Ser feminista duele
Hoy me siento como cada semana delante del ordenador deseando tener algo bonito que contar. Actitud positiva, mente abierta, sonrisa de par en par. Echo un vistazo a las últimas noticias y mi sueño tarda segundos en esfumarse: absuelto a un hombre que abusó de una menor porque aparentaba más edad, la actriz Thelma Fardin denuncia a su compañero de serie por abusar de ella cuando era menor, mujer asesinada por su pareja delante de sus tres hijos... Confieso que yo también me vengo abajo, me deshago y hasta me cuesta respirar. No me gusta tener que escribir textos tristes ni de protesta. Detesto dedicar mi tiempo a fijarme en lo que no funciona o a reparar en el lado amargo de las cosas. No disfruto en absoluto del enfrentamiento, de la batalla o del conflicto. Es agotador nadar a contracorriente, ser la rara, perder amigos... Ser feminista duele. Duele muchísimo.
Cuando el feminismo llega a tu vida lo pone todo patas arriba. El primer batacazo es tener que auto cuestionarnos. ¿Qué dices? ¿Mala persona yo? Nooo (yo también lo negué mil veces intentando evitar lo que se me venía encima). El feminismo nos enseña que la forma en la que nos relacionamos es injusta y dañina. De repente tienes que desaprender ¿veinte, treinta, cuarenta años? de educación y de malos hábitos. Te revuelves, gritas, pataleas. Sientes frustración. Eras tan feliz cumpliendo las normas y gustando a todo el mundo... Ahí es cuando empieza el dolor.
Buscas información sobre el tema. Lees, estudias, profundizas. Pero aquello en lugar de calmar la angustia la reaviva. Cada vez eres más consciente del dolor a tu alrededor. Te colocas las gafas moradas y descubres que el mismo mundo que antes te emocionaba, ahora ya no te gusta nada. Te las quitas, tomas aire, te las vuelves a poner. Intentas transmitir lo que percibes a quienes están a tu alrededor: "fíjate en esto, mira aquello". La mayoría no te creen. Ellos también lo niegan, se cabrean y te atacan. Piden pruebas, datos, cifras, te cuestionan, te llaman ignorante, radical y misándrica. Intentas tener paciencia y les ofreces tus gafas, pero a veces no te escuchan, otras no consigues contarlo bien. Al fin y al cabo, también somos humanas.
Con el paso de los años vas construyendo tu círculo de amistades con personas feministas porque con ellas te sientes algo menos marciana. Creas una red, sigues perfiles con tus mismos intereses que trabajan por la igualdad en las redes. Y aunque a priori pueda parecer que vives en una burbuja alejada de la realidad lo cierto es que aquello no te relaja más. Cada minuto te encuentras con todo aquello que no quieres ver y el dolor crece: sexismo, muertes, maltratos, juicios, polémicas, sentencias, manadas. Intentas con muchísimo esfuerzo convertir lo que te hace sufrir en algo útil. Lo transformas en vídeos, acciones, artículos, conferencias, campañas. Inviertes en ello todo tu tiempo y también tu dinero (quien crea que esto es un negocio es que no ha entendido nada). Explicas una y otra vez las mismas cosas a los recién llegados, a los que no quieren ver, a los que se fueron, a los indignados. A veces te sale con humor, otras con más desesperación. Por todo ello te llueven los insultos, las mofas y las amenazas. "Ojalá te mueras tú y toda tu familia" son algunas de las motivadoras palabras con las que desayunas cada mañana.
Os aseguro que, para mí y para todas las personas que trabajan por la igualdad, sería muchísimo más fácil dejarse llevar. Callar y mirar sólo hacia el lado bonito de las cosas. Comprar una taza de Mr. Wonderful y tuitear frases bonitas y subir fotos de comida cuqui y lugares cool a Instagram. Prometo que todas las semanas busco algo bello para contar, pero no podemos apartar la mirada de lo que duele y dejarlo pasar sin más. Aunque el camino sea ingrato y agotador, si la meta es un mundo justo y libre para todas las personas vale la pena luchar.