Una corriente moderada empieza a hacer ruido en Vox
Una parte de la ultraderecha quiere bajar los decibelios tras la batalla con Casado en el Congreso porque cree que se pasaron de frenada.
Algo está cambiando en Vox. Desde que Santiago Abascal y Pablo Casado se enzarzaron en el Congreso durante la moción de censura al Gobierno de Pedro Sánchez, una parte de los militantes del partido se queja en chats internos para que la dirección baje los decibelios del ruido mediático. “La están cagando, la están cagando”, es el sentir de un grupo de afiliados cansado con las formas del partido.
El discurso oficial de los principales dirigentes de la formación sigue siendo el mismo: virus chino, hordas de inmigrantes sin PCR a los que temer y presupuestos de la “ruina”, pero algunos afiliados están cabreados e intentan presionar por dentro para moderar el discurso.
Un sector de la militancia, según ha podido saber este diario, avisa en grupos de que hay que elegir otro camino, que su partido no puede seguir llevando todo al extremo con su histrionismo característico. Pero no son optimistas ante un hipotético cambio de rumbo porque perciben cierta arrogancia en la dirección por los números que arrojan las encuestas de las elecciones catalanas y que vaticinan la entrada de Vox en el Parlament con entre cuatro y cinco escaños.
Mientras tanto, el secretario general de Vox, Javier Ortega Smith, sigue siendo el rostro del partido en los enfrentamientos mediáticos más agrios y en los que más gasolina derrama la ultraderecha. Son famosos sus encontronazos en televisión con el exfundador de Podemos Juan Carlos Monedero. Pero los roces de Ortega Smith van más allá de los morados. También los tiene con su jefe, Santiago Abascal, aunque pasen desapercibidos y el partido los camufle con el barniz de la pluralidad interna.
El líder de Vox no compartió la retirada de las calles en Madrid a los dirigentes socialistas de los años 30 Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, y que forzó su propio partido precisamente por deseo de Ortega Smith. Puede que esa fricción, aparentemente insignificante, esconda dos pulsiones que cruzan el partido: seguir atizando constantemente o bajar el ritmo, sabiendo que el futuro del centro-derecha pasa por una entente con el PP.
La sensación del PP sobre Vox tras la moción
Las fuentes consultadas en el auténtico adversario de la ultraderecha, el PP, reconocen que hay dirigentes de Vox dispuestos a moderarse y a tener mejores relaciones con ellos. Incluso barruntan que, pronto, los díscolos ultras serán más visibles y se harán notar. Aunque estas mismas fuentes aclaran que el trato que les dispensa Vox depende de qué miembro del partido se crucen en los pasillos: “Hay algunos que siguen con el mismo rollo”, zanja una de ellas.
Nada más terminar la moción de censura, Vox inició una campaña de desgaste psicológico al PP como respuesta a la voladura de puentes que ejecutó Casado. La ultraderecha anunció una “avalancha” de nuevas afiliaciones a costa de las filas populares que fuentes internas del partido rebajaron.
En Génova 13 creen que Vox es totalmente consciente de que los futuros gobiernos de la derecha pasan por la colaboración entre ambos partidos. Y para tejer acuerdos no se puede volver a repetir el espectáculo de la tribuna de oradores que congeló las relaciones entre Abascal y Casado y que el líder de los populares frenó con un sonoro “hasta aquí hemos llegado”.
Aquel rifirrafe tensó la cuerda. En las filas populares sospechan, además, que la moción de censura fue un “marrón” para el propio Abascal, quien no la veía del todo clara. Y que fueron Iván Espinosa de los Monteros y Rocío Monasterio, la líder ultra en la Comunidad de Madrid, quienes tramaron el duelo de su jefe con Casado.
En la sede del PP hablan incluso de “emboscada” a Santiago Abascal. Creen que el jefe ultra se vio forzado a situar a Ignacio Garriga, candidato del partido en las catalanas, al frente de la moción para no quemarse con una puesta en escena con la que no estaba totalmente de acuerdo.
Intentos de acercamiento “complicados”
Los intentos de acercamiento de una parte de Vox a los populares, la de “los más razonables”, cuentan en el PP, va a ser complicada porque en las filas de Casado se siguen sintiendo lejos de la estrategia y de las formas de Abascal, especialmente tras la salida de Cayetana Álvarez de Toledo de la portavocía parlamentaria y la entrada de Cuca Gamarra. Ahora, además, pesa mucho la cercanía de los comicios en Cataluña, previstos para el próximo febrero, en la relación entre ambas fuerzas.
No habrá marca conjunta de Cs y PP en las catalanas para aglutinar todo el voto del centroderecha como ocurrió en Euskadi el pasado verano. En el País Vasco, no obstante, Vox consiguió un escaño por Álava. En Cataluña, gran combustible del partido en estos años, esperan mejorar la gesta precisamente porque no existirá coalición electoral entre populares y naranjas. Eso sí, Casado envió a la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, a La Rambla barcelonesa para lidiar con Moncloa y, de paso, cortar la supuesta hemorragia de papeletas del PP a Vox.
Lo cierto es que la situación en la que se encuentra la relación entre ambos partidos es un tanto para Casado, porque hubo un tiempo en que la ultraderecha condicionaba al PP de manera determinante. Sobre todo durante las campañas electorales del año pasado, como reconoció un diputado popular a este diario. Las relaciones entre competencia casi nunca son fáciles y menos cuando la disputa es por el poder.
Algunas encuestas recién sacadas del horno, y que manejan en Génova, aventuran que los de Casado doblarán sus escaños de hace tres años (4) en las elecciones del 155 que convocó el expresidente Mariano Rajoy. El resto de la tarta, creen, se la repartirá la ultraderecha a costa de Cs, y a la que ven dentro de la Cámara catalana. La incursión de Ignacio Garriga y los suyos en el Parlament será el techo con el que se toparán los populares y el que les impedirá crecer más, según lamentan las fuentes consultadas.