podemos más bien anduvo en busca de una identidad perdida. La suya propia y la de su partido. De momento, dicen, anda cargándose de razones para volver por sus fueros y recuperar el Podemos más auténtico.
Y es que tanto mudar la piel, tanto correr mientras se ataba los cordones, que necesitaba con urgencia el parón veraniego para la introspección, un chute vitamínico de lectura y la redefinición del papel a jugar a partir de septiembre. Y ya no hablamos de lo organizativo, sino de lo político. Porque no se puede ser comunista y socialdemócrata a la vez ni defender el derecho a decidir en algunas regiones al tiempo que se postula como un partido nacional.
De momento, no tiene ninguna esperanza en que Pedro Sánchez se imponga en el PSOE para explorar un gobierno alternativo a la derecha, ni siquiera aunque la de Rajoy sea una investidura fallida. Tampoco es que Podemos tenga mucho empeño en ello, la verdad. Sus dirigentes saben que la coyuntura catalana hace, si cabe, más difícil que en diciembre un acuerdo con los independentistas.
Las conversaciones con el PSOE al respecto existen y han existido durante el verano, como desveló el propio Iglesias en su reaparición esta semana en el Congreso de los Diputados. Lo ha hablado él con Sánchez; su jefa de gabinete, Irene Montero con el del secretario general del PSOE, Juan Manuel Serrano e Iñigo Errejón con Antonio Hernando. Y todos ellos están seguros de que España vería antes unas terceras elecciones que un gobierno de izquierdas del PSOE y Podemos.
Los desvelos, en todo caso, de los herederos del 15-M en estas semanas no tienen que ver con el plano institucional, ni con haber quedado fuera de foco mientras PP, Ciudadanos y PSOE acaparaban los titulares. Su problema es otro y tiene que ver con la identidad y con los pasos a seguir para consolidarse como fuerza política de implantación nacional.
Empieza, sin duda, una nueva etapa, en la que tras dos años de vida y cuatro elecciones, los de Pablo Iglesias dejarán de correr o, si lo hacen, ya será con los cordones atados. El objetivo: reconectarse con sus bases y los círculos y elegir entre la calle o la moqueta del Parlamento.
"No llegamos aquí para esto, ni para formar parte del politiqueo, ni para participar del juego de supervivencia protagonizado por los líderes de la vieja política". Quien así habla es Juan Carlos Monedero, partidario de que la formación que ayudó a fundar recupere su discurso más crítico y se la juegue este otoño al todo o nada. Sin máscaras, ni componendas. Ha llegado el momento de decidir si han llegado hasta aquí para hacer sólo Cataluña, Galicia, Euskadi y Valencia o para construir otra España.
Este es el debate que los "podemitas" tendrán que afrontar, seguro, en su próxima Asamblea: si quieren ser un partido estatal -aún a riesgo de quedarse en la próxima cita electoral en 50 diputados- o una organización de baronías donde según el territorio cambie el discurso político.
El propio Pablo Iglesias lo admite sin ambages: "No me preocupa la organización de Podemos, sino la relación con nuestros socios". El ejemplo de En Marea, que ha obligado a Podemos a renunciar a sus siglas en las próximas elecciones gallegas, puede ser el principio de un problema más profundo en el que los "podemitas" queden desdibujados en algunas Comunidades Autónomas a costa de sus socios. Y el que dice socios, dice Ada Colau o dice Monica Oltra. En la formación morada no ha gustado que la número uno de Compromis se apoyara en Podemos "para hacer las Españas" y luego decidiera irse al grupo mixto en el Congreso. Y este es sólo un ejemplo de la difícil cohabitación con sus socios de Valencia, Cataluña o Galicia.
He aquí el próximo reto y el inminente debate a librar en la Asamblea que los herederos del 15-M celebrarán en otoño: una formación nacional o confederada. En ello están. Y en esto, Iglesias y Errejón también tienen diferencias. El primero se inclina por un partido estatal con el control centralizado en Madrid. El segundo, por una organización de baronías desde las que tejer el control del partido que pretendió sin éxito en abril a través de la federación madrileña y que acabó con la destitución fulminante de Sergio Pascual.