Sobrevivir a violencia machista con 15 años y que luego te llamen “exagerada”
Las nuevas generaciones son más permisivas con la violencia de género, pero también salen de ahí y alzan la voz: "Muchos chicos creen que el feminismo es una campaña en su contra".
Sara tenía 14 años cuando acompañó a su madre a la comisaría a denunciar que su marido –el padre de Sara– ejercía violencia machista contra ella. Al salir de aquel lugar, la madre preguntó a la hija: “¿Y ahora qué vamos a hacer?”. “Pues ser felices”, le respondió Sara.
Dos años después, Sara entraba en su propia espiral como víctima de violencia de género. La joven había iniciado una relación con un chico mayor con el que estaba muy feliz, que la hacía “sentir como una reina”. Poco a poco y de forma muy sutil, el chico empezó a controlar sus contactos, sus salidas, su vida social. A los seis meses de relación, le dio el primer bofetón. Los dos habían salido a bailar y Sara se había quedado hablando con otro chico. El novio, llamémosle Diego, sacó a Sara de la discoteca y la golpeó en la cara. Ahí se abrían las compuertas a una violencia física que no hacía sino continuar el abuso psicológico que Diego ya estaba ejerciendo sobre la joven.
“Me hizo creer que yo no estaba bien”
Sara aguantó hasta el año y medio para denunciarlo, presionada por su propia madre y por sus amigas. Pero volvió. “Me dijo que había cambiado, que todo iba a ir bien y que se arrepentía”, cuenta la chica, ahora de 27 años, a El HuffPost. Diego le había destrozado tanto la autoestima que Sara pensaba que “no iba poder encontrar a nadie que no fuera él”. “Me hizo creer que yo no estaba bien”, explica. Y a base de un control exacerbado –“el móvil, las redes sociales, con quién vas, qué haces”– y de llevarla a vivir a casa de sus padres –que consentían el maltrato–, sumado a que el entorno de ella se cansó de advertirla, Sara se quedó aislada.
Prácticamente su único contacto con el mundo exterior era su trabajo, del que Diego se aprovechaba para quitarle dinero y quedar con otras chicas mientras tanto, relata Sara. Fue precisamente una compañera de trabajo de Sara la que un día, al verle la pierna con moratones en un cambio de ropa, se asustó y, sin saberlo entonces, puso fin al maltrato. “Un día te va a matar –le dijo–; la próxima vez te vamos a ver en el cementerio”. Y Sara reaccionó. Fueron juntas a la Policía a denunciar y, tras un juicio rápido, él entró dos años a prisión.
Un nuevo agresor en su camino
Sara tenía 19 años y una vida por delante que, sin embargo, no acababa de arrancar. Empezó a ir a terapia y la dejó antes de tiempo porque pensaba que ya lo había superado. Tiempo después, se encontraría con que no era así. Los años de machaque sobre su autoestima habían calado hondo, y ella se fue con el primer chico que le prometió que la cuidaría, por miedo a que nadie más la quisiera. La historia se repetía.
“Tenía normalizados comportamientos como que me mirara el móvil o controlara dónde iba, así que para él fue muy fácil”, explica la joven. Los abusos psicológicos pasaron luego a ser físicos. Y Sara decidió denunciar. Igual que luego decidió volver con él otra vez.
Pero obviamente Sara no estaba bien. “Ya no podía más, psicológicamente estaba muy tocada, no sabía cómo salir de ahí, prefería morirme”, confiesa. “Así que en vez de denunciar otra vez, hice la maleta y me fui a Inglaterra”, cuenta.
“El principio de mi nueva vida”
En los nueve meses que estuvo fuera, Sara volvió a nacer, y hoy se emociona todavía al pensarlo. “Me di cuenta de que seguía teniendo la misma alegría que al principio, volví a tener amigos chicos, hice un amigo muy bueno que hoy lo sigue siendo, nos fuimos de viaje… Fue el principio de mi nueva vida”, relata, con la voz entrecortada.
Al volver de Inglaterra Sara retomó la terapia y, animada por los cambios en su vida, decide emprender. Junto con su madre, la chica crea una marca de cosméticos con compromiso social. Sara se pone en contacto con la Fundación Ana Bella –de ayuda a mujeres supervivientes de violencia de género– y hace que, con cada pedido de su marca, Kiérete, se done un euro a la Fundación.
