Sueños de limpieza
Hace tiempo se decía en broma que la virginidad produce cáncer y que para evitarlo conviene vacunarse. Decían que la obsesión por la limpieza era un indicio patológico. Las pesadillas de este mundo liviano, líquido y tecnológico tienen ahora un origen paranoico, la suciedad nos persigue y tratamos de evitar cualquier basura. El polvo, lo sucio, los desechos y los vertidos amenazan las superficies inmaculadas de nuestros soportes tecnológicos y les dan una pátina adversa que hay que evitar procurando que todo sea inmaculado, puro, limpio, falsamente virgen.
La ignorancia de nuestra sociedad hipertrofiada de datos nos suele borrar de la memoria aquellos procesos más inquietantes de la sociedad de la información. No es el menor de ellos la cantidad de basura digital, espacial, tecnológica y postindustrial que generamos. Toneladas de basura de nuestra propia era tecnológica contaminan todo tipo de fuentes. No hay borrados para tanta erosión de suciedad digital en nuestra utópica visión de sociedades cada vez más limpias, sanas y eficientes; basadas en lo plano, lo liso, lo transparente; en la nitidez, la pulcritud y la exacta definición de los diseños pre-obsolescentes que rápidamente acaban en la basura. En 2012, en todo el mundo se produjeron casi 49 millones de toneladas métricas de basura electrónica, equivalente a 7 kilogramos por cada habitante del planeta, y para 2017 la cifra aumentará un 33%, según un estudio de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU). Datos recopilados: para 2017 profetizan que el volumen anual de basura electrónica será de 65,4 millones de toneladas, un peso equivalente a 200 edificios como el Empire State de Nueva York u once construcciones como la Gran Pirámide de Giza.
La base de nuestro pensamiento social está centrada en el cuerpo y procuramos ignorar sus funciones metabólicas como si fueran menores o mezquinas. Los flujos, tan presentes en la circulación, los vuelos, las telecomunicaciones, los tráficos de personas y las mercancías, nos producen vergüenza o pudor cuando son intestinales, sanguíneos, sudoríparos, o menstruales. Como si se hubiera destinado a una unidad global de vigilancia del lenguaje, evitamos hasta nombrar lo sucio, lo que tiene que ver con restos, excrementos: flujos metabólicos y flujos corporales se empapan, se ocultan y se disimulan para que la tersura del cuerpo parezca un permanente canto a la vida sin residuos que nos conduzca a una muerte limpia y aseada.
La ficción de la limpieza elude la cruda cuestión del metabolismo, de los restos, la basura del pasado deteriorado y de la edad que, inexorablemente, producen residuos. La pretensión de eliminar la memoria digital de las biografías en las redes es tan imposible como la de no reconocer que producimos en nosotros y nuestro entorno una cantidad de basura impresionante (España, entre 500 y 1.500 kilos anuales por habitante, según estimaciones dispares). Aunque se estanque o se aumente el reciclaje, la basura es ante todo una responsabilidad ciudadana personal e intransferible. No es una cuestión de los servicios de limpieza, ni de las empresas de recogida de residuos sólo. Somos responsables de la basura que generamos y ninguna recogida selectiva, ningún reciclaje o servicio municipal ni privado, cotidiano o periódico pueden suplantarla, si no partimos de la responsabilidad y de la urbanidad de ser coherentes con el compromiso de la disminución, reciclaje y eliminación de RDSUs de las ciudades. En Canción sobre el asfalto, el poema 'Cántico doloroso al cubo de la basura', de Rafael Morales (Premio Nacional de Literatura 1954) lo expresa con delicadeza. Tu curva humilde, forma silenciosa, / le pone un triste anillo a la basura. / En ti se hizo redonda la ternura, / se hizo redonda, suave y dolorosa."
Aspiramos a ciudades limpias como si fuera una utopía; pero las hay: limpias en aire, en agua, en uso de energías y residuos, en servicios urbanos limpios de corrupción. Hay ejemplos de ciudades limpias porque hay ejemplos de ciudadanos limpios que aspiran, no a la virginidad de lo impoluto, sino a la limpieza metabólica de los procesos de producción de nuestro tiempo. No cabe el pesimismo y el abandono, porque las ciudades son como los océanos, no pueden convivir con la basura. Y eso vale para las ciudades nórdicas y las meridionales, para países o barrios ricos y pobres. En la película Gomorra, de Matteo Garrone -basada en el libro de Saviano-, Toni Servillo personaliza la falta de escrúpulos de los que juegan al negocio insalubre de los restos y la contaminación, no sólo física, sino moral, de la sociedad de nuestro tiempo. No sólo Los Soprano y la mafia se encargan de la basura.
El debate actual sobre re-municipalizar o mantener los servicios privatizados de las ciudades es muy importante, porque obliga a pensar en los términos de soberanía de lo público que corresponden a los ciudadanos de urbes civilizadas. Aspirar a la limpieza de la vida pública tiene que ver con eso, porque el negocio de los servicios urbanos de recogida de residuos sólidos es una cadena sin fin, montada para explotar un filón, a veces fijando precios abusivos o concertando empresas, para mantener al alza la ficción de que no somos responsables de nuestra propia basura, si la podemos pagar. De manera que mucha de la corrupción de nuestra vida política tiene que ver con la limpieza de los servicios de recogida de residuos. La responsabilidad de la basura es de cada ciudadano, y su voto por la limpieza cualificada también.
Los sueños de limpieza tienen que ver con la responsabilidad: una sociedad que se exculpa de todo, - incluyendo sus residuos -, carece de moral, porque la antesala de la ética es la urbanidad, aunque muchos no lo reconozcan.