La joven también empieza a dar talleres en institutos con la Fundación y colabora en la campaña ‘El abuso no es amor’. En un vídeo de apenas siete minutos, cinco mujeres –entre ellas Sara– detallan las nueve señales de abuso en una relación, que conocen porque las han sufrido, desde los celos continuos, el chantaje, la manipulación, la humillación delante de otras personas, el control absoluto, el rastreo del teléfono o las acusaciones de ‘locura’.
“Menos física, tuve violencia de todo tipo”
Marta (pseudónimo) puede hacer check en los nueve ítems de la lista. “Menos física, tuve de todo: violencia psicológica, sexual, económica”, enumera. Marta tenía 15 años cuando empezó a sufrirlo. Era tan joven y todo fue tan poco a poco que no era realmente consciente de lo que pasaba. Hasta que un día algo hizo clic en su cabeza.
Su novio se había pasado el fin de semana de fiesta y se quejaba porque no la había visto. Entonces exigió a Marta que le diera su móvil “para ver qué había hecho”. No era la primera vez que ocurría, pero esa vez ella pidió reciprocidad. Él se negó de mala manera y, sin saber muy bien qué fuerza la impulsaba a ello, Marta se levantó y se fue. “Recuerdo perfectamente cómo ese día me levanté del sofá y bajé las escaleras después de cerrar la puerta. Ahí dije: se acabó. Y no volví más”, dice.
Por aquel entonces, algún amigo de él se ‘solidarizó’ con ella diciéndole que “qué cabrón” el chico, que “qué puto niñato”. Marta no supo ponerle nombre a los abusos hasta que, meses después, vio en la tele un anuncio sobre violencia machista en el que un chico le quitaba el móvil a su novia. “En mi relación eso era algo normal, y me vi reflejada”.
“Con 15 años estaba desarrollando mi mente, y algo me queda”
Marta tiene ahora 27 años, ha pasado más de una década desde entonces, y todavía le quedan secuelas. La joven cree que empezó tarde a ir a terapia, sólo cuando se dio cuenta de que pasado el tiempo ella estaba repitiendo los mismos patrones enfermizos para tener bajo control a su nueva pareja, lo cual también era producto de su baja autoestima.
“Todavía cuando mi pareja actual sale de fiesta, hay veces que mis inseguridades me hacen pensar que se puede encontrar mil mujeres mejores que yo”, reconoce. Era eso lo que su agresor le decía en su momento: “Vamos a follar antes de que salga, porque como hay mil mujeres mejores que tú, quiero salir desfogado”. “Y al final me ponía los cuernos igualmente”, añade la chica. “Con 15 años me estaba desarrollando mentalmente, y algo de eso me queda”, confiesa. “Estuve un año conviviendo con algo así”.
Aguantar que ahora la llamen “exagerada” o “feminazi”
Debido también a aquel maltrato, Marta mantiene ahora la alerta ante cualquier indicio de abuso a su alrededor. Y eso, por desgracia, hace que algunas personas –incluso en su entorno– la tachen de “exagerada”, “feminazi” o “propagandista” cuando lo señala. “No soy ninguna exagerada”, les responde ella. “Sé por dónde va. Lo mío era todo perfecto hasta que consiguió tenerme hipercontrolada. La cosa empieza aquí y sé perfectamente dónde acaba”, advierte.
En el último año, gracias a la campaña ‘El abuso no es amor’, la Fundación Ana Bella ha formado a 11.000 chicos y chicas en institutos de toda España, de los cuales 500 –la inmensa mayoría chicas– han roto el silencio sobre un abuso, según los datos que ofrece la propia Ana Bella, fundadora de esta red de mujeres y superviviente de violencia machista. “Como en la adolescencia es cuando se dan las primeras relaciones, es muy importante formar a jóvenes, que sepan lo que son relaciones sanas, que sepan distinguir el abuso del amor, que aprendan a amar de forma sana y a estar más felices”, sostiene la mujer.
Los negacionistas de la violencia machista
Son varios los estudios recientes que ponen el foco sobre el colectivo de jóvenes, que se revela especialmente vulnerable y necesitado de (in)formación sobre lo que implica esta lacra machista. Veamos algunos de ellos.
En 2021, el mayor aumento anual en el número de víctimas de violencia de género se dio entre chicas menores de 18 años. Ese año, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), 661 chicas adolescentes tenían órdenes de protección o medidas cautelares, frente a las 514 víctimas que se contabilizaban el año anterior, marcado por la pandemia.
De acuerdo con la Macroencuesta de 2019 sobre violencia machista, el tramo de edad en el que mayor es el porcentaje de mujeres que afirman haber sufrido violencia física de alguna pareja o expareja es el de las que tienen entre 25 y 34 años (16,4% de las que han tenido pareja en alguna ocasión), seguido de las que tienen entre 18 y 24 años (14,5%). Pero hay más: el 6,2% de las adolescentes de 16 y 17 años ya han sufrido violencia física por parte de parejas o exparejas, el 6,5% violencia sexual, el 16,7% violencia emocional y el 24,9% violencia psicológica o de control.
Ante estos datos, sorprende aún más la conclusión que se extrae del Barómetro Juventud y Género de la Fundación FAD, que revela que uno de cada cinco chicos de entre 15 y 29 años considera que la violencia de género no existe, que es un “invento ideológico”. Si en 2015 ese porcentaje se situaba en un 11,9% de los jóvenes varones, en 2019 subía hasta el 20%.
Una investigación aún más reciente, el III Macroestudio de Violencia de Género “Tolerancia Cero” de 2022, muestra que los jóvenes de 18 a 21 años tienen una percepción menor de lo que es la violencia de género que cualquier otro grupo de edad. Así, más del 20% de ellos considera que controlar los horarios, la forma de vestir o las redes sociales de la pareja no es violencia machista, y entre un 12% y un 16% cree que obligar a tener relaciones sexuales o golpear a la pareja tras una discusión tampoco es violencia de género.
Jóvenes “ni machistas ni feministas”
Ariana Pérez, responsable de investigación de la Fundación SM, lleva un tiempo indagando en estos datos y contrastándolos con los propios jóvenes a través de talleres en institutos. Muchas veces reconoce encontrarse con contradicciones, con mucha confusión entre los adolescentes, y con un afán por ser “políticamente correcto” que en general los lleva a identificarse como “ni machistas ni feministas” (el 51%, según la ′Encuesta flash sobre igualdad de género’).
Pérez sostiene que, si bien la igualdad de género es vista por muchos jóvenes como una de las banderas de su generación, este valor es aún “muy nuevo”, y choca a su vez con la oleada de “desinformación y bulos creados con una intencionalidad muy marcada” que se ha normalizado en los últimos años. “Uno de cada cinco jóvenes son negacionistas de esta violencia”, señala Pérez.
Así, mientras que el 81% de los jóvenes cree que habría que recibir más educación en igualdad de género, casi la mitad de los chicos (47%) considera que las mujeres, con la excusa de la igualdad, pretenden tener más poder que los hombres.
A Pérez le sorprende también que dos de cada tres de los y las jóvenes (69%) piensan que no debería haber leyes de protección integral a las mujeres, sino “leyes contra la violencia doméstica que proteja a hombres y mujeres por igual”. “Este ha sido un discurso movido por un ala del espectro político, y vemos que ha tenido calado”, concluye. Igual que “el bulo sobre las denuncias falsas”. “El 64% de los chicos piensa que hay mujeres que se aprovechan de las leyes para lanzar acusaciones falsas, pero también el 49% de ellas, ojo”, cita la experta.
“Normalización, banalización y negacionismo”
De nuevo, Pérez lo achaca al desconocimiento, pero también al daño (interesado) que hace la ultraderecha en este terreno al negar la existencia de la violencia de género o de las desigualdades que alimenta un sistema patriarcal. “Muchos chicos jóvenes consideran que la igualdad ya se ha alcanzado, de modo que cualquier esfuerzo en pos de ella se entiende con el objetivo de invertir el orden de privilegios, en este caso en favor de las mujeres”, razona la politóloga.
Helena Aparicio, profesora del Máster Universitario en Intervención Interdisciplinar en Violencia de Género de la VIU, identifica concretamente tres “resistencias” sociales que dificultan que la lucha contra esta violencia avance, y son “la normalización, la banalización y el negacionismo”.
La ‘manosfera’ y su influjo en los adolescentes
Hace apenas unas semanas se publicó un completo estudio titulado ’Jóvenes en la manosfera’, sobre el alcance de la misoginia digital, que desgrana cómo funcionan las redes de hombres misóginos, cómo estos se retroalimentan en foros y chats de internet y hasta qué punto estos discursos se extienden a la sociedad en general.
Las expertas consultadas no ocultan su preocupación. “Estos espacios virtuales que reproducen y propagan discursos de odio, misóginos y antifeministas tienen un gran calado en la adolescencia y en la juventud”, alerta Aparicio.
Ariana Pérez coincide: “No podemos decir que todos los chicos jóvenes están comprometidos con los objetivos de la ‘manosfera’ o de grupos como Forocoches, pero estos tienen un efecto, porque sus mensajes corren como la pólvora y llegan a espacios muy amplios” .
Educación, educación y educación
Todas las mujeres entrevistadas para este reportaje han repetido una misma palabra en sus intervenciones a la hora de plantear la manera de acabar con la violencia machista: educación.
“Puede sonar muy obvio, pero además de darles información y formación en igualdad, lo que hace falta es que los jóvenes desarrollen el pensamiento crítico”, comienza Pérez. Para la experta, resulta fundamental que sepan distinguir si una publicación es un bulo, si tiene una intencionalidad clara o si es fiable.
La educación “tiene un papel fundamental para lograr defender los avances conseguidos y hacer frente a las reacciones regresivas”, prosigue, por su parte, Helena Aparicio. “La tendencia a negar la violencia machista tiene mucho que ver con la ausencia de una buena educación afectivo sexual en las aulas, la influencia de la pornografía y la repetición de roles sexistas”, lanza la profesora a modo de crítica.
“Es que esa está loca”
A Sara, la chica del inicio del reportaje, no le cuesta reconocer que “los jóvenes de ahora están contaminados”, pese a la gran cantidad de información de la que disponen en la actualidad. Su compañera Marta ni siquiera tiene que irse muy lejos para verlo de primera mano. Sostiene que los chicos se retroalimentan “muchísimo” en el odio y la violencia hacia las mujeres, y no sólo en el mundo virtual.
Después de haber sobrevivido a más de un año de abusos machistas por parte de su pareja, Marta todavía tiene que llamar la atención a gente de su alrededor, incluso a amigos, a los que se les ‘escapan’ comentarios machistas. Ella tiende a avisarles con miradas recriminatorias. “Ya entonces me dicen: ‘Jo, es verdad, lo siento, perdón’. Pero les sale solo. ¿En qué momento se les pasa por la cabeza escupir eso? Es horrible”, confiesa. “O los típicos ‘pues algo habrá hecho ella’ o ‘es que está loca’. ¿Que está loca por qué?”, lanza la joven.
“Creo que los hombres se están pensando que el tema del feminismo y la lucha contra la violencia de género es una campaña en contra de ellos. Yo no estoy haciendo ninguna campaña, doy señales de alerta de comportamiento abusivos”, aclara Marta. “¿Que soy una mujer? Sí. ¿Que me lo ha hecho un hombre? Sí”, zanja.
“Pocos nos llaman para decir que su amigo es un maltratador”
Ana Bella explica que lo que busca con su fundación es que “los y las jóvenes actúen como agentes de cambio frente a la violencia de género”. Pero reconoce que son más “las jóvenes”, o su entorno, quienes dan el paso para denunciar y cambiar las cosas. “La mayoría de las veces la gente nos llama para que ayudemos a una amiga; muy pocas veces nos llama alguien para decirnos que su amigo es un maltratador”, cuenta la mujer.
Y, sin embargo, “si existe la violencia de género es porque hay hombres que la ejercen”, recuerda Ana Bella. “Ellos también tienen que alzar la voz ante sus compañeros si ven una agresión. Si no, el silencio nos hace cómplices”, dice.